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DROGADICCIÓN

La investigación sobre drogas reduce sus costes sociales y sanitarios

JANO.es y agencias · 17 diciembre 2007

El subsecretario de Sanidad, José Martínez Olmos, defiende promover la investigación en las clínicas de drogodependencia

En otro cementerio de la Costa da Morte, hay un nicho en el que un muchacho, Álvaro, es eternamente rememorado por su madre, y por aquel que se aproxime a su tumba, de esta forma: Cuando pases mírame / cuenta si puedes mis llagas / ay hijo qué mal me pagas / la sangre que derramé. Uno se pregunta ahora quién ideó el poema, qué vate local, qué familiar aficionado a la poesía decidió que semejante inscripción apurara en esos cuatro versos la biografía de una existencia adversa. Viajo por los cementerios de mi tierra: Mondoñedo, Ourense, Carnota, Cee, Finisterre, por otros que tienen la hermosura de un paisaje que sólo parecía existir en novelas románticas (Luarca), por los grandes cementerios de París, a la búsqueda de esos epitafios que le arrancan a uno dosis de melancolía, de piedad, casi ganas de intentar una oración que ya ha olvidado. En Montparnasse uno puede visitar las tumbas de Baudelaire, de Sartre y Simone de Beauvoir, de César Vallejo, de los autonautas de la cosmopista Caroll Dunlop y Julio Cortázar: no hallará en ellas sino sus nombres y las fechas de nacimiento y muerte. Pero se desvía uno por un camino lateral y encuentra la escultura de un pájaro abstracto de hierro y vidrio en una aparatosa tumba de pórfido donde alguien ha escrito en francés: A mi amigo Jean-Jacques, pájaro que voló demasiado temprano. Y nos preguntamos quién es ese Jean-Jacques. Quizá no sean los muertos anónimos quienes reclaman esa exuberancia de inscripciones, sino los muertos prematuros que necesitan una dedicatoria que justifique la brevedad de esa existencia. Christine Patricia, Asunción, Jean-Jacques, Álvaro: todos fallecidos cuando la vida todavía estaba en deuda con ellos. Aunque lo juicioso sería pensar que somos nosotros quienes estamos en deuda permanente con la vida. En Père Lachaise se siguen muriendo silenciosamente Marcel Proust y Oscar Wilde, y Guillaume Apollinaire y Jim Morrison. Otro camposanto de la Costa da Morte. En él, un párroco, que parece desconfiar de quienes le sobrevivan, advierte en la inscripción de su lápida: Deja prohibido tanto a herederos como a extraños el que en ningún tiempo usen y usurpen esta propiedad. Aviso similar al que el intelectual orensano Ben Cho Sei, con más barroco estilo, escribe en vida para que lo perpetúen en su tumba del cementerio de San Francisco, donde reposan ilustres como Otero Pedrayo, Blanco Amor o José Ángel Valente.

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