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JANO.es · 15 enero 2008

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Hace varios meses, Juan Marsé quiso descubrir algo que es sabido por cualquiera que se mueva en el ámbito literario: que el premio Planeta se otorga en función de una medida estrictamente económica. Gana quien vende, sin más. Pero la actuación de Marsé encierra una perversión de origen: pertenecer al jurado que concede el premio. Es como si alguien entra en un grupo terrorista del que sabe que utiliza el asesinato y la extorsión para lograr sus fines y, una vez que está dentro, se lamenta de que la organización asesine a alguien. Tendría que conocer Juan Marsé, que había ganado el premio por La muchacha de las bragas de oro, que el funcionamiento del Planeta está viciado y que si en su día puso en el mercado obras de mérito, con los años se deterioró hasta convertirse en un negocio editorial donde la calidad literaria no se tiene en cuenta. Marsé, Camilo José Cela, Mario Vargas Llosa presentaron al premio obras menores respecto a su novelística anterior. En el juego del Planeta nadie es inocente, ni los concursantes ni el jurado. Ni siquiera los lectores. Si uno repasa las obras galardonadas en los últimos años, son una mera relación de mediocridad absoluta avalada por los miles de ejemplares vendidos. Hay premios literarios en los que aún es posible rastrear signos de calidad en las obras que obtienen el galardón; en el Planeta resulta prácticamente imposible. Así que el alarde de Juan Marsé está fuera de tono: ha ayudado a armar a los terroristas de la literatura accediendo a estar en un jurado del que sabía que no premia el valor del texto sino la amplitud del negocio, y no debe lamentarse de que las cosas hayan salido, una vez más, como siempre, es decir, como decide Lara y no de acuerdo con criterios de exquisitez literaria. Posiblemente, Juan Marsé no hubiera ganado jamás el Planeta por Si te dicen que caí, Últimas tardes con Teresa o El embrujo de Shangai: lo ganó con La muchacha de las bragas de oro. Algún miembro del jurado debió decir entonces, como hizo él recientemente respecto a las dos obras premiadas, que la novela galardonada, La muchacha de las bragas de oro, era un producto editorial de escaso valor. La literatura va por un camino y el premio Planeta por otro. Conviene, pues, no confundirlos: el que quiera literatura que la busque, el que quiera bazofia que compre los premios Planeta. De paso, colabora a armar a la organización terrorista.

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