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GINECOLOGIA

Prostaglandinas frente a las complicaciones del parto

JANO.es · 15 noviembre 2007

La Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia informa de que el uso de estos fármacos disminuye hasta un 6% el número de cesáreas y reduce el riesgo de de hemorragias posparto

Ángel y demonio. Perdición y tentación. Virgen y serpiente. Durante siglos, la actitud masculina ante el sexo débil ha sido incoherente, y ha oscilado entre la veneración y la repugnancia. La pureza suprema se había encarnado en una mujer que había dado a luz sin intervención del hombre: pero la mujer también había tentado con manzanas al inocente varón, o le había rapado el pelo y desposeído con ello de su fuerza. La mujer no era un ser fiable, y la misoginia y el desprecio se han prolongado y han llegado hasta nuestros días.

Ese miedo se ha dado, sobre todo, en las sociedades de estructura patriarcal, y es mucho más complejo de lo que Freud imaginaba; él lo reducía al temor a la castración, complementado con el deseo femenino de poseer un pene, una teoría que no hacía sino reforzar la idea de la superioridad masculina. Simone de Beauvoir defendía que “el sexo femenino simbolizaba el misterio en esencia; resulta tan oscuro para los hombres como para las propias mujeres”. Y tal vez ese misterio, la maternidad, los ritmos mensuales, su vinculación más estrecha con la naturaleza, tenga gran parte de culpa del miedo que inspira a los hombres.

Pero sea la mujer como sea, María o Eva, pecadora o redentora, ha sido siempre bella. Era necesario suponerla bella, por contrapunto al rechazo que su cuerpo y sus flujos despertaban. Aún en la actualidad determinadas cuestiones femeninas son tabúes; la regla, los flujos, el líquido amniótico, los fluidos del parto no existen. Tampoco existen los olores, ni las molestias provocadas por causas físicas. Dan fe de ello la ñoñería y la sutilidad de la publicidad relacionada con los productos de higiene femenina.

Las consignas han variado sutilmente, y ahora han pasado a defender el orgullo de ser mujer. Las muchachas que aparecen en esos anuncios son lindas, pero no despampanantes, siempre jóvenes, naturales, extremadamente delgadas y en gran medida andróginas. Aparecen en asépticos tonos azules y blancos, se bañan, ríen, juegan. Oficialmente, la regla no existe. El temor a oler, a que se note, a que el otro descubra la sangre no ha desaparecido, y hemos avanzado poco desde la época en que las mujeres con la regla o parturientas eran consideradas impuras y debían ocultarse de los demás. Ahora las mujeres no se esconden. Se limitan a fingir que tienen el mismo metabolismo que los hombres. Y los hombres fingen no darse cuenta de ello.

Existe toda una tradición literaria y filosófica sobre el tema de la mujer hermosa y tentadora cuyo interior está podrido. Esa idea parece haber sido muy frecuente ya antes de Cristo. De alguna manera, los perfumes y las pinturas femeninas no tendrían sentido si no fuera que intentan camuflar la fealdad y la corrupción.

Por lo tanto, la única belleza auténtica, la única inocente, es la belleza natural. Continuamente los diseñadores lanzan propuestas estéticas variadas, pero entre ellas nunca falta la consigna de la naturalidad. Caras lavadas y rostros limpios. Nada más difícil que ser natural. Conservar una piel perfecta exige cuidados, exfoliantes, depilación, cremas y masajes. Dinero y tiempo. Y aun así, los años la ajan. A diferencia de las modelos en las revistas, en la vida real el tiempo existe, y existen las ojeras o las imperfecciones físicas, una nariz ganchuda o unos dientes mal puestos. Ésa sería la naturalidad. Pero de una mujer que no se arregla se dice que no se sabe sacar partido, o que es una descuidada.

Para colmo, la belleza actual impone modelos cada vez más jóvenes: rostros aniñados, figuras muy esbeltas con pechos altos y caderas estrechas. Mujeres imposibles, sin arrugas ni celulitis, sin michelines ni asomos de flaccidez. Una silueta a la que tal vez se acerquen algunas niñas de dieciséis años, pero que las mujeres de treinta, (y una mujer de treinta años es joven) no pueden mantener si no es a fuerza de cirugía o de una constante dedicación a su aspecto.

Su juventud aleja el fantasma de la vejez y de la muerte, pero las priva de carácter. Por hermosa o vivaz que pueda ser una modelo o una miss de dieciséis o dieciocho años, no puede representar la experiencia y la personalidad de una mujer de cuarenta. En la lista de los hombres más atractivos del mundo los elegidos pocas veces bajan de los treinta años. En la de mujeres, en cambio, se dan pocos casos de mayores de treinta.

El cuerpo femenino no merece respeto; ni las mujeres hermosas ni las feas, ni las flacas ni las gordas se libran de la crítica. Nos dejan elegir entre ser ángel o diablo. No hay nada más aburrido que la perfección. Nada que esclavice más.

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