Sábado, 18 de Mayo del 2024

Últimas noticias

ATENCIÓN PRIMARIA

Decálogo de medidas urgentes para mejorar la atención primaria

JANO.es y agencias · 22 mayo 2008

Organizadores del Congreso de la Medicina General Española declaran que la "atención primaria está enferma y quien tiene que solucionarlo no pone remedio"

Juan Mulet es doctor Ingeniero de Telecomunicación y MBA, ha sido consejero director general de Amper Programas, director general adjunto de Telefónica I+D y director de I+D de Telefónica. Es profesor asociado de la Universidad Carlos III de Madrid y ha sido profesor de la Universidad Politécnica de Madrid. COTEC es una fundación de origen empresarial que tiene como misión contribuir al desarrollo del país mediante el fomento de la innovación tecnológica en la empresa y en la sociedad.

L a innovación influye en la productividad y competitividad de los países y, por consiguiente, en el crecimiento económico a largo plazo. Por esta razón, la promoción de las actividades relacionadas con la I+D+i se ha convertido en una prioridad en la agenda de los gobiernos de los distintos países, siendo también una prueba de ello las últimas recomendaciones efectuadas por la Comisión Europea y la OCDE a este respecto.

Es bien sabido que en las últimas décadas la economía española ha experimentado una profunda transformación. Un hito importante fue nuestro ingreso en Europa en 1986, que supuso entrar a formar parte del enorme mercado europeo. En pocos años, los países europeos se convirtieron, a la vez, en nuestros principales clientes y proveedores. Las ventajas competitivas derivadas de nuestros más bajos costes salariales y varias devaluaciones de la peseta hicieron que el cambio comenzara, pero la consolidación de esta situación, entonces nueva, sólo fue posible gracias a un aumento de la calidad de la producción española. En buena medida, esto se logró mediante la constante adquisición de tecnología incorporada a bienes de equipo y a productos semielaborados, que hizo posible tanto el citado aumento de la calidad como el mantenimiento de costes competitivos. El resultado es que ahora puede decirse que las empresas españolas están satisfactoriamente integradas en la Europa de los 27.

Mientras esto ocurría, aparecía el fenómeno de la globalización, que es el verdadero reto al que ahora deben enfrentarse las empresas españolas. Desde nuestro ingreso en Europa, el peso en el comercio mundial de las “economías recientemente industrializadas” se ha duplicado. Y hoy día, estas economías encuentran en el mercado europeo ventajas todavía mayores que las que encontraron en su día las españolas, y que nos permitieron entrar en él. Por un lado, sus costes salariales son menores que los nuestros, y por otro, la creciente “banalización de la tecnología” les permite incorporarla a una velocidad mayor que la que nos fue posible a nosotros. Un mercado que ya parecía nuestro debe ser ahora compartido con una oferta que no deja de aumentar. Y este aumento de la competencia ha ocurrido precisamente en el segmento de los productos manufacturados, en el que las empresas españolas se encontraban más cómodas. Para hacer frente a esta invasión no bastan ya ni la austeridad de costes ni la calidad conseguida, porque nuestras ventajas en estos terrenos han sido, o serán muy pronto, superadas. Y si esto supone un claro problema importante en un mercado tan exigente como el europeo, lo es mucho mayor en el resto de los mercados mundiales.

Aunque no fácil de aplicar, la receta para permanecer en un mercado abierto es bien conocida, porque es la que han usado todas las economías cuando, con o sin globalización, han perdido sus ventajas basadas en costes y calidad. No es otra que la de dotar a su oferta de aquellas prestaciones que el mercado aprecia y por las cuales le atribuye un mayor valor. Detectarlas es el primer escollo que encuentra la empresa, porque esto exige tener clara conciencia de las peculiaridades del mercado.

Éste es sólo el primer paso de un largo proceso que absorberá recursos importantes para capacitar a la empresa, para concebir y diseñar el nuevo producto o servicio, y para después llevarlo al mercado, donde realmente se comprobará el acierto de la decisión. El proceso no está exento de riesgos, pero no asumirlos puede suponer el fin de la empresa. Innovar es precisamente optar por este proceso y desarrollarlo, en la certeza de que asegura la sostenibilidad de la actividad empresarial.

La necesidad de innovar

Una definición de innovación, corta pero que incluye todos los conceptos fundamentales, dice que es “todo cambio, basado en el conocimiento, que genera valor”. Los cambios capaces de crear valor que ocurren en la empresa fueron clasificados, hace ya casi un siglo, por el considerado primer economista de la innovación, Joseph Schumpeter, y se refieren a la creación de nuevos productos o servicios, a la puesta en marcha de nuevos procesos de fabricación de productos o de provisión de servicios, y a nuevas formas de comercialización o de organización interna. Las innovaciones de producto y servicio tendrán sólo sentido si permiten nuevas prestaciones que el mercado valora y, por esta razón, está dispuesto a aceptar precios más elevados. Con las innovaciones de proceso la oferta se creará con menos recursos, lo que reducirá su coste.

El conocimiento en el que se basan estos cambios puede proceder bien de la práctica diaria o bien de la investigación científica, y en todo caso, la empresa lo utiliza en forma de técnicas, entendidas como formas de hacer cosas útiles. Pero hoy día, muchas de estas técnicas pertenecen a la categoría de las tecnologías, que son las que han sido entendidas, mejoradas o creadas a partir del cocimiento científico.

Es un hecho bien comprobado que las técnicas tecnológicas generan con gran frecuencia más valor que las no tecnológicas, porque permiten diferenciar más fácilmente la oferta de la de los competidores, ofreciendo mayores prestaciones o consiguiéndolas con menos costes. Si bien hasta hace relativamente poco tiempo las tecnologías provenían de forma casi exclusiva del amplio campo de las ciencias exactas y naturales, las que tradicionalmente se han llamado “tecnológicas”, es importante destacar que, hoy día, la terciarización de la economía hace que deba prestarse una atención cada vez mayor a las que provienen de otras áreas del conocimiento. Las ciencias humanas y socioeconómicas dan origen a sus propias tecnologías, que también pueden soportar no sólo las innovaciones que hoy llamamos comerciales u organizativas, sino también la definición e implementación de muchos servicios.

La situación española

En estos últimos años, las empresas españolas han sido sin duda innovadoras, y gracias a ello han podido mantener y aumentar su cuota en el mercado europeo. Pero sus innovaciones han sido fundamentalmente de proceso, unas orientadas a conseguir una mejor calidad y otras a compensar el inevitable aumento de nuestros costes salariales. Y la fuente de conocimiento más importante que han usado para ello ha sido la tecnología incorporada a los bienes de equipo. Un buen indicador de ello es que el valor de las importaciones de estos bienes se multiplicó por 7 entre 1986 y 2005.

Son efectos indiscutibles de estas importaciones la mayor calidad de la oferta y el aumento de la productividad de la mano de obra. Otro efecto positivo de esta estrategia de innovación basada en la adquisición de tecnología es que, de forma inevitable, durante estos años las empresas han debido aumentar su capacidad para comprender y utilizar los conocimientos que la tecnología incorpora, lo que a su vez ha mejorado su eficiencia innovadora. Pero, si bien parece cierto que este tipo de innovación es práctica habitual en nuestro tejido productivo, hay también evidencia de que otro tipo de innovación, el que precisamente da mejores frutos, nos resulta todavía bastante lejano. Este otro tipo de innovación es el que se basa en la generación propia de conocimiento y en su utilización para conseguir nuevos productos y servicios con mejores prestaciones. Es una innovación que busca más el aumento del valor que la disminución de costes.

Muchos otros indicadores demuestran esta afirmación. Por ejemplo, de media, según Eurostat (CIS, 2004), menos del 4% de la facturación de las empresas españolas se debe a productos que fueron nuevos para el mercado. En este indicador nuestro país se sitúa entre los últimos de la Europa de los 27, aun cuando cerca del 40% de las empresas manufactureras españolas se declaran innovadoras. También es bien conocido el poco peso que tienen en nuestras exportaciones los productos de alta tecnología, que suponen menos del 6% del total, lo que nos sitúa de nuevo en la cola de los países industrializados. También expresa lo mismo nuestra balanza de pagos de transacciones tecnológicas, que según los últimos datos de la OCDE, referidos a 2004, refleja unos pagos equivalentes al 1,7 por mil de nuestro PIB, mientras que los ingresos escasamente llegaron al 0,3. Finalmente, es bien sabido que el número de patentes españolas, especialmente las patentes triádicas, las que se registran simultáneamente en Estados Unidos, Europa y Japón, es anormalmente bajo. O tal vez no. Cuando se usa como indicador el número de patentes por millón de habitantes de cada país, España sigue entre los últimos, pero se puede observar que su situación es prácticamente la que le corresponde según la recta de regresión que relaciona el gasto en I+D en términos de PIB de cada país con el citado indicador.

Y esto nos lleva a analizar la posible causa de nuestra mala situación en las innovaciones más generadoras de valor añadido, que no sería otra que la falta de una actividad en I+D que genere el conocimiento adecuado en cantidad y calidad. Nuestro indicador de gasto total en I+D, en porcentaje del PIB, alcanzó el 1,13% en 2006, lo que supone algo menos de 12.000 millones de euros. Una cifra que es alrededor de la quinta parte del gasto alemán y un tercio del francés. En términos de gasto per cápita, equivaldría al 40% del alemán y a cerca del 50% del francés. Por otra parte, es bien sabido que el gasto total de la media europea se sitúa cerca del 2% del PIB. España dedica, pues, muy pocos recursos a la actividad de generar conocimiento, a I+D.

Este esfuerzo, aunque escaso, es eficiente en el aspecto científico. España, desde hace unos años, produce el 3% de los artículos de publicaciones científicas de calidad de todo el mundo, un 30% superior al peso que tiene en el PIB mundial. Aunque también es verdad que nuestras publicaciones son menos citadas que las de los países más avanzados, lo que quiere decir que, con amplias diferencias por disciplinas, nuestra calidad media no es la misma que la de estos países.

Un vistazo más cercano al gasto de I+D explica todavía más cosas. Además de escaso, el gasto se dedica en una mayor proporción a la actividad pública y no directamente a la actividad innovadora de las empresas. Así, las empresas españolas ejecutaron en 2006 sólo el 54% del gasto, y financiaron el 47%. Valores muy inferiores al objetivo de la Unión Europea, que pretende que la financiación privada en 2010 llegue al 66%, o a la ejecución privada actual en Estados Unidos, que es el 70%.

Y si el gasto español en I+D está desfavorablemente sesgado hacia el sector público, el número de investigadores lo está mucho más. Por cada mil personas activas, hay en España unos 6 investigadores, pero sólo un tercio de ellos trabaja en el sector empresarial. En la Europa de los 25 también hay una media de 6 investigadores por cada mil activos, pero la mitad son empresariales. En Alemania, donde hay 7 investigadores por cada mil activos, 4 son empresariales, mientras que en Finlandia estas cifras son 17 y 10, respectivamente.

Este desequilibrio es más importante de lo que se pudiera pensar a primera vista, porque indica, además de una escasa actividad dedicada a la creación de conocimiento, una insuficiente capacidad empresarial para aprovecharlo. Por otro lado, aunque el número de investigadores públicos respecto a la población activa es similar al de los países más avanzados, el gasto ejecutado por investigador público en España es sólo la mitad del ejecutado en Francia o Alemania. De ahí que, aunque logren una meritoria eficacia como generadores de ciencia con los recursos de que disponen, éstos sean aún insuficientes para generar y transferir la tecnología que precisa el tejido productivo.

Sirvan estos comentarios para constatar que la situación española en lo que respecta a las innovaciones que deberían ayudarnos a consolidar nuestra posición económica mundial no es en absoluto tranquilizadora.

Las cosas no van tan mal

Afortunadamente, hay claros indicios de que el dinamismo demostrado por nuestras empresas ya les ha llevado a detectar este problema. Por una parte, la actividad de I+D de las empresas no deja de aumentar a un ritmo más que aceptable, a una tasa media de crecimiento anual siempre superior al 10% desde 1994, que alcanzó el 20% en 2006. Pese a ello, el valor de nuestro gasto sigue siendo inferior al que correspondería a una economía como la española, por lo que dicha tasa deberá aumentar todavía más. Otro dato tranquilizador es que los recursos que las empresas ponen a disposición de sus investigadores son comparables a los que disponen sus colegas europeos, del orden del 87% del de las empresas alemanas y del 90% de las francesas.

También las empresas están remediando la escasez de sus investigadores. El crecimiento de sus contratos se eleva también constantemente, de modo que en 2006 el número de nuevos investigadores empresariales fue 5 veces superior al de los públicos. Con todo, los investigadores empresariales eran sólo alrededor de 40.000 en 2006, mientras que en el sector público superaban los 75.000.

Bienestar social

Además, todo lo anterior ocurre en un clima de mayor atención a la importancia de la ciencia y la tecnología para conseguir un mayor bienestar social. Las políticas públicas, tanto comunitarias como estatales y autonómicas no sólo no dejan de aumentar los recursos dedicados al fomento de la I+D y la innovación, sino que adoptan esquemas acordes con las tendencias mundiales, de forma que han asumido como objetivo el funcionamiento correcto del sistema de innovación que, además de exigir mayores recursos públicos, también demanda el desarrollo armónico de todos sus agentes, el reconocimiento de la influencia de sus medidas regulatorias y el diseño de herramientas de política científica y tecnológica que estimulen la dedicación de recursos privados a la generación de todo tipo de conocimiento.

Al significativo aumento de la Función 46 de los Presupuestos Generales del Estado y de los presupuestos de las comunidades hay que añadir, en el panorama comunitario, además del aumento de los fondos europeos, el nuevo diseño de Programa Marco de Investigación, Desarrollo tecnológico y Demostración y la creación del Programa Marco de Innovación y Competitividad. En el ámbito estatal, cabe destacar la Estrategia de Ciencia y Tecnología (ENCYT) y la nueva edición del Plan Nacional de I+D, que estará vigente en el período 2008-2011, mientras que prácticamente todas las comunidades mantienen vigentes planes de fomento de la I+D y la innovación.

Como conclusión, puede decirse que España es ya un país con cierta capacidad científica, y ya se ha incorporado al pequeño grupo que tiene peso internacional. Y también que el gasto empresarial en I+D crece desde 1994 a un ritmo superior al 10% anual acumulativo, aunque este crecimiento no nos acerca a las cifras habituales en Europa a la velocidad que sería de desear.

Los indicadores que valoran la existencia de innovaciones generadoras de alto valor añadido no son satisfactorios, por lo que hay que admitir que, desgraciadamente, el conocimiento científico y tecnológico influye todavía poco en nuestra competitividad. Será pues necesario mantener durante años el esfuerzo que empresas y administraciones están ya, sin duda, realizando.

“Nuestro indicador de gasto total en I+D, en porcentaje del PIB, alcanzó el 1,13% en 2006, lo que supone algo menos de 12.000 millones de euros. Una cifra que es alrededor de la quinta parte del gasto alemán y un tercio del francés. En términos de gasto per cápita, equivaldría al 40% del alemán y a cerca del 50% del francés. España dedica, pues, muy pocos recursos a la actividad de generar conocimiento, a I+D”

Noticias relacionadas

28 Apr 2008 - Actualidad

La OMC pide mejorar la distribución geográfica de médicos

Exige un Pacto de Estado con ese fin, así como una política de recursos humanos en Atención Primaria y la profesionalización de la gestión

15 Apr 2008 - Actualidad

Manifiesto en favor de la Atención Primaria

Las Consejerías de Sanidad de Navarra, La Rioja y Aragón han firmado el documento junto a SEMERGEN

Copyright © 2024 Elsevier Este sitio web usa cookies. Para saber más acerca de nuestra política de cookies, visite esta página

Términos y condiciones   Politica de privacidad   Publicidad

¿Es usted profesional sanitario apto para prescribir o dispensar medicamentos?