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Los antioxidantes no previenen la DMAE

JANO.es · 18 octubre 2007

Es la conclusión de un estudio australiano publicado en él "British Medical Journal"

La chinchona o la riqueza del Perú

Desde que la condesa de Chinchón difundió el remedio de la corteza del árbol que posteriormente se bautizaría en su honor, chinchona, miles de enfermos de paludismo en todo el mundo tuvieron una esperanza de curación. Sin embargo, la distribución de la corteza por los países de Europa resultaba muy difícil, ya que el viaje desde América del Sur encarecía mucho el remedio. Para países como Perú, Ecuador, Bolivia o Colombia esto suponía una alta fuente de ingresos mientras que para países como Inglaterra, Holanda o Francia el consumo de chinchona suponía un gran gasto económico y moral (acostumbrados a obtener grandes recursos gracias a las riquezas naturales de "países subdesarrollados" como India, Java o Argelia).

Por este motivo, numerosos exploradores procedentes de estas potencias pensaron que sería un negocio redondo lograr el cultivo del árbol en cualquier rincón del mundo que estuviera bajo su dominio. La aventura no resultaría tan sencilla y el viaje de la chinchona más allá de los territorios del antiguo Imperio Inca parecería condenado por una maldición del espíritu protector de los viejos reyes.

El árbol de la quina, una oportunidad económica para otros

En 1735 Condamine, un botánico francés que se encontraba de expedición por Perú tuvo grandes desavenencias con sus compañeros de grupo. Condamine, que no estaba dispuesto a volver a Francia, comenzó un largo viaje recogiendo muestras de plantas. Pronto se dio cuenta de la cantidad de árboles de quina que había en aquellas regiones; cada rama le parecía un millón de francos, y pensó que le convendría volver a su país con chinchonas que crecieran en Argelia. Recogió miles de semillas y brotes de árbol que transportó por gran parte del territorio americano. Cuando quedaban pocas jornadas para introducir el cargamento en el barco que le llevaría de nuevo a Europa y después de haber sorteado tribus hostiles, tormentas, montañas y ríos, su canoa naufragó y perdió todo el material. Su empresa se vino abajo.

Poco tiempo después, su compatriota Jussieu intentó sacar adelante el mismo negocio, pero transportando sólo las semillas como si se tratara de piedras preciosas. Tantas sospechas levantó Jussieu que un joven ratero pensó que el europeo llevaba el tesoro de El Dorado. Cuando descubrió que se trataba sólo de unas cuantas semillas, enfadado tiró la mercancía por la borda del barco en el que Jussieu esperaba para volver a Francia. La maldición de la chinchona comenzó a extenderse. Los terratenientes decidieron que aquellos listos europeos no iban a robarles una de las pocas riquezas que les quedaban intactas de su tierra y se emitieron decretos que prohibían terminantemente la salida de semillas o brotes de chinchona. Sin embargo, el negocio era tan lucrativo que el holandés Hasskarl se hizo pasar por un inofensivo viajero camuflado tras el nombre de José Carlos Mueller. Hasskarl logró sacar brotes y semillas de chinchona que exportó hacia las colonias de Java, donde la planta creció sin problemas. El holandés se convirtió en un héroe nacional y recibió el cargo de administrador de las plantaciones javanesas de árbol de la quina. Hasskarl, se movió por allí como un dios en la tierra, cobraba un gran sueldo y obtuvo multitud de títulos. Holanda se frotaba las manos con su gran negocio pero poco tiempo después se descubrió que la variedad de chinchona que había conseguido el héroe no contenía ni un gramo de quinina, por lo que no servía para nada. De nuevo, el destino --o el espíritu de los incas-- se burlaba de los codiciosos europeos.

El joven Markham logró tras grandes años de penurias y de jugarse la vida, sacar de Perú semillas de chinchona amarilla. Tuvo que mentir como un bellaco, y el hecho de que los que le descubrieron no lo mataran dice mucho del respeto que imponía un joven europeo. Los ingleses plantaron la chinchona en India y Sri Lanka. Markham disfrutó poco su éxito porque murió rápidamente.

Otro que intentó hacer negocio fue Ledger, que envió a su criado Manuel a recoger suficientes semillas. Manuel pasó cinco largos años en las montañas sufriendo grandes penalidades. Enfermó por la altitud y pasó un horror indescriptible en las cárceles bolivianas cuando lo descubrieron robando las semillas de chinchona. Murió y Ledger mandó el cargamento a su hermano, el cual trató de vender las semillas en Inglaterra a un precio desorbitado pero el imperio ya tenía plantaciones en sus colonias Indias y de Ceilán. Los holandeses le compraron una mísera cantidad (ni medio kilo de semillas) e hicieron un gran negocio, ya que la chinchona creció de maravilla en Java.

El precio de la chinchona bajó considerablemente y de ello se beneficiaron millones de afectados de la "avanzada" Europa, mientras que para los pobres enfermos de malaria de los países africanos, el tratamiento sigue siendo un lujo.

* La malaria junto con el sida y la tuberculosis es una de las primeras causas de muerte en los países empobrecidos.

* Se estima que el 41% de la población mundial corre riesgo de contraer la enfermedad.

* En África muere un niño de malaria cada 30 segundos, cuando es una enfermedad para la que se dispone tratamiento.

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