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JANO.es · 07 enero 2008

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La versión teológica del humanismo médico no pasa, probablemente, por su mejor momento, pero tampoco cabe decir que haya desaparecido o que carezca de vigencia

 

Referentes bibliográficos

Hipócrates, el médico perfecto

Se sabe que nació en la isla de Cos hacia el año 460 a. C., por lo que era coetáneo de Demócrito y unos 10 años más joven que Sócrates. Se sabe además que fue un médico destacado y, como era habitual en aquel tiempo, itinerante. Al parecer, ejerció la medicina también en la isla de Tasos, en Tracia, cerca del Ponto Euxino y en Tesalia, donde murió, según se cree, en Larisa a los 80 años. Desde entonces su fama creció de siglo en siglo, y en particular desde que Galeno lo consideró el médico perfecto. Para el mundo occidental es el padre de la medicina y personifica los valores eternos de la profesión.

Las llamadas humanidades médicas no han tenido nunca entidad propia y diferenciada, y siempre han dependido del o de los modos como se concibieran las humanidades en general. Si el término humanidades ha sido y es polisémico y confuso, con más razón pueden aplicarse esos dos adjetivos al de humanidades médicas. Los médicos han acostumbrado a entender por saberes humanísticos todos los que ellos cultivaban en los ratos libres, tras finalizar el ejercicio profesional de la medicina.

Hay tantas versiones del humanismo médico como del humanismo en general. En un artículo anterior distinguíamos tres: la teológica, la positivista y la que denominamos clásica, y analizamos la primera de ellas, la versión teológica. Ahora es el momento de ver cómo a partir de ella se ha constituido lo que cabe denominar humanismo médico teológico.

Lo que este humanismo ha pretendido siempre es complementar el carácter excesivamente corporalista e incluso materialista de la medicina con un plus de humanidad facilitado por la religión. Las manifestaciones históricas de este tipo de humanismo médico han sido muy numerosas. Citaré dos que son particularmente significativas. Una primera tiene que ver con la concepción del ser humano. La medicina siempre tiene el riesgo de reducir el ser humano a su cuerpo, y entender éste como un mecanismo, todo lo complicado que se quiera, pero mecanismo al fin y al cabo, y en tanto que tal explicable por causas exclusivamente materiales o físicas. Pues bien, el humanismo teológico ha combatido siempre este modo de pensar, proponiendo como alternativa una visión del ser humano en la que se aseguraran los fueros del alma y el espíritu, interpretados en el interior de la cultura occidental con las categorías propias de la tradición cristiana.

La segunda manifestación no tiene que ver con el modo de concebir o entender al ser humano sino con los juicios sobre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto; es decir, con la ética. El humanismo teológico ha defendido siempre la imposibilidad de fundar una ética al margen de la idea de Dios, y por tanto también de los credos religiosos. Sólo a partir de ellos pueden establecerse normas de comportamiento verdaderamente “humanas”. De ahí que éste fuera el otro modo de “humanizar” la medicina. La consecuencia de estos dos enfoques, el antropológico y el ético, es la identificación del médico “humano” con el médico “cristiano”. Sorprende constatar la persistencia a lo largo de toda la tradición médica occidental del principio de que la primera condición de un buen médico es su fe cristiana. Galeno había escrito un pequeño tratado cuyo título latino dice: Quod optimus medicus sit quoque philosophus1. A los teólogos medievales les faltó tiempo para bautizar el título y convertirlo en este otro: Quod optimus medicus sit quoque christianus. Un médico español de finales del siglo XVI, Enrique Jorge Enríquez, publica en 1595 un grueso libro titulado Tratado del perfecto médico. Pues bien, en una de sus primeras páginas, en una conversación entre un arcediano de Coria y un médico, el primero dice: “La primera cosa que yo querría que el médico tuviese es el amor de Dios”, a lo que responde el segundo: “Dice v.m. muy bien, que el médico para ser perfecto ha de ser temeroso del Señor y a este ha de amar y temer en sus curas y en todas las cosas delante los ojos”2,3. Y casi siglo y medio después, en 1738, año de publicación del libro de Friedrich Hoffmann, uno de los más representativos médicos de la época, titulado Medicus politicus, éste afirma que la primera condición que ha de tener un médico prudente y sensato es ser cristiano4.

Polémicas hipocráticas

Pero esto que he llamado humanismo médico teológico no finaliza ahí. De hecho, ha continuado bajo diferentes coberturas hasta hoy mismo. Una de las más frecuentes es la del hipocratismo. Los médicos se han cobijado siempre tras la figura de Hipócrates para defender el humanismo. Esto sucedió en las varias polémicas hipocráticas de que están salpicados los siglos modernos.

En España, la más sonada se inició ya mediado el siglo XIX, en 1859, en la Real Academia Nacional de Medicina; por tanto, en plena época de auge del positivismo, y giró en torno al binomio espiritualismo-materialismo. El primero estuvo representado por Tomás Santero y Moreno y Matías Nieto y Serrano en primer término, y por José Calvo Martín, Francisco Alonso Rubio, Pedro Castelló, Francisco Méndez Álvaro, Juan Drumen y, colateralmente, por Anastasio Chinchilla, Manuel Hoyos Limón y José Varela de Montes. La segunda postura estuvo representada por Pedro Mata y Fontanet, el iniciador de la polémica, secundado después por José Ametller. Los primeros llamaban al respeto y conservación de los ideales hipocráticos, que ellos confundían con los propios del humanismo teológico. Esto se debía no sólo a su desconocimiento del sentido de los textos hipocráticos, sino también al hecho de que, ya desde los primeros siglos del cristianismo, el texto del juramento hipocrático fue interpretado en clave teológica y fue considerado el paradigma por el que debía regirse un verdadero médico cristiano.

Del hipocratismo a la bioética

Hoy la polémica sigue, si bien se ha desplazado desde el hipocratismo al ámbito de la ética médica y la bioética. En la actualidad hay datos ya más que suficientes para reconstruir la contienda soterrada que se libra en el campo de la bioética española desde hace no menos de 20 años. Y, de llevarse a cabo esa reconstrucción, se vería cómo los argumentos de base siguen siendo los mismos: la imposibilidad de elaborar una ética médica adecuada al margen de la religión y la teología, y por tanto la necesidad de que el profesional de la salud ordene su conducta, de modo implícito o explícito, de acuerdo con los cánones de la moral cristiana. La versión teológica del humanismo médico no pasa, probablemente, por su mejor momento, pero tampoco cabe decir que haya desaparecido o que carezca de vigencia.

“El humanismo teológico ha combatido siempre este modo de pensar, proponiendo como alternativa una visión del ser humano en la que se aseguraran los fueros del alma y el espíritu, interpretados en el interior de la cultura occidental con las categorías propias de la tradición cristiana”.

Bibliografía

1. Galeno. Tratados filosóficos y autobiográficos. Madrid: Gredos; 2002.

2. Enríquez EJ. Tratado del perfecto médico. Salamanca: Real Academia de Medicina de Salamanca; 1981. p. 30.

3. Gracia D. Judaism, medicine, and the inquisitorial mind in sixteenth-century Spain. En: Ángel Alcalá, editor. The Spanish inquisition and the inquisitorial mind. Highland Lakes: Atlantic Research and Publications; 1987. p. 375-400.

4. Gracia D. El nacimiento de la clínica y el nuevo orden de la relación médicoenfermo. Cuadernos Hispanoamericanos. 1987;446-47:269-82.

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