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Es la tierra otro elemento que Cunqueiro manipula asiduamente. Como en el caso del mar, parte de lo existente —la tradición— y a través de lo personal —la contemplación— llega a la recreación. Y luego habita esas tierras con fantásticos pobladores: perros que hablan, elfos, gnomos y “gente natural del sobremundo”. Así, en Las crónicas del Sochantre, una vieja “se santigua y reza un padrenuestro por el alma del difunto vizconde de Klöemel, que acaba de cruzar a caballo”. Pero en el elemento terrestre, Cunqueiro desciende con frecuencia a la alusión puntual, como si deseara establecer con el lector un diálogo más distendido, utilizando referentes que sólo pueden captar quienes conozcan la geografía gallega. En Os outros feirantes emplea un tono coloquial propio de conversaciones que nos acerca a la literatura oral. Revela detalles que ubican a los personajes en un entorno preciso, que tenemos a mano, estableciendo una complicidad que dota a esos seres de una realidad irrevocable. “Un tal Serxio de Muimenta”, escribe, “Agustín, que non sei si era de Melón ou de Quines”, “Aurelio, un tal dese nome que era veciño de Boimorto”. En tales ejemplos, Cunqueiro apela no sólo a nuestro esfuerzo imaginativo, como cuando habla de Bretaña o de países al borde de mares ignotos, sino que nos obliga a utilizar nuestra memoria geográfica. Emplea las mismas referencias que nosotros utilizamos al hablar y construye una serie de personajes que nos dan la medida de nuestro país y sus gentes. Pero siempre surge en Cunqueiro el gusto por lo fantástico. No era el único, ni fue el primero, en vertebrar esos dos puntos aparentemente irreconciliables: realidad y ficción. Años después, alguien llamó a eso realismo mágico. El paisaje adquiere en Cunqueiro la categoría de personaje; no es ese elemento falso, de cartón piedra, que puede hacer naufragar un libro. Es algo preexistente, vivo, que Cunqueiro utiliza con la sabiduría de un hombre que, en palabras de Néstor Luján, “era un contemplador de paisajes”. Conviene resaltar que ese paisaje mistificado, lejos de evadirnos de la geografía gallega, nos remite a nuestro entorno, ampliando los límites de un país que se extiende más allá de las fronteras arbitrarias. La iconoclastia es una actividad literaria fecunda si sobre las ruinas uno es capaz de construir un sólido mundo como hizo Cunqueiro, un hombre capaz de oír, en el atrio de Comfront, una mariposa que volase.

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