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JANO.es · 17 abril 2008

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Lillian, la esposa de Walt Disney, le dijo: “Nadie va a pagar ni diez centavos para ver una película de enanos”. Su hermano Roy trató de disuadirlo. Pero todo fue en vano. Walt hipotecó su casa para ver cumplido su sueño: el proyecto de crear el primer largometraje estadounidense de dibujos animados, que además llevaría sonido y se proyectaría en Technicolor, aquello que la gente de Hollywood ya había bautizado como “el disparate de Disney” (Dysney’s Folly).

Pensaba que con 250.000 dólares tendría suficiente, pero al final esa cifra se multiplicó por seis. Nada menos que un millón y medio de pavos de la época.

Sin embargo, en la premiére, el 21 de diciembre de 1937 en Los Ángeles, dio la campanada. Al finalizar aquel primer pase de Blancanieves y los siete enanitos, la gente se puso en pie y aplaudió a rabiar. Uno de los asistentes, Charles Chaplin, declaró que aquella película había “superado hasta nuestras más altas expectativas” y añadió que con el enano Mudito, Disney había creado uno de los cómicos más geniales de todos los tiempos. El crítico del New York Times Frank S. Nugent escribió: “Si se la pierden, se perderán las diez mejores películas de 1938”. Un director genial como el ruso Serguéi M. Eisenstein (El acorazado Potemkin) manifestó que era “la mejor película que nunca se había realizado”.

En Estados Unidos recaudó 8 millones de dólares y se convirtió en la película más taquillera de la historia, un récord que le arrebató Lo que el viento se llevó dos años más tarde. En la entrega de los Oscar de 1939, Shirley Temple entregó a Walt Disney una estatuilla de tamaño normal y siete más pequeñas. La Academia galardonaba la película por ser “una innovación significativa para la pantalla que ha encantado a millones de personas y por ser pionera en un nuevo campo del entretenimiento”.

Los pioneros

Lo cierto es que Blancanieves no fue la primera película de animación. Antes incluso de la invención del cinematógrafo ya había hecho sus pinitos gente como el francés Émile Reynaud, que ideó en 1877 un aparato de juguete llamado praxinoscopio que se basaba en técnicas de animación. Un compatriota y tocayo suyo, Émile Cohl, realizó tres décadas más tarde el primer corto animado. El primer largometraje tenía nacionalidad argentina. Se titulaba El apóstol y lo creó Quirino Cristiani en 1917, una película muda y en blanco y negro de la que, por desgracia, no ha llegado hasta nuestros días ninguna copia.

La gran diferencia es que Disney consiguió con Blancanieves elevar el cine de animación a una cota inimaginable en aquellos días. Walt había llegado en la primera mitad de los años veinte a Hollywood, donde montó su estudio con su hermano Roy como socio y otros colegas. A mediados de la década ya producía cortos que empezaron a dejar huella (Alice en Cartoonland), y en 1928 tuvo la feliz idea —junto con Ub Iwerks— de crear un nuevo personaje llamado Mickey Mouse, que protagonizó la primera obra de la compañía con sonido, titulada Steamboat Willie. A partir de 1932, Disney comenzó a acumular premios de la Academia por sus cortometrajes animados, pero soñaba con dar un paso más allá que proporcionara mayor prestigio a su compañía.

Fue en 1934 cuando arrancó su idea de hacer un largometraje con el cuento de los hermanos Grimm. Durante los siguientes tres años trabajaron docenas y docenas de artistas, que dibujaron y pintaron dos millones de ilustraciones. Muchas innovaciones en el género de animación vieron por primera vez la luz con esta película, entre ellas la “cámara multiplano”, que crea la ilusión de perspectiva al emplear varios niveles de fondos que se mueven separadamente, o la animación basada en movimientos filmados de personas reales.

El resultado final todos lo conocemos: una obra que combina magistralmente drama, comedia, amor y terror, capaz de emocionar a mayores y pequeños de todas las generaciones; una historia con personajes tan entrañables como terroríficos. Para el reputado crítico del Chicago Suntimes Rogert Ebert, si Blancanieves y los siete enanitos se hubiera centrado principalmente en la protagonista, habría caído en el olvido poco después de su estreno y se recordaría hoy únicamente por razones históricas. “Hay que decir —añade— que Blancanieves es un tanto sosita; no es un personaje que actúa, sino un personaje cuya mera existencia inspira a actuar a los demás.” Para Ebert, a pesar de todo lo que representa la compañía Disney en la historia del cine de animación, Blancanieves sigue siendo “la joya de la corona”, el clásico de los clásicos del género.

En la cima

Desde entonces, Disney ha ocupado sin problemas el trono en el mundo de la animación. Aunque no alcanzaron el éxito económico de Blancanieves, los largometrajes posteriores siguen formando parte de nuestra conciencia colectiva: Pinocho, Fantasía, Dumbo, Bambi, Cenicienta, La bella durmiente, Peter Pan... Tras un cambio de estilo —gráfico y musical— que comenzó con 101 dálmatas, obra estilísticamente más adaptada a la nueva época, continuó su esplendor en los años sesenta, década de Mary Poppins y El libro de la selva, entre otras. Pero en los ochenta atravesó un bache hasta que a finales de la década experimentó un renacimiento de éxitos a partir de La sirenita, de 1989. Así, encadenó en los noventa otra sucesión de obras maestras que han introducido al mundo de Disney a toda una nueva generación. La bella y la bestia fue la primera cinta animada en ser nominada al Oscar a mejor película. Tras ella llegaron Aladdin, El rey león, Pocahontas, El jorobado de Notre-Dame, Hércules, Tarzán...

La música

La música, con canciones o sin ellas, ha sido una pieza clave en la historia del cine de animación. En Blancanieves trabajaron tres compositores: Frank Churchill, Paul J. Smith y Leigh Harline, además de Larry Morey, que escribió las letras. Se crearon 25 canciones, pero finalmente sólo ocho se utilizaron en la película, entre ellas las inolvidables “Heigh Ho”, “Someday My Prince Will Come” y “Whistle while you Work”.

Por cierto, la de Blancanieves fue la primera banda sonora que se comercializó en disco en Estados Unidos. Hasta entonces nunca se había considerado que la música de un filme pudiera tener valor comercial.

Hasta el ruso Serguéi Prokofiev quedó tan impresionado que compuso su propio cuento de hadas musical. En 1938 viajó a América y se citó con el tío Walt. Tras sentarse al piano y tocar Pedro y el lobo, el compositor le dijo: “He compuesto esto con la esperanza de que algún día usted haga una película animada con mi música”. Al final formó parte de una serie de cortos que Disney lanzó en 1946.

La música de Blancanieves obtuvo una nominación al Oscar, pero no ganó. Leigh Harline, responsable musical de la compañía, se desquitó con Pinocho, que ganó las estatuillas a mejor banda sonora y mejor canción, la emblemática “When You Wish Upon a Star”.

A lo largo de los años, por las películas de Disney han desfilado famosos compositores, entre ellos los hermanos Richard y Robert Sherman, autores de las canciones de Mary Poppins y El libro de la selva, entre muchas otras. O más recientemente Alan Menken, que consiguió ocho Oscar —cuatro por score y cuatro por canción— en los noventa gracias a La sirenita, La bella y la bestia, Aladdin y Pocahontas. Otros compositores cinematográficos de gran prestigio en la actualidad han trabajado en producciones de Disney, caso de Hans Zimmer —El rey león—, James Newton Howard —Atlantis: el imperio perdido, Dinosaurio y El planeta del tesoro— o Randy Newman, asociado principalmente a películas de Disney-Pixar: Toy Story, Bichos o Cars, entre otras.

Una nueva era en 3D

Pero a partir de Tarzán las cosas cambiaron. Las películas posteriores —Atlantis: el imperio perdido, El emperador y sus locuras, El planeta del tesoro o Zafarrancho en el rancho— no alcanzaron las expectativas creadas y los dibujos animados en dos dimensiones cayeron en desuso frente a las películas generadas por ordenador.

Sin embargo, esta nueva era de animación digital también la abrió Disney a través de su filial Pixar, que estrenó Toy Story en 1995, el primer largometraje animado creado íntegramente con ordenador. Igual que con Disney, otros estudios han intentado destronar a esta compañía, pero con ocho largometrajes en doce años, entre ellos Buscando a Nemo, Los increibles o la más reciente, Ratatouille, Disney-Pixar sigue siendo el referente en animación digital, lo mismo que lo ha sido Disney a lo largo de siete décadas en el campo de los largometrajes de dibujos animados. Y el secreto sigue siendo el mismo que hace 70 años: mostrar una buena historia que emocione y haga reír, llorar y soñar. Como dijo Rogert Ebert respecto a Blancanieves, en su momento Walt Disney “supo instintivamente que la película debía crecer no sólo en longitud sino también en profundidad”.

Texto: Óscar Giménez
Ilustraciones: Cortesía de Walt Disney Company Iberia S. L.

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