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ENDOCRINOLOGÍA

Carencia de magnesio y envejecimiento celular

JANO.es y agencias · 08 abril 2008

Se comprueba que fibroblastos humanos envejecen antes cuando son moderadamente deficientes en este elemento esencial para muchos procesos biológicos

Si el psicoanálisis consuela a quien lo busca, bendito Freud; consolar ayuda a sentir menos las penas. Si meramente entretiene, perdurará mientras explayarse en el diván ofrezca una esperanza de huir de presentes amuermados.

Colodrón, un clásico contemporáneo. 
José Lázaro. 
Departamento de Psiquiatría. Universidad Autónoma de Madrid. España.

Suele afirmarse —con cierta razón— que los psiquiatras españoles han hecho escasas aportaciones relevantes a la psiquiatría universal. Pero esta afirmación implica una cuestión previa que no siempre se explicita: ¿cómo se mide la aportación científica de cada psiquiatra? Hoy la respuesta está siniestramente clara —como diría Juan de Mairena— : se mide con el factor de impacto, ese lecho de Procusto que elabora y comercializa una empresa privada de Philadelphia.

Pero hace treinta o cuarenta años la calidad de una teoría psiquiátrica se medía de una forma muy distinta. O, mejor dicho, de dos: los espíritus académicos, con criterios generalmente escalafónicos, y los interesados por el pensamiento científico, según la sensibilidad de su propio paladar. Era la libre lectura crítica de cada uno la que tenía que valorar la originalidad y fecundidad de un pensamiento psiquiátrico que cada autor desarrollaba según su propia capacidad y orientación. Y sólo de esta última manera se puede apreciar la obra que, desde hace cuarenta años, viene publicando Antonio Colodrón. Una obra, para mi gusto, de una extraordinaria calidad y de una sólida coherencia.

El pensamiento de Colodrón se apoya en conceptos básicos de biología evolucionista para elevarse desde ellos a la teoría de lo específicamente humano —y en particular al análisis de la esquizofrenia—. Su concepto central es el de “acción humana”, mucho más amplio que el de mero acto de conducta, ya que engloba la experiencia, la conducta y cuanto media entre ellas. La acción humana es, para él, una síntesis de reflejos heredados filogenéticamente —comunes a la especie— y pautas de comportamiento personales —aprendidas a lo largo del desarrollo de cada individuo en su propio medio social—. Este conjunto de reflejos incondicionados y condicionados interactúa constantemente con el propio cuerpo y con su entorno para favorecer la supervivencia del individuo y de su especie.

El nivel humano de organización supone una integración total de las funciones parciales del organismo y presupone todos los niveles previos e inferiores —el molecular, el celular, el orgánico, el animal, etc.—. Estos niveles están naturalmente ordenados de lo antiguo a lo reciente y de lo simple a lo complejo. A través de la selección natural, una determinada combinación de elementos simples —en un cierto nivel— produce el surgimiento de nuevas cualidades y la emergencia de estructuras biológicas y acciones nuevas y específicas del nivel superior alcanzado. La acción humana engloba la acción celular, pero no a la inversa. La acción humana presupone la información genética individual, pero también el medio social de cada individuo.

El ser humano realiza una creación constante de sí mismo en relación dialéctica con su propio cuerpo y con su medio natural y social. Pero la acción humana —la más compleja que la naturaleza ha producido, y por ello también la más vulnerable— puede experimentar trastornos que la desorganizan. Estos trastornos pueden ser reversibles o irreversibles, sólo funcionales o también estructurales. Hay ciertos trastornos de la acción humana —enigmáticos y heterogéneos— que se suelen denominar “esquizofrenia”. En ellos se produce una disolución del sujeto que no parece tener una causa única y no se desarrolla de forma lineal, sino que está marcada por sucesivos intentos de recuperar el equilibrio. Cada uno de estos intentos implica —para el sujeto que los padece y los realiza— un nuevo modo de reinterpretar el mundo. Cada uno de ellos se expresa en lo que el observador considera como un nuevo conjunto de síntomas psicóticos escasamente comprensibles. El trastorno esquizofrénico es una ruptura de la persona en la que se disuelve el sentido de la realidad, la continuidad del pasado con el presente, la propia historia de un sujeto humano que interactúa con un medio humano —y por ello a la vez biológico y social.

Convencido de que la teoría es condición necesaria —aunque no suficiente— para el progreso de la psiquiatría, Colodrón desarrolla a lo largo de toda su obra —felizmente, abierta— su reflexión evolutiva sobre la esquizofrenia. Plantea con ella nuevas formas de interpretar problemas como el de la cronicidad, el del diagnóstico y aun el de la consistencia del propio concepto de este trastorno: en su opinión, tenemos cada vez más datos sobre eso que llamamos esquizofrenia, aunque seguimos sin saber realmente lo que es.

Colodrón es un claro representante de una psiquiatría propia del siglo xx, pero ya casi desaparecida: la que parte del estudio de los clásicos de la disciplina para intentar elaborar un pensamiento psiquiátrico racional, original y crítico, firmemente apoyado en las ciencias biológicas, las ciencias sociales y las humanidades —así como en la experiencia clínica personal— y expuesto en un cuidado estilo literario. Quienes decidan concederse a sí mismos el placer de leer las sutiles y matizadas críticas al freudismo que hoy tenemos el honor de publicar en estas páginas, tendrán ocasión de paladear una escritura que, para los que leemos habitualmente a Colodrón, ha llegado a convertirse en una adicción gozosamente incurable.

El Einspänner, un “amor vienés”, se prepara vertiendo infusión muy caliente de café en una copa en cuyo fondo se ha depositado azúcar; agitada la mezcla, se añade una primorosa nata batida que llaman Schlagober. El resultado, una exquisitez que, de enfriarse, pierde sabor y pierde gloria.

La disfruto evocando el pasado irrepetible del Kaffee Landmann, joya excelente de aquella Viena imperial cabeza de pueblos múltiples en credos y culturas. Artistas, intelectuales, escritores, músicos, físicos, políticos austriacos y exiliados, sobre todo socialistas, se confunden, en catorce o quince lenguas, con celebridades que pisándose los talones llenan Europa de nuevas ideas nacidas al rescoldo de un imperio que se hunde. A las veces, también Freud se deja ver en tertulias o jugando al tarot. Vive aquí cerca, en el número 19 de la Berggasse, con su esposa, sus hijos y Minna Bernays, la cuñada permanente objeto de deseo. Desde que en 1900 apareció La interpretación de los sueños, edición diferida para hacerla coincidir con una fecha redonda y decisiva —¡qué perspicacia la de Freud!—, la casa, actualmente museo que guarda reproducciones de unos cuantos trastos de despacho, cartas, libros, antigüedades y fotografías, fue y sigue siendo punto de peregrinación de fieles discípulos que iluminaron el mundo con candelas de una nueva fe, hasta entonces oculta, nacida a la vida desde el atormentado autoanálisis del genio. La burguesía, “acomplejada” y contrita, aprendió a leer en los sueños las razones de sus culpas y perversidades, a ver blanco lo negro, bueno lo malo, ángeles los demonios y, más subversivo, a poner el “yo” donde estaba el “ello”.

Siento que no me explico bien; Freud, por supuesto, supo hacerlo con deliciosos acentos mitad compases sublimes, mitad impúdicos relatos. Por fortuna, tras abandonar su flirteo con la hipnosis e incluso con la innovadora purga psicológica, el método catártico, dedicó una larga vida a ilustrar con pluma brillante y mágico talento que, tras la cortina de lo consciente, el psiquismo es una escabrosa dictadura de lo irracional. Tal fue su empresa fascinante, desmitificar a la diosa de la razón. La única correría por lo establecido, el Proyecto para una psicología científica, pronto le defraudó. Y es que este proyecto, considerado por su autor como esbozo vacilante e incompleto de un modelo de mente, exigía lo inhacedero: fundir en uno lo anatómico y lo psíquico, el cerebro y el pensar. No obstante, el modelo no fue inútil, pues tan tempranero sistema de tensiones, contratensiones, estímulos e inhibiciones, coetáneo con los Estudios sobre la histeria y previo a la ópera magna, La interpretación de los sueños, le acompaño, discreto, como soterrado fundamento de todo el trabajo posterior, aunque nunca se acordó de él. Trasladado más tarde al enigmático espacio del psiquismo, ese “esbozo mecánico” inspiró en adelante las páginas más cautivadoras del inmenso investigador, cuyo talento, pesimista siempre, floreció, inagotable y poderoso, para látigo de hipócritas y meapilas.

Con la posguerra, Viena empobrecida ofrece un marco poco favorable al optimismo, pero para Freud, salvo la disidencia de alguno de sus discípulos, todo son triunfos. Incluso su cuestionado cáncer de mandíbula se oculta en el trasfondo de una actividad insultante y creadora, hasta que las llamas de lo absurdo, prendidas por la misma mano que las del Reichstag, queman sus libros.

En Alemania, pronto en Austria y en toda Europa, cornetas y tambores silencian el freudismo mientras Roma, tan fina siempre, escapa a la algarabía y calla, pues una condena radical e inoportuna pudiera movilizar malas lenguas anticlericales que, ahora enmudecidas, esperan aires mejores. Tiempo al tiempo; transcurrirán años antes de digerir a Freud. Hasta entonces, caerán muchas hojas muertas como éstas que ahora, columpiadas por el viento, veo a través de las ventanas del Kaffeehaus.

Ha entrado el otoño. No sin tristeza he de marcharme de Viena. Tras el agobio de los aeropuertos, regresaré hoy al alboroto de Madrid. Y quiero llevar en la memoria el singular escenario del Landmann, la imagen de sus gentes, de sus maderas, de sus ventanas y espejos, melancólico recuerdo del pasado, estampa cotidiana de la hermosa Viena decadente adelantada de la cultura y envuelta en el aroma exquisito de sus cafés.

Se han multiplicado a miles los clones de aquellos libros que ardieron en Berlín y el Reichstag se envanece de una nueva cúpula fenomenal. Con el 2006 se irán ciento cincuenta años desde el nacimiento de Freud. Me flipa imaginar que, tras otro medio siglo con el segundo centenario del maestro, los empinados ingenieros del psiquismo, vencidos porque sus modelos no armonizan, volverán, desengañados, a las embestidas contra Freud; sin pretenderlo, resucitarán las polémicas sobre lo irracional del hombre y las viejas magias escondidas con que intentar apaciguarlo. La moda se surtirá otra vez de libido y de sueños, del yo y el ello, de complejos de Edipo y de historias sobre hombres con ratas y lobos, de andanzas y fantasías como las de Dora, de Irma y de Anna O…

Día a día crece el escepticismo sobre su alcance terapéutico, pero si el psicoanálisis consuela a quien lo busca, bendito Freud; consolar ayuda a sentir menos las penas. Si meramente entretiene, perdurará mientras explayarse en el diván ofrezca una esperanza de huir de presentes amuermados; la felicidad, esa ventura caprichosa que cada uno ha de buscar cómo y donde pueda, no rechaza capotes para lidiar las perversidades oscuras que turban, recónditas, el alma.

Hoy muchos otros modelos, seráficos o libertarios, que ofrecen procederes más baratos y breves, incluso casi gratis y al minuto, en grupos que gritan y se contorsionan o en otros, callados, que incitan a contemplarse el ombligo; incluso en prácticas a domicilio dirigidas online. Son incontables las formas de inducir transportes psíquicos y, sin duda, se dará con otras más. Pero temo que, con tantas invenciones y fatuidades, sin tiempo y sin la intimidad que quien escucha procura, el encantamiento terapéutico, de producirse, se enfriará enseguida y se echará a perder como el delicioso aroma del Einspänner, ese capricho vienés.

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