MICROBIOLOGÍA
JANO.es · 20 junio 2013
Químicos del IRB Barcelona logran obtener 'baringolina', una molécula que inhibe el crecimiento de bacterias resistentes a antibióticos.
La resistencia a los antibióticos que desarrollan las bacterias fuerza a los laboratorios farmacéuticos a la búsqueda de nuevos productos para sustituir a los que han perdido eficacia. El fondo marino es, desde hace tres décadas, una fuente inmensa de sustancias susceptibles de convertirse en fármacos. La empresa BioMar aisló una molécula de un microorganismo marino de las costas alicantinas que, en una concentración muy baja, posee una prometedora actividad antibiótica prometedora. Se trata de la baringolina. Ahora, el laboratorio de Fernando Albericio, en el Institut de Recerca Biomèdica (IRB Barcelona), que colabora con BioMar, ha logrado reproducir baringolina, lo que abre la vía al desarrollo de fármacos basados en esta sustancia. El hallazgo se publica en Angewandte Chemie.
El doctorando del IRB Barcelona Xavier Just-Baringo ha estudiado durante cuatro años la composición estructural de la baringolina y la ha reconstruido en el laboratorio como si se tratara de un puzle de átomos en tres dimensiones. “Es una sustancia con 128 posibles estructuras configuracionales pero solo una es exacta a la natural. La hemos conseguido reproducir con 39 pasos de síntesis”, explica Just-Baringo, que ha tenido el privilegio de poner su nombre al nuevo compuesto.
Los investigadores ya tienen la molécula natural a punto y diversos análogos para estudiar la actividad biológica y mejorar las propiedades farmacológicas y farmacocinéticas. Gracias a una colaboración con el Departamento de Farmacología del Hospital Clínico de Barcelona, ensayarán los análogos en cuatro cepas de bacterias gram positivo, uno de los dos grandes grupos en que están divididas las bacterias, y donde la baringolina ha demostrado actividad.
Tiopéptidos: una nueva familia de antibióticos
Estructuralmente, la baringolina es un tiopéptido, una nueva familia de antibacterianos de origen terrestre y marino y de los cuales hay identificados un centenar. “Sólo hay un tiopéptido en el mercado para tratar infecciones bacterianas, el tioestreptón (Panolog), y es de uso veterinario, para infecciones de la piel. Para humanos todavía no hay nada”, señala Mercedes Álvarez, investigadora asociada en el laboratorio del IRB Barcelona, catedrática de la UB y supervisora del trabajo.
El principal escollo es que son moléculas poco solubles, de ahí que, para que sea viable como fármaco, haya que mejorar la solubilidad, dado que los antibióticos se administran por vía oral o intravenosa. “Con los análogos buscamos mejorar este aspecto, e identificar las partes de la molécula válidas como antibiótico para diseñar nuevos análogos más activos y con menor tamaño molecular”, dice Álvarez.
►Angewandte Chemie - International Edition (2013); doi: 10.1002/anie.201302372