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DERMATOLOGÍA

Aprobado el adalimumab para la psoriasis en la UE

JANO.es y agencias · 10 enero 2008

Este anticuerpo monoclonal ya se utilizaba para tratar la artritis reumatoide la espondilitis anquilosante, la artritis psoriásica y la enfermedad de Crohn

La formación de los profesionales de la medicina no será adecuada ni estará completa si al estudio de la salud y la enfermedad en tanto que “hechos” no se añade un adecuado conocimiento del mundo de los “valores”. Esto hace necesario que en los programas universitarios estén representadas las humanidades médicas.

Referentes

Contribución a la formación del médico

El presente artículo —y los que le seguirán sobre el mismo tema— son una reelaboración del texto del Prof. Diego Gracia titulado Contribución de las humanidades médicas a la formación del médico. Se trata del trabajo inaugural de la publicación electrónica “HUMANITAS Humanidades Médicas (tema del mes on-line), disponible en www.fundacionmhm.org. Agradecemos a la Fundación Medicina y Humanidades Médicas su autorización para publicar la versión impresa.

Desde el siglo XIX vienen distinguiéndose dos tipos de humanidades, generalmente calificadas de “viejas” y “nuevas”. Pertenecen al primer grupo las que se cultivaron en la antigüedad grecorromana y en el renacimiento, y que a partir de la obra de Marciano Capella se sistematizaron en el llamado catálogo de las artes liberales. Entre ellas están la gramática, la retórica, la dialéctica, la música y las demás bellas artes, pintura, escultura, etc. Eran saberes propios de personas “ociosas” o “desocupadas”, entendiendo por tales aquellas que no necesitaban dedicarse al trabajo manual para subsistir. De ahí que las llamadas humanidades florecieran en torno a los palacios reales y las casas de los nobles, ya que éstos se consideraban sus naturales protectores y mecenas.

Durante el siglo XVIII se generalizó una fuerte reacción contra este tipo de humanismo. Las revoluciones liberales acabaron con buena parte de las viejas estructuras nobiliarias y con la cultura palaciega y cortesana que subsistía debido a su mecenazgo. La aparición, por otra parte, del nuevo espíritu científico, que en el siglo XIX representó paradigmáticamente el movimiento positivista, dio como resultado el nacimiento de las llamadas en Francia “ciencias morales y políticas”, “ciencias culturales” o “ciencias del espíritu” en Alemania y “ciencias sociales” en el ámbito cultural anglosajón.

Complemento de las ciencias naturales

Formaban parte de ese grupo la psicología experimental, la sociología empírica, la antropología social y cultural, la historia documental, etc. Éstas son las denominadas, ya en el siglo XX, “nuevas humanidades”. Se concibieron como el obligado complemento de las ciencias naturales, que tanto éxito venían teniendo desde la época de Galileo y Newton. Si éstas se ocupaban del estudio científico de la naturaleza, las nuevas ciencias sociales o humanas debían hacer lo mismo con el del hombre, la sociedad y la cultura: convertirlos en objeto de análisis metódico y riguroso, evitando las veleidades del pasado.

El positivismo redujo el conocimiento humano al análisis de los “hechos” científicos o positivos. Lo demás era visto como rémora del pasado, repleta de mitos y especulación. Era preciso reordenar el mundo en torno a lo que Comte llamó el “régimen de los hechos”. Lo que esto podía significar era de todo punto obvio en el campo de las llamadas ciencias naturales.

En el ámbito de las ciencias sociales la cuestión no estaba tan clara, aunque sólo fuera porque no se ocupan de los hechos de la naturaleza, sino de los fenómenos culturales. La cultura no es la naturaleza sino, en buena medida, lo opuesto a ella. La cultura es obra humana. Y en tanto que tal resultado de procesos de valoración. Dicho de otro modo, lo que indagan las ciencias sociales son los valores de los seres humanos: religiosos, culturales, sociales, morales, estéticos, económicos, etc. Evidentemente, los valores no son hechos, y por tanto no pueden ser objeto directo del conocimiento científico, entendido éste al modo del positivismo. La solución a este problema consistió en dejar de lado los valores en tanto que fenómenos puramente subjetivos, toda vez que resultaban incompatibles con el conocimiento científico, para analizarlos como fenómenos sociales y culturales. Dicho de otro modo, lo que se hizo fue reducir los valores a hechos, analizándolos sólo en su dimensión de hechos sociales. Habría dos tipos de hechos, los “hechos naturales”, objeto de las ciencias de la naturaleza, y los “hechos culturales”, tarea propia de las ciencias sociales o culturales.

Traducción en la medicina

Todo esto ha tenido su traducción directa en el mundo de la medicina. Por humanismo médico se entiende unas veces el cultivo de las bellas artes, al modo antiguo, y otras el estudio de la salud, la enfermedad, la curación y la asistencia sanitaria como fenómenos culturales, a través de las llamadas ciencias sociomédicas: la historia de la medicina, la psicología médica, la sociología médica, la antropología médica, etc.

¿Es todo esto suficiente? Indudablemente, no. Y ello porque el conocimiento humano no puede limitarse al estudio de los hechos, ni tampoco al de los valores entendidos como hechos, sino que necesita también ocuparse de los valores en tanto que valores. El estudio de los valores en tanto que valores no puede ser, ciertamente, objeto de ciencia, ni podrá llamarse científico. Pero es absurdo confundir conocimiento humano con conocimiento científico. Sobre los valores puede y debe pensarse, reflexionarse. De hecho, no son subjetivos, como el positivismo pensó, sino que gozan de una evidente objetividad. Por otra parte, son lo más importante que tenemos los seres humanos, aquello que da sentido a nuestras vidas. La enfermedad no es sólo un asunto de hecho sino también una cuestión de valor. De ahí la importancia de la formación del médico, y en general de los profesionales de la salud, en este campo. En su aspecto especulativo y teórico, del estudio de los valores se ocupa la filosofía en sus diferentes partes: lógica, ética, estética. En el práctico, estas mismas disciplinas, más las clásicas bellas artes, literatura, poesía, pintura, etc., que si algo han intentado siempre es hacer plásticos los distintos valores, tanto en el ámbito de la salud como en el mundo de la enfermedad.

La formación de los profesionales de la medicina no será adecuada ni estará completa si al estudio de la salud y la enfermedad en tanto que “hechos”, naturales y sociales, no se añade un adecuado conocimiento, a la vez teórico y práctico, del mundo de los “valores”. Esto hace necesario que en los programas universitarios no estén sólo representadas las ciencias biomédicas y las sociomédicas, sino también las humanidades médicas. Algo que a día de hoy no se ha logrado, y que, tal como van las cosas, entre nosotros no será fácil conseguir en el próximo futuro. En nuestros medios universitarios existe una reacción extrema contra este tipo de saberes, liderada las más de las veces por quienes parecerían más próximos a ellos, como son los cultivadores de las ciencias sociomédicas. A pesar de lo cual, las humanidades médicas acabarán institucionalizándose en nuestros programas y planes de estudio. Hay dos razones para ello: el auge que ya tienen en el mundo anglosajón y en algunos países europeos y que son una ayuda fundamental en orden a promover un ejercicio de la medicina más humano y de mayor calidad.

 “La cultura es obra humana. Y en tanto que tal, resultado de procesos de valoración. Dicho de otro modo, lo que indagan las ciencias sociales son los valores de los seres humanos: religiosos, culturales, sociales, morales, estéticos, económicos, etc.”

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