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El ayuno parece proteger al organismo de la quimioterapia

JANO.es · 01 abril 2008

Este hallazgo podría permitir aplicar dosis más elevadas de agentes quimioterápicas para acabar con el cáncer, según un estudio de la Universidad de Southern California

El psicoanálisis ha hecho aportaciones muy importantes, pero si no quiere quedar relegado a la categoría de disciplina anecdótica tiene que replantear seriamente sus bases filosóficas.

Referentes científicos

Freud y su teoría de la mente y de la conducta

Sigismund Schlomo Freud (Freiberg, 1856- Londres, 1939) innovó fundamentalmente en dos campos. Desarrolló una teoría de la mente y de la conducta humana, y una técnica terapéutica para ayudar a personas que presentaban afecciones psíquicas. Pero, probablemente, su contribución más significativa al pensamiento moderno ha sido la de intentar dar un rango científico al concepto de lo inconsciente.

Freud escribió en 1895 Proyecto de una psicología para neurólogos1. En esta obra intenta “estructurar una psicología que sea una ciencia natural”. Las neuronas tienden a descargarse de una determinada cantidad de energía (principio de la inercia neuronal)2 por lo que deberemos considerar dos clases de neuronas: las retentivas (representadas con la letra griega psi), que con el paso de la energía quedan modificadas y que, por consiguiente, pueden sustentar memoria, y las permeables (neuronas fi), que se descargan sin más3.

Esta concepción energética de la vida mental –heredada de Spencer4– siempre estuvo implícita en la obra de Freud, revelándole, en último término, como un filósofo materialista. Pensaba, además, que muchas de sus ideas podrían ser verificadas por las ciencias básicas y concebía la conciencia humana como una construcción biológica y psicológica. Sin embargo, aunque reconocía lo mucho que en un futuro aportaría la neurobiología, quiso avanzar en la descripción de la estructura y dinámica de la mente humana apoyándose en su enorme capacidad de introspección. Fruto de este esfuerzo es el análisis que realiza de los efectos de la cultura sobre los instintos o el descubrimiento del valor simbólico de los síntomas5, la fijación de un trauma o las consecuencias sobre la conducta de determinados “complejos” inconscientes (por ejemplo, el complejo de Edipo). Bien puede decirse, parafraseando a Diego Gracia, que el psicoanálisis edifica una semiología de la subjetividad6.

Semiología de la subjetividad

Por si alguien duda de estas afirmaciones o argumenta que estamos hablando de un Freud joven frente a un Freud maduro, que negaría el dualismo soma-mente, nos permitimos citar algunos párrafos de una obra de senectud: Psicoanálisis y medicina, de 1926. En esta obra, Freud aborda la posibilidad de que el psicoanálisis sea practicado por profesionales no médicos. No se opone a ello siempre que ante la menor duda el paciente sea valorado por un médico para excluir la posibilidad de “los prolegómenos de un destructor proceso cerebral”7. Y hace hincapié en que en tales casos de enfermedad cerebral orgánica el psicoanálisis resulta inútil. No conforme con ello, profundiza en la etiología de las manifestaciones neuróticas, identificando causas congénitas y constitucionales, pero también las enfermedades somáticas: “Ha de ser también posible que una posterior enfermedad física cree una neurosis al producir una debilitación del yo”8, por todo lo cual “una de nuestras normas teóricas prescribe que en estos casos de síntomas equívocos [...] el analítico, aunque sea médico [...] contrastará con otro médico ajeno al análisis, por ejemplo un internista”9. El mejor defensor del pensamiento de Freud fue él mismo.

Sin embargo, algunos seguidores de Freud invirtieron la ecuación. La mente, para ellos, domina el soma, y son los símbolos los que determinan los síntomas corporales. G. Groddeck, por ejemplo, afirma: “La enfermedad tiene un fin, y éste es resolver el conflicto, reprimirlo o bien no permitir que lo reprimido aflore a la conciencia. [...] Pero la enfermedad es también un símbolo, una representación de procesos interiores, un teatro del Ello por medio del cual expresa lo que no puede decir por la boca”10.

Función declarativa

M. Balint, en una línea menos radical, también nos enseña que esa función declarativa de la enfermedad (la enfermedad como símbolo de un conflicto profundo) puede resolver la misma enfermedad. Basta con que sepamos llegar a un punto en el que el paciente ventile el conflicto11. De hecho, en algunas ocasiones todo médico tiene la oportunidad de verificar que eso es cierto. La fuerza de la catarsis, que dirían los griegos… ¿o más bien la iluminación budista? Sin embargo, el “modelo Balint” es profundamente equívoco. La realidad de cada día no casa con esta visión, casi idílica, en la que los pacientes curan sus neurosis por la palabra. El paciente neurótico suele ser tozudamente neurótico y para curarlo con la palabra primero hay que hipnotizarlo con la palabra. El peligro es que no sabemos si se ha producido un milagro o una mera sugestión y, que como tal, dure lo que un sueño.

El colmo del descaro intelectual lo protagoniza, a mi manera de ver, la Escuela Psicosomática de Pierre Marty. Este autor afirma la existencia de unas fuerzas instintivas hacia la vida y hacia la muerte (Thanatos), que explican en algunos casos la restitución de la salud o el fallecimiento de las personas12. Otro autor en la misma línea, Benoit, afirma que hay un momento en que decidimos vivir o morir. El cuerpo pasa a ser “objeto” de la mente, como si en ocasiones pudiéramos clavarnos alfileres y provocarnos infartos. Para conjurar tantas fuerzas oscuras el ser humano tiene que adentrarse en su inconsciente, llevar al plano de lo consciente el rumor de estas fuerzas ignotas13.

Dualismo interaccionista

Así pues, el dualismo interaccionista de Freud evoluciona en algunos psicoanalistas hacia un monismo idealista, y el resto de los psicoanalistas, más juiciosos, no se atreven a criticar a autores tan célebres y aplaudidos. Poco a poco se llega a afirmar que la salud depende de nuestra mente. La enfermedad es una invención o una emergencia de nuestra mente, en algunos casos una emergencia del “pensamiento arcaico”, en otros un desequilibrio energético sexual, como apuntan los seguidores de Wilhelm Reich. Todos estos conceptos profundamente idealistas saltan como agua de mayo a la cultura popular, e influyen sobre corrientes de medicina alternativa.

La mayor parte de las medicinas llamadas alternativas tienen la virtud de explicar o dar sentido al sufrimiento. Así, por ejemplo, el síntoma “indica lo que le falta al paciente”14, por lo que hay que “asumir conscientemente lo que el síntoma trata de comunicarle por medio del cuerpo”15. La aromaterapia o la medicina tradicional china se basan en este principio del equilibrio mental, o de equilibrio de la energía vital (que muchas veces equivale a energía mental). Estos sistemas de creencias también dan mucho valor al inconsciente, e incluso en un sentido muy sartriano, a la voluntad casi-consciente. El enfermo tiene siempre cierta responsabilidad: el estrés, el no saberse cuidar, el alimentarse mal, o sus pulsiones secretas no han tenido una expresión conveniente. Por ello, el camino de la curación pasa por descubrir primero y domeñar después la voluntad casi-consciente, las pulsiones secretas que nos habitan.

Este papel de la voluntad tiene ribetes tragicómicos en la llamada visualización contra el cáncer. Consiste en visualizar las células cancerosas e imaginar que las matamos16. Todas estas ideas casan bien con una cultura popular deseosa de aumentar el control sobre la enfermedad y dar explicaciones a una depresión o un cáncer que los médicos no alcanzan a comprender. Si la enfermedad nace de nuestro interior, ¿por qué no también las fuerzas capaces de vencerla? ¿O aprovechar la energía de los objetos que nos rodean (homeopatía)?

Historia paralela

Sería en extremo interesante bucear en la historia paralela del psicoanálisis y de las medicinas alternativas, y verificar la hipótesis que aquí presentamos. A saber, que algunas corrientes del psicoanálisis han contribuido en gran medida a la construcción de una ideología de las medicinas alternativas. Esta ideología tiene su base en el pensamiento mágico, a veces también de tipo religioso (por ejemplo, el concepto de meditación budista, o las energías de origen taoísta), pero usa instrumentos refinados, como la introspección, el análisis de emociones o determinados conceptos de espiritualidad.

No importa si se trata de un naturista, un homeópata o un acupuntor, el paciente será tratado en términos de energías positivas y negativas, conflictos no bien resueltos o un estrés que se expresa simbólicamente con los síntomas de su enfermedad. Resulta una interesante hipótesis afirmar que todas las medicinas alternativas se han fundido en una sola ideología, con elementos vitalistas, budistas, taoístas y psicoanalíticos. Ahora bien, ¿por qué atacarla si llena de sentido la vida de miles de personas?

En primer lugar, por honestidad intelectual. Cada cual es bien libre de creer en lo que guste, pero aquello en lo que creemos tiene que creerse desde la libertad. Por consiguiente, cuando rebatimos las tesis idealistas y esotéricas de las medicinas alternativas no lo hacemos por intolerancia, sino para que cada cual opine con mayor fundamento. Hay que afirmar, como hacia Freud y como hacen los psicoanalistas competentes, que una cosa es la neurosis y otra el tumor cerebral. Hay que afirmar la autonomía de las enfermedades genéticas, metabólicas, infecciosas… sin negar lo mucho que aporta una visión psicosocial. Lo dice la palabra “biopsicosocial”: considerar las contribuciones a la salud y enfermedad que nos vienen desde cada uno de estos ámbitos de la persona, pero sin mezclarlos en un totum revolutum.

Juego de la culpa

En segundo lugar, por pragmatismo. Es verdad que las ideologías idealistas proporcionan sentido a la vida, pero al precio de distanciarnos de la realidad. Cuando el ser humano se enfrenta a la enfermedad, el pensamiento mágico le promete salud por el mero hecho de “creerlo y desearlo”. Pero nuestro organismo casi nunca obedece a nuestra voluntad, y entonces el paciente se encuentra desamparado y culpabilizado: “no he sido capaz de activar mis energías positivas”. O en el caso del psicoanálisis: “no he sido capaz de sacar a flote los monstruos que habitan mi inconsciente”.

El juego de la culpa es tan brutal que ha aparecido en EE.UU. una asociación de padres falsamente acusados de abusos sexuales. No puede extrañarnos. El psicoanálisis pone en manos de gente imprudente un conjunto de poderosos símbolos que pueden ser manejados con franca iatrogenia. Ante la disyuntiva de admitir un fracaso terapéutico y cargarnos de culpa, ¿por qué no culpabilizar a un tercero? Las medicinas alternativas son caldo de cultivo de falsos recuerdos alumbrados para aliviar una tensión que ellas mismas crean. En fin, algún día los propios psicoanalistas se atreverán a poner orden en su casa y trazar una clara frontera con vecinos tan peligrosos. No dudo de la profesionalidad y buen sentido clínico de muchos de ellos, e incluso percibo que empiezan a abrirse a metodologías de ensayo clínico. El psicoanálisis ha realizado aportaciones muy importantes, pero si no quiere quedar relegado a la categoría de disciplina anecdótica, tiene que replantear seriamente sus bases filosóficas.

Bibliografía

1. Freud S. Proyecto de una psicología para neurólogos, en Obras completas. Vol. III. Madrid: Biblioteca Nueva; 1968. pp. 883- 972.

2. Freud S. Proyecto de una psicología para neurólogos, en Obras completas. Vol. III. Madrid: Biblioteca Nueva; 1968. p. 837.

3. Freud S. Proyecto de una psicología para neurólogos, en Obras completas. Vol. III. Madrid: Biblioteca Nueva; 1968. p. 891

4. Spencer H. Los primeros principios. Madrid: Librería de Fernando Fe. 1887.

5. Freud S. Introducción al psicoanálisis (1916-1918), en Obras completas. Vol. II. Madrid: Biblioteca Nueva; 1968 pp. 282-326.

6. Gracia D. Comunicación personal. Madrid: Fundación Ciencias de la Salud. 2000.

7. Freud S. Psicoanálisis y medicina (Análisis profano, 1926), en Obras completas. Vol. II. Madrid: Biblioteca Nueva; 1968 p. 873.

8. Freud S. Psicoanálisis y medicina (Análisis profano, 1926), en Obras completas. Vol. II. Madrid: Biblioteca Nueva; 1968. p. 874.

9. Freud S. Psicoanálisis y medicina (Análisis profano, 1926), en Obras completas. Vol. II. Madrid: Biblioteca Nueva; 1968. p. 875.

10. Groddeck G. El libro del Ello. Madrid: Taurus. 1973. p. 142-143.

11. Balint M. El médico, el paciente y la enfermedad. Buenos Aires: Libros Básicos; 1968.

12. Marty P. Los movimientos individuales de vida y de muerte. Barcelona: Toray; 1980.

13. Benoit P. Crónicas de un psicoanalista. Medicina y psicoanálisis. Buenos Aires: Nueva Visión; 1990.

14. Dethlefsen T, Dahlke R. La enfermedad como camino. Barcelona: Plaza y Janés; 1999. p. 57.

15. Dethlefsen T, Dahlke R. La enfermedad como camino. Barcelona: Plaza y Janes; 1999. p. 78. Ryman D. Aromaterapia. Barcelona: Plaza y Janes; 1999.

16. Matthews-Simonton, Stephanie. Familia contra enfermedad. Madrid: Los libros del comienzo; 1993.

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