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INMUNOLOGÍA

La felicidad fortalece el sistema inmunológico

JANO.es y agencias · 31 octubre 2007

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Ningún lugar en el mundo ha exhibido para mí una belleza visual tan fascinante como Egipto. O, para el caso, tanta fealdad... Alguien, de hecho una persona muy sabia, dijo una vez que los egipcios tienen sus pies en el lodo y su cabeza en las nubes. Por suerte, tiendo a recordar la belleza de las nubes. O la belleza en lugares y momentos afortunados, cuando elementos distintos, luces y sombras, sol u ocaso, coinciden y crean un efecto mágico. O en el brillante destello de una sonrisa de una joven estudiante de la Universidad de El Cairo, o la de una tímida chica aldeana del Nilo.

Las tierras del delta del Nilo

Las tierras del delta del Nilo tienen una especie de belleza eterna. Para conseguir algunas fotos de esta antigua forma de vida y ganarme la confianza de los fellaheen, los campesinos, pasé en una ocasión una semana entera en el humilde hogar de uno de ellos.

Comía su sabrosa comida, sin problemas, y dormía en una estera de paja... Más bien, intentaba dormir. La casa estaba infestada de chinches que picaban tan pronto como se iban las luces. El único alivio llegaba cuando había luz de nuevo y los bichos parecían huir.

Una mañana mi asistente egipcio contó más de un centenar de picaduras en mi espalda y mis brazos. Me dijo que aquellos bichos debían de haber estado allí desde los tiempos de los faraones y que los campesinos eran, evidentemente, inmunes a ellos, mientras a mí me salían hinchazones por todas partes.

Levantarme a las cuatro o las cinco de la mañana con la familia era la rutina habitual. Uno de los resultados de aquella semana en la granja fue la foto titulada Campesinos del delta del Nilo yendo a los campos al amanecer y Noria de agua en el delta del Nilo. Durante aquellos preciosos días hice suficientes fotos como para llenar un libro; nunca podré olvidar la amabilidad y generosidad de la pequeña familia que me acogió y confió en mí.

Los lagos del delta

En el delta del Nilo, separados del Mediterráneo por sólo una estrecha franja de arena, hay un abundante número de lagos que nadie que yo conociera había visitado nunca. El mayor, el Manzala. La curiosidad me hizo contratar un pequeño barco de pesca que navegaba desde un pueblo pesquero cerca de Port Said.

¡Velas! Todo el lago estaba salpicado de velas. Velas latinas triangulares, sencillas pero elegantes y eficientes. Nada de embarcaciones de recreo, todas estaban allí para pescar. Era el sueño de un fotógrafo que se vuelve especialmente vívido hacia el atardecer, cuando algunas de las embarcaciones se silueteaban contra el cielo rojo oscuro. Una de las escenas más bellas para mí fue la de un chico que había construido un pequeño barco de juguete, con vela latina, igual que los otros. Al mismo tiempo que lo puso a navegar, en la distancia se podía ver media docena de embarcaciones de pesca de verdad con la misma vela. Tener una era su sueño.

El dueño de nuestra embarcación también consiguió un pequeño pescado que rápidamente cocinó en una minúscula parrilla de carbón, mientras flotábamos en medio del lago. Asado con sólo un poco de sal gorda y comido con las manos, su sabor era absolutamente delicioso. Las manos sucias se lavaban en el lago y el té dulce se servía en pequeños vasos, y así seguíamos navegando hasta el ocaso.

Encontrar momentos de belleza extrema a menudo tiene su coste. Como levantarse antes que el sol y, a veces, pasar momentos de gran incomodidad.

“Ésta es la tumba de un noble, Ka Gimni”

La magia egipcia llega de muchas formas, a menudo inesperadamente. Un día estaba caminado alrededor de la pirámide de Djoser, la más antigua de todas, cuando un egipcio vestido de blanco se me acercó y me preguntó si quería ver algo muuuuuy muuuuuy especial adonde nunca se llevaba a los turistas. ¡Prohibido! Había que darle una propina, desde luego, pero acepté.

Nos alejamos de la pirámide y bajamos un poco hasta una puerta de hierro. Ahmed sacó una gran llave de su bolsillo y abrió la puerta. Con la única luz de su linterna, descendimos hasta entrar en una cripta, una gran tumba. La maravilla de las maravillas: las paredes estaban cubiertas de finos relieves esculpidos y labrados mostrando la vida cotidiana de hacía unos 4.600 años. Ahmed dijo: “Ésta es la tumba de un noble, Ka Gimni”.

Fue como entrar en un mundo que existió hace miles de años, ver cómo los antiguos egipcios vivían y trabajaban. Una imagen mostraba a hombres que pescaban en una canoa. El pez representado aún existe en el Nilo actual. A la izquierda se asomaba un cocodrilo. Uno de los hombres pescaba con una especie de red y otro usaba anzuelos. Su canoa estaba hecha de algún tipo de juncos, posiblemente papiros, que se ven a la izquierda. La foto se tomó a la luz de la linterna de Ahmed, que por cierto era bastante débil.

Lo extraño de aquella magia es que cuando volví con un flash adecuado días después no encontré ni la tumba ni a Ahmed. Ahora, años después, ¡ni siquiera puedo encontrar “Ka Gimni” en Google!

Todas mis fotos de Egipto tienen una historia y algún día escribiré un libro para relatarlas todas.

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