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Pocos autores han demostrado en su obra una conciencia histórica tan relevante como el Premio Nobel Czeslaw Milosz (1911- 2004). Sus versos denunciaron la barbarie y la miseria a la que se vieron sometidos millones de ciudadanos europeos condenados a vivir, contra su voluntad, bajo regímenes totalitarios.

Milosz nació en Szetejnie, Lituania. En Vilna, capital de Lituania, transcurrieron su infancia y sus estudios. En esa época, Vilna era una especie de Trieste, un complejo enclave europeo en el que se hablaba lituano, ruso, polaco y yiddish. Luego se trasladó a Varsovia, donde pasó la segunda guerra mundial. Para entonces ya era un escritor conocido y tuvo un papel destacado en la lucha contra la ocupación nazi. En 1945, tras la instauración del régimen comunista en Polonia, acepta funciones diplomáticas en Nueva York y Washington. En 1950 es nombrado primer secretario de la embajada polaca en París. Pero en 1951 Milosz rompe con el régimen comunista y pide asilo político en Francia. Así comenzaba un exilio voluntario que duró más de 30 años. En 1960, se estableció en Estados Unidos al aceptar una invitación de la Universidad de Berkeley para impartir clases. No volvería a Polonia hasta después de recibir el Premio Nobel. Siempre creyó que el exilio era una especie de condición universal, un destino compartido por millones de personas en el siglo XX.

A pesar de ser la poesía la parte esencial y definitiva de su obra, con Milosz casi se repite lo sucedido con Boris Pasternak: Doctor Zhivago, su única novela, es la obra más conocida de Pasternak. Incluso recibió el Premio Nobel por esta novela. Sin embargo, el autor ruso era por encima de todo un poeta. Algo parecido sucedió con El pensamiento cautivo (1953) de Milosz, un ensayo escrito por motivos políticos contra todas las formas de totalitarismo que se tradujo a varias lenguas e hizo famoso a Milosz. Al éxito contribuyeron muchos intelectuales, entre ellos, el polaco Witold Gombrowicz, que desde su exilio argentino saludó efusivamente la aparición del libro.

Pero Milosz es un poeta y siempre nos quedará su honestidad. Un poeta que supo negarse al vasallaje intelectual que le propuso un régimen totalitario. Su gran legado es esa poesía de la dignidad, versos sencillos que denuncian la opresión de una multitud de europeos arrancados de su tierra y su idioma. Milosz encontró refugio en la poesía y en el lenguaje de su infancia, el polaco. Lengua y verso como únicas patrias.

Poesía de la memoria

En el discurso de investidura como Premio Nobel de Literatura de 1980, Czeslaw Milosz rememoraba a Nils Holgersson, el famoso personaje de la escritora sueca Selma Lagerlöf, primera mujer que obtuvo el Nobel en 1909. Nils, volando a lomos de su pato, veía el mundo desde arriba y, a la vez, era capaz de apreciar con todo detalle lo que ocurría abajo. Esa ha de ser, según Milosz, la vocación del poeta. El poeta ha de tener perspectiva, como si observase el mundo desde lejos, y a la vez ha de percibir sus menores detalles. Desde arriba, el poeta Milosz ve la marcha delirante del mundo, pero además es capaz de explorar la realidad en sus más minúsculos detalles, como lo hacía Nils, el héroe de Lagerlöf.

La poesía de Milosz demuestra un esfuerzo por no olvidar, por tener bien presente la historia terrible de la humanidad a lo largo del siglo xx. Su poesía procede del dolor, de la experiencia personal, es una poesía basada en la memoria que revela una apasionada conciencia histórica. Una poesía que nos habla del sufrimiento humano.

 

 Poesía

Poemas. Libro publicado por Tusquets en 1984. Se trata de una selección de la obra poética de Milosz realizada por la profesora Bárbara Stawicka y el propio autor.

Narrativa

El poder cambia de manos (1953). Hay una edición de Destino de 1980.

El valle de Issa (1955). Editado por Tusquets en 1981.

Ensayo

El pensamiento cautivo (1953). Tusquets, 1981.

Otra Europa (1958). Tusquets, 1981.

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