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La exposición organizada por el Museo Thyssen-Bornemisza “Arte y Humanismo en la Alemania del Renacimiento”, y la organizada anteriormente por el Museo Nacional del Prado sobre Patinir, dan a conocer a los españoles una nueva visión del concepto de arte del Renacimiento. Nos preguntamos cómo es posible que al arte de los siglos XV y XVI en la Europa del Norte se le denomine Gótico tardío, cuando en sus obras orea el espacio, los desnudos, las poses de las esculturas clásicas, el descubrimiento geométrico de la perspectiva, el realismo en los retratos y la introducción de nuevos temas que hablan de la importancia de una nueva clase, la burguesía. Factores que hay que tener en cuenta al acercarnos a las figuras de Durero y Cranach, artistas principales de la muestra, comunes a todos los artistas de Suiza, el Sacro Imperio, el ducado de Borgoña (Países Bajos) y Alemania en los siglos XV y XVI. Sobre todo si tenemos en cuenta que el Renacimiento no sólo consistió en un interés por la cultura clásica, sino en un instinto de exploración del mundo exterior e interior, en cuya representación superó a los artistas italianos.

Rasgos distintivos del Renacimiento septentrional

Los ideales que caracterizan al norte de Europa están arraigados en la relación de la obra con el mundo que la rodeaba y, especialmente, con el espectador que la contemplaba, de ahí su importancia como documento histórico del vivir y del sentir de una época. El realismo, la ubicación física, el significado religioso y el desarrollo de temas no religiosos se convierten en la meta de todos los artistas del norte. Aunque estos ideales son propósitos comunes al Renacimiento de toda Europa, sobre todo el interés por la conciencia individual (retratística) y el deseo de crear imágenes del mundo visible, haciendo que las escenas religiosas sean más creíbles y accesibles (naturalismo). La humanización del arte y de la cultura es una intención aplicable a toda la Europa renacentista, aunque las formas de expresarlas difieran entre el sur y el norte.

A mediados del siglo XVI, el pintor portugués Francisco de Holanda recogió las palabras de Miguel Ángel cuando se le preguntó por los logros del arte flamenco:

“La pintura flamenca agradará en general a los devotos mucho más que cualquier obra italiana, pues ésta nunca les induciría a las lágrimas, mientras que una pintura de Flandes les provocará muchas… En Flandes pintan con la intención de engañar a la vista. Pintan telas y muros, la hierba verde de los campos, la sombra de los árboles, ríos y puentes, y los llaman paisajes, con muchas figuras acá y otras allá. Todo ello se hace sin razón o arte alguno, sin simetría ni proporción, sin técnica, selección o valor, y también sin sustancia ni vigor. Esta pintura trata de hacer tantas cosas bien (cuando cada una sería suficientemente grande en sí misma), que no hace bien ninguna de ellas.”

Tal vez la pintura del norte no se sujete a normas teóricas imperantes en Italia, tal vez sus composiciones no se adapten al concepto de simetría de Alberti, ni las proporciones provengan de los libros de Serlio, pero el amor por los detalles, texturas y efectos de luz sutiles e ilusionistas, o la unión de la devoción y el gusto por la belleza natural en ámbitos como el paisaje, dotan y distinguen a la tradición septentrional de unas cualidades que aún hoy nos fascinan y hechizan por los sentimientos que transmiten.

El artista consciente de sí mismo

Si algo pone de manifiesto la exposición, es la exploración del mundo interior del artista. Sólo así entendemos las excentricidades de los cuadros de Grien, Altdorfer y Grünewald, o el deseo por transmitirnos la esencia de una personalidad en los retratos y autorretratos. Si las influencias del Renacimiento italiano en siglos posteriores se limitan a una vuelta al clasicismo, del septentrional saldrán movimientos como el romanticismo, el simbolismo, el expresionismo y el surrealismo, debido, en gran parte, a la descripción detallada del mundo interior y a la percepción individual del mundo exterior. ¿Acaso no miramos, incrédulos, la fecha de realización (1531) de Adán y Eva, de Hans Baldung Grien, por su color y su luz de luna en medio de la noche y por la mirada poseída de deseo de Adán, mientras su mano roza levemente el pecho de Eva? Todos entendemos la verdadera razón por la que Adán mordió la manzana. Pero ¿qué factores favorecieron este realismo psicológico y formal?

En primer lugar, el auge de una nueva clase media formada por burócratas que acumulaban el poder, en detrimento de la nobleza, y mercaderes y comerciantes, que trataban tanto con la corte como con las ciudades, y que se convertirán en grandes patronos de las artes, fomentando nuevos temas en el arte, como escenas de interiores, vistas urbanas reales, bodegones y retratos que representasen su nuevo estatus social. En segundo lugar, el encargo de obras de arte pasó a ser una empresa comercial más en las dinámicas ciudades europeas, con la diferencia de que el artista podía valerse de su destreza creativa y técnica en el producto final para poder competir por el mercado. Si alcanzaba el éxito era reconocido socialmente como uno más de esta nueva clase social, dejaba de ser artesano para convertirse en artista. Las obras de arte empezaron a producirse de forma especulativa para estos nuevos clientes. El mercado del arte pasó a ser un mercado abierto marcado por la competencia, favoreciendo la expresión personal y diferenciada de los artistas, personalidades tan distintas como Patinir o Altdorfer, Durero o El Bosco, Roger van der Weyden o Conrad Witz, Hugo van der Goes o Grünewald, Dirc Bouts, Jan van Eyck, Gerard David, Quinten Massys, Robert Camping o Marten van Heemskerck.

Teorías y técnica

La pintura en soporte bidimensional se convirtió en la dominante en el norte de Europa. Será la tabla de madera de pequeñas dimensiones la que reciba la caricia del óleo inventado por los hermanos Van Eyck en el siglo XV, debido en gran parte a la falta de innovación y cambio en la arquitectura. Se establece así una diferencia fundamental con Italia, donde predomina el muro arquitectónico como soporte y la técnica del temple al huevo, que produce un resultado bien distinto. Frente a la brillantez y a los efectos transparentes de la luz del óleo sobre tabla, la opacidad y rudeza de la pintura al temple. Frente al realismo preciosista en los mínimos detalles, como si de una obra de orfebrería se tratase, debido en parte a las reducidas dimensiones de las tablas, concebidas para ser observadas en la privacidad del hogar, el realismo de grandes figuras modeladas a base de colores planos en grandes superficies simplificadas, con texturas no diferenciadas, de los frescos italianos, pensados para espacios públicos. Frente a un expresionismo espacial, aparentemente sin reglas matemáticas, sentido y vivido, el sometimiento a la teoría ilusionista de la perspectiva, de líneas ortogonales y composiciones simétricas, del arte italiano.

Como ven, dos modos de percepción y expresión diferentes para un mismo objetivo: confundir al espectador sobre la realidad y la fantasía, mostrándole un nuevo mundo, interior y exterior, de nuevos descubrimientos geográficos, astronómicos, filosóficos, botánicos… Donde a través de la vista se hace llegar de forma convincente cualquier tipo de mensaje, bajo un realismo que, aun hoy, parece mágico.

Si las influencias del Renacimiento italiano en siglos posteriores se limitan a una vuelta al clasicismo, del septentrional saldrán movimientos como el romanticismo, el simbolismo, el expresionismo y el surrealismo, debido, en gran parte, a la descripción detallada del mundo interior y a la percepción individual del mundo exterior.

La exposición Durero y Cranach

La muestra se centra en el Renacimiento alemán, resaltando las figuras de Durero y Cranach. Se divide en dos capítulos que se presentan en cada una de las sedes: El mundo de los artistas, en el Museo Thyssen- Bornemisza, y Un mundo en conflicto, en la Fundación Caja Madrid. La primera, centrada en aspectos más íntimos, muestra la imagen del artista alemán, marcado por el orgullo y la melancolía; la ciudad de Núremberg como foco artístico; el nuevo estatus social del artista “Aquí soy un señor”; el coleccionismo; ciencia y pintura en Alberto Durero y las características del retrato alemán. La segunda, centrada en el poder y en la religión, muestra la crisis religiosa a través de imágenes para la salvación e imágenes como palabras, acercándonos, también, a la figura de Maximiliano I y a las representaciones de la guerra.

Durero y Cranach. Arte y Humanismo en la Alemania del Renacimiento. Hasta el 6 de enero. Museo Thyssen-Bornemisza / Fundación Caja Madrid

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