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JANO.es · 18 octubre 2007

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El viaje imaginario hecho realidad

Desde épocas inmemoriales el hombre soñó con llegar a la Luna. Cuando Galileo divisó el satélite con su telescopio y dijo que se trataba de un lugar pedregoso e irregular, las autoridades de la época casi lo mandan quemar por hereje ya que el astro se consideraba una esfera perfecta de cristal, casi inmaculada. Dante imaginó la vida en la Luna, Julio Verne escribió una novela titulada De la tierra a Luna, y el encuentro con los selenitas era algo codiciado por todos. Lo que parecía pura ficción o mitología se iba a convertir en una realidad en el siglo xx.

Los avances de la Agencia Espacial Norteamericana (NASA) dieron sus frutos el 16 de julio de 1969 cuando Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins partieron en la nave Apollo XI hacia la Luna. El sueño del hombre se iba a cumplir, el viaje más largo estaba a punto de empezar.

Coraje y valentía

Nadie sabía a ciencia cierta cuál sería el comportamiento del ser humano en la Luna, un satélite con menos gravedad que la Tierra. Incluso se temía que los astronautas contrajeran algún tipo de enfermedad transmitida por microorganismos desconocidos (aunque parezca mentira, la existencia de vida, aunque fuera en forma de bacterias, no se descartó). Los tres tripulantes de la nave mostraron por tanto el mismo valor que antaño tuvieron otros exploradores que se lanzaron al mar en busca de lugares remotos y desconocidos.

En cuanto la nave llegó con éxito a la Luna y aterrizó cerca del mar de La Tranquilidad, el comandante Neil Armstrong descendió de la nave y pronunció la famosa frase: "Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad". Cuando pocos minutos después Aldrin siguió el camino de Armstrong, exclamó de manera más espontánea al ver la superficie Lunar: "Qué magnífica desolación". Aldrin debió de sentir lo que tantas veces siente el ser humano cuando llega a un destino con ciertas esperanzas y lo que encuentra es árido o impenetrable aunque la fuerza natural le conmueva.

La misión transcurrió con éxito y se realizó una comunicación telefónica con el presidente Nixon. Las palabras de Nixon y de los astronautas hablaban de paz, de una única Humanidad no dividida por nacionalidades, razas o religiones, sin embargo, la bandera estadounidense que se clavó, no sin esfuerzos, resultó muy polémica ya que recordó a los antiguos símbolos que se utilizaban en la colonización de nuevas tierras y culturas.

La vuelta

Nadie sabía cómo podría afectar este largo viaje a un entorno tan distinto y desconocido para los tripulantes, por ello se dispuso que permanecieran un tiempo en cuarentena. Durante los veintiún días en los que estuvieron en observación no se vio ningún problema serio y los astronautas trabajaron con el resto del equipo en la redacción de informes.

Neil Armstrong, el comandante, padeció una enfermedad que aunque no resultó grave, produce graves molestias: una conjuntivitis hemorrágica causada por un enterovirus. Desde entonces se conoce con el nombre de conjuntivitis o enfermedad del Apollo XI. No existen muchos documentos al respecto y no queda claro dónde contrajo Armstrong el virus.

En 1969 apareció una nueva forma de conjuntivitis en Ghana e Indonesia, la conjuntivitis hemorrágica, que se expandió por el resto del mundo en poco tiempo.

Está producida por enterovirus.

Las conjuntivitis hemorrágicas se producen en brotes en la estación lluviosa.

Se transmite de persona a persona.

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