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TABAQUISMO

Los expertos piden más avances en la prevención del tabaquismo

JANO.es · 29 octubre 2007

Reclaman a los grupos políticos que los espacios públicos, incluidos bares y restaurantes, sean totalmente libres de humo, que se retire el tabaco del IPC y que se oferte asistencia de calidad a los fumadores

Despertando al frío invernal de Marrakech, sucumbimos a la deslumbrante belleza de esta ciudad, del laberinto mil veces repetido de su medina y de los magos, acróbatas y lunáticos de todo pelaje que pueblan la plaza de Djema el Fna. De súbito emerge, como de otro mundo, la llamada del almuédano a los fieles para la primera oración del día, pero la voz del alminar capitula bajo el rugido bronco y rotundo de las motos, que nos anuncia un año más la inmersión en los espacios abiertos y desolados del sur marroquí. A lomos de estas monturas desprovistas de alma y de piedad, enfilamos, pues, hacia el sur a la búqueda de la gloria prometida. Pero ahora, con nieve en ocasiones hasta la altura de las rodillas, entre patinazos e improperios, acometemos los últimos vadeos antes de llegar a Ouarzazate, empapados y coqueteando con la hipotermia.

A la mañana siguiente ya estamos metidos en ruta por la carretera de Boumalne, acumulando kilómetros y las primeras emociones fuertes del viaje: las que nos proporciona el variopinto parque móvil marroquí. Peatones inconscientes, conductores homicidas, carros y rebaños de toda especie pugnan por provocarte el susto más concluyente. Rumbo a Nkob, tomamos la pista que atraviesa el Jbel Saghro que consiente a regañadientes que nos internemos por sus pistas de pesadilla y nos encaramemos a sus cumbres. En un descenso vertiginoso, en que los escalones de roca y las enormes piedras ponen a prueba las mecánicas y los nervios, damos en desembocar a una llanura que asemeja un continente entero. Con la perspectiva de la proximidad de nuestro destino abrimos gas sin más ni más y nos lanzamos a cuchillo a dejar la impronta de nuestra locura a lo largo de esta extensión ocre sin fin, en una sucesión extravagante de saltos, derrapadas y acelerones devastadores, y llegamos a Nkob un segundo antes que la nube de polvo que nos persigue y que a punto nos engulle. Convenimos en dar fin a la etapa del día y comienzo a la botella de bourbon.

El sol se cuela por los ventanucos del albergue donde hemos pernoctado y habrán de pasar varias horas antes de que caliente sus muros de adobe. Para entonces habremos dejado atrás Tazzarine y, tras un rosario de pozos de agua abandonados en mitad de la nada, estaremos a las puertas de Tarhbalt, donde una jauría de niños y perros aguarda a nuestro paso para acosarnos como sólo saben hacerlo los niños y los perros marroquíes. En nuestra huida nos metemos de lleno en el cauce de arena de un río seco, y como parece confluir con nuestro rumbo, nos aventuramos a navegar sus 70 kilómetros de incesante arenal, despojados de todo atisbo de cordura y a puro golpe de acelerador, hasta desembocar en el lago El Maider, una extensión inabarcable de lecho fósil donde sólo habita el silencio. Más adelante, a las puertas de un poblado, sondeamos a un grupo de lugareños sobre la dirección a seguir, mas nuestra incongruente presencia no provoca más que muda estupefacción, que en nada mitiga el ejercicio de estilo con la bota de vino, con el que tengo a bien obsequiarles. Al cabo nos señalan una pista que, ante la caída inminente de la noche, devoramos para terminar llegando a las proximidades de Erfoud con la última luz del día, sucios, cansados y, como de costumbre, muy sedientos.

Con el nuevo día se confirman los peores augurios: no estamos solos. Erfoud, y por extensión todo el país, ha devenido un parque temático, adonde acude en masa un turismo de pantalón caqui y todoterreno con el señuelo de la aventura y la autosuficiencia que, a decir verdad, no casa muy bien con la dependencia gregaria del grupo y el culto al GPS. Así las cosas, ponemos rumbo al Erg Chebbi, atravesamos el mar de arenas anaranjadas de un tirón, y sin darnos un respiro en nuestra deriva hacia el oeste, nos las vemos con las dunas cegadoras de Ramilia, entre las que discurre un río de puro polvo blanco que demanda una concentración integral sobre la moto. De improviso el desierto toma la forma de una extensa “hamada”. Nos miramos fugazmente y decidimos llegada la hora de ofrecernos sin mesura a las fauces de este abismo horizontal. Alienados por la euforia, convocamos a todos los demonios del desierto y, con un acelerón inapelable, nos abandonamos al desafuero de la velocidad en un impulso que no cesa hasta que entrevemos contra la luz violeta del ocaso la silueta de los adobes de Zagora. Extenuados, pero venturosos y felices como críos, apestando a polvo y gasolina, alzamos los puños al cielo, y comemos y bebemos como enajenados.

Y al día siguiente, rumbo al Iriki. El lago Iriki marcó el comienzo, años atrás, de un viaje iniciático que inexorablemente nos condena a su repetición. De nuevo vamos al encuentro de las acacias, atentos a las trampas de los oueds insidosos y traicioneros, en busca de la tregua que ofrece un pequeño oasis a mitad de ruta, antaño solitario y a día de hoy convertido en un albergue. Acompañados al norte por el perfil vigoroso del Jbel Bani, pasamos de largo ese poblado cuartelero que es Foum Zguid y en un suspiro nos plantamos en Tata, punto final de nuestra deriva sobre dos ruedas a través del sur de Marruecos. Dos reparadoras cervezas después, no tardamos en rememorar historias de travesías anteriores: el calor, las tormentas de arena, aquel viejo hotel, el “Suerte Loca” en Sidi Ifni. Bien pensado, un hotel con ese nombre acaso bien merezca que no demos término al viaje en este lugar. Al sur, al sur.

Cómo ir

Aparte de los vuelos regulares en avión, se puede entrar en Marruecos con el propio vehículo a través de Ceuta, Melilla o Tánger, previa travesía en algún ferry de las diversas compañías que explotan el pasillo marítimo del Estrecho.

Cuándo ir

En la práctica, cualquier época del año es buena para planear un viaje a Marruecos. Lógicamente, habrá que ser prudente en los meses de verano, y más si el recorrido se alarga más allá del sur del Atlas. Conviene tener en cuenta en invierno los problemas de nieve que pueda presentar la cordillera del Atlas, así como el frío penetrante de las noches en esa época del año.

Solo o en grupo

Marruecos permite un turismo perfectamente convencional. No faltan hoteles y la red viaria alcanza a todo el país. No suele haber problemas con la seguridad. La elección, pues, se orientará más a las preferencias personales del viajero.

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