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Decálogo para aclarar dudas sobre la vacuna contra el VPH

JANO.es y agencias · 12 marzo 2008

El documento ha sido elaborado Centro Médico Instituto Palacios de Salud y Medicina de la Mujer con el fin de informar con precisión a padres y a mujeres

Durante largos siglos, los santos presidían las iglesias, pero los monstruos decoraban los claustros. Dominaba la hipocresia moral. La virtud tenía todo el prestigio retórico, pero el pecado triunfaba en las cocinas, gabinetes y alcobas. Con la llegada de la Ilustración, el panorama se complicó. El bien de origen beato pasó a ser visto como agente del mal. Consiguientemente, muchos de los antiguos pecados se convirtieron en virtudes. En la tremendista España, la lucha por la jerarquía moral duró unos cuantos siglos y dejó muchas víctimas por el camino. En la última etapa franquista, los universitarios protagonizaron, en el pequeño territorio de su propia alma, una batalla moral muy curiosa: habían sido educados a marchamartillo en los valores religiosos, pero abrazaron, sin pensarlo mucho, los valores antagónicos: adoraron a la diosa razón y creyeron en el sentido materialista de la historia. No fue exactamente una inversión de valores. Los malos eran los partidarios de la vieja moral, pero el mal en sí, el Mal mayúsculo, ganaba prestigio. Seducía el heroísmo social de Rosa Luxemburg, pero también las obsesiones del Marqués de Sade. En las maletas morales de la generación que protagonizó la transición, las flores del mal que ofrecía Baudelaire y la lengua que mostraba obscenamente el líder de los Stones se mezclaban con los deseos de paz y fraternidad. La mezcla era confusa. Parecía un cóctel cordial para pasar la juventud, más que una ideología con la que atravesar dignamente la difícil geografía de una existencia moral. Con el tiempo, el cóctel se ha convertido en una cómoda moral prêt à penser. Con fenomenal candidez se defienden ahora todas las causas, muchas de ellas contradictorias entre sí. Se destaca el dolor de los emigrantes que intentan saltar la valla, pero se defienden los subsidios agrícolas europeos, que estrangulan las economías africanas. Se exigen respuestas a la violencia contra las mujeres, pero se sigue encumbrando a los artistas llamados “transgesores”, que explotan la violencia sexual. Lo “políticamente correcto”, la “cultura de la queja” y el papanatismo libertario alimentan nuestros diarios juegos florales. Lo escrivió Karl Kraus: “El espíritu humanitario es la fregona de la sociedad, que exprime con sus lágrimas sus trapos sucios”. Al final, después de tantas batallas ideológicas, resulta que lo que de verdad perdura es la moral hipócrita: una moral que uniforma a progres y beatos.

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