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Vitamina D y supervivencia en pacientes renales

JANO.es · 13 mayo 2008

La administración de una forma sintética de esta vitamina redujo el riesgo de muerte en un 26% en un plazo de dos años en un estudio llevado a cabo en Estados Unidos

Lev Vygotsky fue uno de los científicos que abrió la puerta para comprender al ser humano como producto de la cultura y de la naturaleza a la vez, y para ello encontró en el lenguaje el elemento fundamental.

Referentes psicológicos

Un “gigante dormido”

Aunque Lev Vygotsky (1896-1934) es una figura mucho menos conocida que Freud (especialmente para los médicos), actualmente se le considera uno de los grandes psicólogos del siglo pasado. Jerome Bruner lo cataloga como un “gigante dormido” y hace hincapié en la importancia de su obra todavía no completamente asimilada, mientras que Stephen Toulmin lo describe como “el Mozart de la psicología”, lo que sin duda capta su genio, su prodigiosa precocidad (su obra se elaboró en las décadas de los años veinte y treinta) y su muerte (que ocurrió a los 37 años por tuberculosis).

En El malogrado, Thomas Bernhard1 narra la historia del suicidio de Wertheimer, un cuasi genio del piano que sucumbe aparentemente por la maléfica influencia de su amigo Glenn Gould, éste sí el verdadero genio del piano. Mediante un tercer amigo (quizá el mismo Bernhard), el autor nos va ofreciendo el perfil psico(pato) lógico de Wertheimer, en el que a través de las figuras paternas, su relación con ellas –y en especial con su única hermana–, fácilmente nos parece querer remitir a Freud, pues podemos identificar con relativa facilidad frustraciones mantenidas en este personaje como consecuencia de su relación con aquéllos, que nos permitirían catalogarlo de neurótico grave y que tal vez podrían justificar por sí mismas el trágico desenlace final al que llega. Sin embargo, Bernhard parece querer contraponer esta interpretación, tal vez demasiado simple, a la que pudiese tener la influencia de la propia relación entre él y Gould. Es ésta una relación, y una influencia, que se nos va desvelando en una serie de detalles que no hacen otra cosa que mitigar la interpretación freudiana del trágico devenir de Wertheimer, y nos empujan a buscar otros marcos que nos ayuden a encajar las importantes piezas sobrantes.

Interpretación vygotskyana

He encontrado en la obra de Lev Vygotsky* un interesante marco para tratar de entender el suicidio de Wertheimer. Aunque la faceta más productiva de la obra de este psicólogo ruso son las consecuencias que sus teorías tienen en el terreno educativo, el propósito de este artículo es considerar una interpretación vygotskyana de El malogrado bajo una supuesta psicopatología derivada de su obra. En un próximo artículo pretendo reivindicar la gran utilidad de sus teorías educativas para reenfocar la formación de nuestros médicos.

La idea básica de este autor es bastante simple: el individuo es genéticamente social y los productos de la cultura interaccionan con la psique promoviendo su desarrollo. Desde la perspectiva de la psicología de la educación, por la que principalmente se le conoce, esto se plasma en la idea de que el aprendizaje consiste en un proyecto de colaboración dialogada entre el niño y el adulto, de forma que este último ayuda al primero en el ascenso continuo que supone el proceso de aprender, guiándolo en los pasos que aún no puede dar solo. Ciertamente simple. Si Freud hacía hincapié en el pasado y elaboró una serie de claves que permitían comprender por qué este pasado se altera, Vygotsky creía que la mente no está determinada ni por la historia ni por las limitaciones lógicas de sus operaciones presentes, y resaltó que ésta no puede crecer ni naturalmente ni sin ayuda, sino que existe una especie de “préstamo de conciencia” que nos hacen los adultos, los cuales representan la cultura, por medio del cual este desarrollo es posible.

Lev Vygotsky fue uno de los científicos que abrió el camino que llevaría a comprender al ser humano como producto de la cultura y de la naturaleza a la vez, y para ello encontró en el lenguaje el elemento fundamental. La importancia del lenguaje fue redescubierta muy posteriormente por los estructuralistas tanto de corte más psicologista, como J. Bruner, P. Watzlawick y todos los de la escuela de Palo Alto, como biologicista, grupo en el que destacarían especialmente los chilenos H. Maturana y F. Valera.

Generador de conciencia

Efectivamente, fue Vygotsky quien otorgó al lenguaje una función mucho mayor que la de transmitir la historia cultural, cual es la de “generar conciencia”. Así, por una parte, a lo largo de la historia las ideas se transmiten (de los más capaces o preparados a los menos) mediante el lenguaje y sus productos (la alfabetización, la ciencia, la tecnología, la literatura), pero, por otra, el lenguaje no sólo transmite, sino que crea o constituye el conocimiento o la “realidad”. Parte de esa realidad viene determinada por la actitud que el lenguaje implica hacia el conocimiento, y la reflexión y las actitudes que a través de él negociamos y que a su vez van modelando el propio yo. Es a través del lenguaje, y específicamente de sus subproductos, y en especial el narrativo, como vamos dándole sentido a nuestra personalidad, otorgando significado a nuestra vida, creando nuestra historia. Por la misma época por la que el genio del científico conceptualizaba esto, la intuición del poeta lo expresaba así, “converso con el hombre que siempre va conmigo / mi soliloquio es plática con este buen amigo”. La premisa es que el lenguaje nunca puede ser neutral, sino que impone un punto de vista sobre el mundo al que se refiere y al uso de la mente con respecto a ese mundo.

Volviendo a la obra El malogrado, quiero ejemplificar con ella una posible –y ciertamente atrevida– interpretación psicopatológica de las teorías de Vygotsky. En esta obra, el enfant terrible de la literatura austriaca describe la trascendencia que tienen una serie de acontecimientos en la autodestrucción de un hombre. Bernhard hace hincapié en la idea de que podemos pronunciar una palabra y aniquilar a un hombre, “sin que ese hombre aniquilado por nosotros, en el momento en el que pronunciamos la palabra que lo aniquila, se dé cuenta de ese hecho mortal”. Lo llama “la palabra mortal”. Glenn Gould le dijo a Wertheimer (súbitamente y sin premeditación) que era “el malogrado” y en ese momento le hirió mortalmente. Pero nos muestra que la aniquilación de Wertheimer está también precipitada por el efecto que en él tiene la utilización (en este caso por Gould) de diferentes “instrumentos” (lo que para Vygotsky podían representar formas de controlar, dominar, y, en su caso, de destruir a la persona).

Se trata, por lo tanto, no sólo del lenguaje o el tono en el que Gould se dirige a Wertheimer, sino de su modo de comportarse, sus rituales, su arte, su carácter salvaje, su forma de tocar (especialmente las Variaciones Goldberg), su determinación ante lo que le molesta, su obsesiva necesidad del Steinway en lugar del Bösendorferd (que era el piano que Wertheimer usaba), etc. Desde luego que Wertheimer es especialmente susceptible a ser herido por un tipo especial de lenguaje, de mensajes, por lo que desde luego podemos ver la obra como un sutil e inteligente intento de armonización de Freud y Vygotsky.

La mejor moraleja

La mejor moraleja sería que no es posible lo uno sin lo otro, que las dos influencias se mezclan, las frustraciones repetidas en la infancia que van minando la personalidad y la desgraciada exposición a nefastas influencias externas (ambientales o culturales). Pero no podemos dudar de que Wertheimer no se hubiera suicidado de no haberse encontrado con Glenn Gould, de no haberle este machacado durante trece años con mensajes destructivos, de no haber entrado una tarde en el estudio de Horowitz cuando Gould estaba tocando… En suma, de no haber estado expuesto a esas “herramientas destructivas”.

Aunque Vygotsky descubrió los mecanismos de acción por los que determinados “instrumentos culturales” –utilizados por unos individuos en su interacción con otros– pueden ser no sólo agentes de formación mental sino también de desviaciones mentales (por ejemplo, formación de mentes dogmáticas, estériles, represivas, de corto alcance…) e incluso llevar a la destrucción mental, el psicólogo ruso no se entretuvo (probablemente no tuvo tiempo para ello) en definir ni el tipo de relaciones sociales perturbadoras o anómalas (en el entorno inmediato, en la familia, en el grupo social), ni las patologías a las que éstas dan lugar. De haberlo hecho podría haber supuesto la creación de una nueva taxonomía de las enfermedades mentales y, sin duda, su entrada en la medicina. Lamentablemente para la medicina, Vygotsky no lo hizo, no era médico y además al “malogrado” genio ruso seguramente le hubiera faltado tiempo para desarrollar estas facetas de su teoría, por lo que esta propuesta sobre una psicopatología que no ha sido, es decir esta “psicopatología malograda”, aún pertenece al mundo de la fantasía… al igual que El malogrado, la genial obra de Bernhard.

“Así, por una parte, mediante el lenguaje y sus productos (la alfabetización, la ciencia, la tecnología, la literatura) a lo largo de la historia se transmiten (de los más capaces o preparados a los menos) las ideas.”

* Las obras fundamentales de Vygotsky en castellano son difíciles de localizar: Pensamiento y lenguaje (Buenos Aires: La Pléyade; 1977) o El desarrollo de las funciones psíquicas superiores (Barcelona: Crítica; 1979). Otras de más fácil localización son: La imaginación y el arte en la infancia (Madrid: Akal; 2003), Infancia y aprendizaje (Madrid: Akal; 1984), Teoría de las emociones (Madrid: Akal: 2006) y, con otros, Psicología y pedagogía (Madrid: Akal; 2004).

Referencias

1. Bernhard T. El malogrado. Madrid: Alfaguara; 1983.

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