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La ONU inicia nuevas acciones contra mutilación genital femenina

JANO.es · 05 marzo 2008

Diez agencias lanzan una nueva campaña con el fin de acabar con esta práctica. Se estima que entre 100 y 140 millones de mujeres y niñas han sido sometidas a mutilación genital

Alguien del pueblo le dijo que el último lobo que quedaba en la comarca estaba viviendo en una casita de techo rojo y paredes encaladas, con una larga chimenea por la que se escapaba una columna de humo que luego, al llegar al cielo, se enroscaba en forma de corazón.

– Vamos a ver qué tal lobo es ese —se dijo el poeta, preparando su bloc de notas y su lapicero rojo—. Vamos a ver si es digno sucesor de sus feroces antepasados.

Y ni corto ni perezoso, a pesar de la nieve que estaba cayendo y que casi no le dejaba ver el camino, se dirigió hacia la casita de paredes encaladas.

– Adelante —le invitó el lobo, abriéndole la puerta de par en par—. Pase y siéntese junto al fuego. Dígame en qué puedo servirle.

– Quería conocerle personalmente —le explicó el poeta—. Ya sé que no es normal que la gente de bien —y yo me tengo por un hombre de bien— quiera conocer a una criatura con tan mala fama como la suya. A mí, sin embargo, me gustaría hacerle algunas preguntas.

– Adelante pues con esas preguntas —le invitó el lobo, clavando su mirada de fuego en el poeta y pensando que, para cultivar la poesía, aquel hombre estaba demasiado gordo.

– Mi primera pregunta es la siguiente —le dijo el Poeta—. Algunos psicoanalistas, que como usted sabe son aficionados a sacarle la punta a todo, nos dicen ahora que el cuento de Caperucita —en el que un lobo como usted desempeña un papel protagonista— podría simbolizar nada menos que la primera menstruación e incluso el descubrimiento de la sexualidad. ¿Qué piensa usted al respecto?

–Pues opino que sí, que tienen razón los psicoanalistas que suponen eso —contestó el lobo—. A mi colega le correspondería el papel de macho agresivo, y el acto de devorar a Caperucita significaría el acto sexual.

– Dígame ahora que piensa de Caperucita —preguntó el poeta—. ¿Cree usted que fue ella la que, con una excusa tan tonta como la de llevar la merienda a su abuelita, fue esparciendo sus feromonas por todo el bosque, esperando atraer a los más bellos pastores de la comarca?

– Eso ya no lo sé —respondió el lobo—. No lo sé porque yo no estaba allí. Debería usted preguntárselo a mi colega, el del cuento. Seguro que él podría darle alguna información al respecto.

– A aquel lobo le mataron los pastores, recuérdelo —dijo el poeta—. Hace siglos que no existe.

– Pues también a mí me mató hace años la soledad —contestó el lobo—. También yo estoy como muerto. Después de tanto tiempo de vivir en esta casa sin compañía, protegido por todos los ecologistas del país, he olvidado el olor de las hembras.

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