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JANO.es y anuncios · 07 noviembre 2007

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“De entrada no le gusto a nadie. Algo debe de haber en mi tono de voz o en esta cara tan arrogante que molesta a todo el mundo.” Son palabras del propio Humphrey De Forest Bogart, quien pasó alrededor de una década en Hollywood, desde 1930 a 1940, interpretando a villanos secundarios caracterizados por su crueldad y cobardía. El público tenía una imagen negativa de él, la de un tipo antipático con cara de malas pulgas que casi siempre acababa con unos gramos de plomo en el cuerpo. De hecho, Jack Warner, magnate del estudio que lo tenía bajo contrato, lo consideraba un absoluto inútil.

Escapar del encasillamiento se lo puede agradecer en parte a George Raft, o mejor dicho a las supersticiones de éste, por entonces una de las estrellas del llamado “cine negro”. A Raft se le ofreció el papel protagonista de El último refugio, cinta dirigida en 1941 por Raoul Walsh, pero el actor creía que representar a personajes que murieran en la pantalla traía mala suerte. Humphrey Bogart se hizo con el papel, pudo cambiar su habitual registro y entablar una relación de amistad con John Huston, guionista de aquella película.

A Raft también se le ofreció ser Sam Spade en El halcón maltés (1941), dirigida por Huston, pero lo rechazó. También dejó escapar ser el protagonista de Casablanca (1942), en su opinión por ser un papel “no adecuado para mí”. Según una votación en la revista Entertainment Weekly, Bogart fue reconocido como la mayor estrella cinematográfica de la historia, mientras que a Raft son muchos menos quienes lo recuerdan.

De posible médico a villano de celuloide

Bogie nació el día de Navidad de 1899. Su padre era cirujano y su madre una ilustradora que, según rumores, dibujó a su hijo en alguna que otra ocasión para anuncios de alimentos infantiles que se publicaban en las revistas. La idea familiar fue que asistiera a la elitista Universidad de Yale para convertirse en médico, pero el joven Humphrey había sido expulsado del instituto y acabó alistándose en la Armada, donde se dice que lo hirieron y eso fue la causa de su parálisis facial, su cicatriz en el labio y su ceceo.

Si unimos su baja estatura a estas características, la verdad es que Bogart tenía muy pocos puntos para convertirse en una gran estrella de cine. Llegó a Hollywood a principios de los años treinta, tras pasar la década anterior en los teatros. En la meca del cine siempre trabajó en producciones menores, hasta que su primera oportunidad digna le llegó con El bosque petrificado (1936), gracias a la ayuda de su amigo Leslie Howard, con quien la interpretó en los escenarios. Bogart llamó Leslie a su hija, nacida en 1952, como homenaje a este actor.

El hecho de que hoy día Humphrey Bogart sea un mito cinematográfico se debe a sus películas de los años cuarenta, período en el que moldeó la imagen de sus personajes para presentarlos como tipos duros y cínicos, pero al mismo tiempo con responsabilidad moral y cierto toque melancólico, como los detectives Sam Spade de El halcón maltés y Philip Marlowe de El sueño eterno o el mítico Rick Blaine de Casablanca.

Casablanca

Desde luego, hoy suena a chiste pensar en Ronald Reagan como protagonista de aquella película. Al parecer, la compañía Warner Brothers especuló con la posibilidad de que el que más tarde se convirtió en presidente de Estados Unidos hiciera pareja con Ann Sheridan en Casablanca, aunque posteriormente se supo que fue una maniobra del estudio para obtener publicidad gratuita de los actores que tenía bajo contrato, sin que Jack Warner pensara en ningún momento que acabarían protagonizando el filme.

Bogart tuvo que utilizar una tarima para estar a la altura de Ingrid Bergman en unas cuantas escenas de aquella producción histórica cuyo guión se iba escribiendo sobre la marcha, sin que nadie, ni director ni actores, supiese cómo acabaría la historia.

Casablanca ganó el Oscar a la mejor película de 1943, además de los premios al mejor director —Michael Curtiz— y mejor guión, y supuso para Bogart su primera nominación.

La mujer de su vida

En 1944 conoció a la que fue la mujer de su vida, su pareja en Tener y no tener, Lauren Bacall, que por entonces aún no había cumplido 20 años. El flechazo fue instantáneo, se casaron en 1945 —era el cuarto matrimonio de Bogie— y la química entre ambos dio lugar a nuevas películas como El sueño eternoy Cayo Largo. Tener y no tener dejó frases para el recuerdo, como cuando Bacall dice: “Ya sabes que conmigo no tienes que actuar, Steve. No tienes que decir nada y tampoco tienes que hacer nada. Nada en absoluto. O quizá basta con que silbes. Porque sabes silbar, ¿no es cierto, Steve? Tan sólo tienes que juntar los labios... y soplar”. Cuando Bogart murió el 14 de enero de 1957, ella colocó un silbato de oro en su ataúd.

En La Reina de África volvió a trabajar para su amigo John Huston, quien lo había dirigido en El halcón maltés, A través del Pacífico, El tesoro de Sierra Madrey Cayo Largo, y más tarde lo haría La burla del diablo. Ganó su único Oscar por su papel del capitán borrachín Charlie Allnut, en La Reina de África. De hecho, era una película que ya se había intentado rodar en 1938 con Bette Davis y David Niven, y nuevamente en 1947 con James Mason y la misma actriz, que no pudo hacer el papel por estar entonces embarazada. Bette Davis siempre quiso hacer el personaje de Rose Sayer, pero al final se lo acabó arrebatando Katharine Hepburn.

Después, Bogart volvió a estar nominado por El motín del Caine (1954), en un papel que estaba adjudicado a Richard Widmark. Sin embargo, el productor Stanley Kramer pensó que Bogart era mucho mejor para encarnar al desequilibrado capitán Queeg.

Fumador desde niño, el tabaco fue minando su salud a mediados de los cincuenta. Un cáncer de laringe acabó finalmente con su vida. “He hecho más películas malas que cualquier otro actor en la historia”, dijo en una ocasión. Pero también hizo un buen puñado que han pasado a la historia y que lo convirtieron en uno de los grandes iconos de la historia del cine.

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