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JANO.es · 09 octubre 2007

Hard Rock Café ha anunciado que el próximo 18 de octubre se celebrarán tres conciertos benéficos simultáneos en sus locales de Madrid, Barcelona y Las Palmas de Gran Canaria

Se analiza aquí la figura de Marcel Proust, un autor que sobrevive diseccionando a las personas, empezando por sí mismo, un naturalista y zoólogo que estudió al animal más curioso, singular, paradójico y fascinante de todos: el hombre. 

En busca del tiempo perdido, la famosa obra de Proust, es una inabarcable enciclopedia de las sensaciones, un espejo en el que la aparente banalidad de cuanto allí se narra es transmutada por la sensibilidad y la sutileza del narrador. Es asimismo una "pesquisa" sin precedentes sobre el amor, el sufrimiento, la homosexualidad, los placeres y los celos. Es también, y Proust lo reitera una y otra vez sin que sus lectores le hayan prestado demasiada atención, una obra en la que se propuso exponer las leyes del comportamiento humano, las leyes de la psicología, para lo que anotó y reflejó el comportamiento de las personas con la minuciosidad de un botánico o un entomólogo. Proust acudía a los salones de la alta sociedad parisina con la misma actitud con la que Linneo observaba y catalogaba plantas y flores, pero Proust lo hacía no para cantar la grandeza de Dios, que era el objetivo de Linneo, sino para hacer un inventario de los placeres y los días, de los goces y de los infiernos que forman parte de cada persona. Como un Linneo de la literatura, buceó en el comportamiento de cuantas personas conoció, y lo hizo con la curiosidad de un naturalista. En varios momentos de su obra afirma que está exponiendo las leyes de la psicología humana e incluso las leyes de la historia natural del hombre, con lo que convierte a éste en la especie de la naturaleza a la que dedicó su estudio. En La fugitiva, el sexto volumen de la serie, Proust lo declara explícitamente. Conoce a una mujer y cree que es lesbiana, como lo sospecha de su amante Albertina. Le parece que ambas comparten la claridad de la tez y de las miradas, un aspecto de flaqueza amable que seducía a todo el mundo, que se basaba en su desinterés por los actos de los demás y en su falta de franqueza sobre ellas mismas. Sospecha que ésos pueden ser los rasgos que comparten todas las lesbianas, lo que permitiría distinguirlas a pesar de las apariencias, y clasificarlas por esos signos y no por sus palabras. Intenta leer en el rostro de la mujer y escribe que hubiera querido decirle: "Debiera usted decírmelo, me interesaría por conocer una ley de historia natural humana", pero decide callar, consciente de que ella no le diría la verdad.

En busca del tiempo perdido puede ser leído como un tratado de historia natural especializado en el comportamiento, las pasiones y los sufrimientos del hombre. Aquel ser de apariencia insignificante, profundamente enfermo del alma y del cuerpo, asmático ilustre, era en realidad un sistemático, un vampiro en busca de nuevos datos para su enciclopedia natural, curiosamente, una novela, si es que En busca del tiempo perdido es realmente una novela. Más parece, en ocasiones, un tratado de zoología dedicado a la descripción de la especie humana mediante la disección de su psicología. Es también una obra de medicina, en la que el enfermo es el hombre, descrito con minuciosidad casi enfermiza y morbosa, de modo que apenas si una obsesión humana queda al margen de este enorme tratado de patología del alma. Es posible que ningún autor haya utilizado tantos términos médicos en su obra, tal número de comparaciones con enfermedades y medicamentos. Marcel, al escribir, utilizaba en realidad un bisturí, y su obra se asemeja a la de un médico que trata enfermos y diagnostica males, que pronostica el curso de las enfermedades y que a veces se compadece del dolor de sus pacientes. Es también la obra de un analista que hace la radiografía de cuantos conoce, que capta, según sus propias palabras, las profundidades de las personas de modo que se esfuma su posible encanto, "como un cirujano que, bajo la tersura de un vientre de mujer, viera el mal interno que lo roe". Toda su obra está impregnada de una convicción: estamos enfermos, nuestro comportamiento es patológico, nos enferman nuestras pasiones y nos enferma el tiempo, nuestras pasiones son obsesivas, amar es sufrir y no hay curación posible, salvo ese mismo paso del tiempo que terminará anestesiándonos, envejeciéndonos y llevándonos allí donde ya nada importa. Mientras esto sucede, y tomando nota de cuanto acontece y siente, Proust sobrevive diseccionando a las personas, empezando por sí mismo, en busca del tiempo perdido, de la salud perdida, de los amores excesivos, imprudentes e imposibles. Proust, pederasta y zoófilo, fue también un naturalista y zoólogo, y el animal que estudió es el más curioso, singular, paradójico y fascinante de todos: el hombre.

Marcel Proust fue un médico del alma, y uno de sus grandes aciertos fue crear un género único, una mezcla de novela y ensayo, que abrió el paso a todas las vanguardias que se desarrollaron en la literatura del siglo XX. Como novelista, nos legó algunas de las mejores páginas jamás escritas sobre los personajes mundanos y descripciones insuperables de objetos y sensaciones; como ensayista puede comparársele a Bergson y Freud por su indagación del tiempo y de los mecanismos psicológicos que regulan el comportamiento humano.

“Proust, al escribir, utilizaba en realidad un bisturí, y su obra se asemeja a la de un médico que trata enfermos y diagnostica males, que pronostica el curso de las enfermedades y que a veces se compadece del dolor de sus pacientes.”

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