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Cambios en la dieta y estilo de vida reducen el riesgo de infertilidad

JANO.es · 08 noviembre 2007

Una menor ingesta de grasas trans y azúcar procedente de carbohidratos, así como un mayor consumo de fibra y hierro, entre otras cosas, se asocian a una mayor fertilidad femenina

Cada vez es más dificil tener secretos. Las nuevas tecnologías y la promiscuidad social propician la comunicación compulsiva y todo debe ser dicho públicamente, ya sea gritando, hablando, susurrando o relatando nuestras más íntimas impresiones en blogs internáuticos abiertos a todos y cada vez más frecuentes. Guardar un secreto, pues, es una práctica en desuso, pese a las satisfacciones que produce cumplir la promesa de no revelar algo que nos contaron después de prevenirnos, con la solemnidad o confidencialidad que requería el momento, de que “me guardarás el secreto”.

Existe, además, una industria del secreto. Del secreto desvelado, ya se entiende. Me refiero a los programas mal llamados del corazón y peor llamados de información rosa y que, en la práctica, ni se refieren al corazón ni tienen nada de información. Allí los secretos son la materia prima para un negocio activo, imaginativo y en el que impera una versión muy sofisticada de ley de la selva. Si alguien creía tener un secreto, confesable o no, si creía que su intimidad le pertenecía y estaba a salvo, estaba totalmente equivocado. Pongamos que una familia de artistas comparte el secreto de un hijo ilegítimo, de una enfermedad grave o de cualquier circunstancia privada susceptible de convertirse en chismorreo. De repente, se produce una filtración, generalmente propiciada por terceros, y el secreto adquiere una dimensión pública. El hijo ilegítimo —o toxicómano, o abandonado— aparece y, previo cobro, se sienta ante las cámaras y cuenta lo que le conviene. La exmujer maltratada hace lo mismo. Ante este secreto desvelado, el espectador se pregunta: ¿es verdad? ¿es mentira? El anzuelo ya está lanzado y, por desgracia, solemos morderlo con excesiva facilidad.

Tenemos, pues, esta primera fase de secretos desvelados por cuenta de terceros. Los afectados, entonces, se plantean una duda razonable: ¿por qué no beneficiarnos nosotros de nuestros propios secretos? Y entonces, armándose de valor o macerándose en whiskys o tranquilizantes, el protagonista, culpable, sospechoso o implicado, sale al escenario y admite haber tenido un hijo ilegítimo, maltratado a su exmujer o cualquier otra maldad. En caso de que lo manifestado por terceros sea mentira, el protagonista puede beneficiarse desmintiéndolo y desvelando parte —los contratos así lo estipulan— del secreto. Si tiene talento, puede convertir el mismo secreto en una fuente permanente de ingresos.

Queda una tercera opción, cada vez más extendida: provocar el secreto para, con una visión a largo plazo, poder beneficiarse de él. Una pareja que no se quiere y sabe perfectamente que no van a ninguna parte decide publicitar su noviazgo fingido. Primera factura: el noviazgo. Se dejan ver en cenas y fiestas, admiten cualquier exclusiva de segunda división y se dan a conocer. Una vez en el escaparate, deciden formalizar su relación. Segunda factura: la boda. Si son impacientes, puede que de la boda pasen directamente a la separación, pero lo recomendable en estos casos es, compartiendo intimidades y otros secretos, tener un hijo. Tercera factura: el nacimiento del hijo. Con el hijo a cuestas, ya es fácil escenificar una separación que incluirá la confesión de secretos mutuos para alimentar el morbo. Cuarta factura: la separación —que, como tal, tiene la particularidad de que ambos cónyuges pueden tramitarla y cobrarla por separado—. Y entonces empieza el largo camino de amplificación de secretos de pareja, reales o no, que contribuirá a alimentar este perverso negocio. Antes se decía “esto no tiene secretos para mí” y todos nos entendíamos. En la historia, ocurre lo mismo, y por más que los nazis, los entusiastas de Stalin o los mismísimos cartagineses intentaran esconder alguna parte de su existencia, siempre aparece algún historiador sabueso que desvela la trama y que, con más o menos pirotecnia, acaba con la confidencialidad. En los negocios tambien es importante saber mantener los secretos. Uno de los maestros en la materia, Aristóteles Onassis, tuvo el acierto de verbalizar una definición muy interesante: “El secreto del éxito en los negocios consiste en saber algo que nadie conoce”. El secreto, pues, consiste en mantener el secreto.

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