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GASTROENTEROLOGÍA

Día Mundial de la Salud Digestiva

JANO.es y agencias · 30 mayo 2008

Con motivo de esta jornada, la Organización Mundial de Gastroenterología ha puesto en marcha la campaña "Salud y Nutrición Óptima"

Considerar que una dimensión monstruosa de nuestra humanidad es una enfermedad tendrá el efecto balsámico de ayudarnos a olvidar que, desde el punto de vista moral, más que en buenos y malos, los humanos nos dividimos en malos y peores.

Referentes informativos 
En 2008 se cumple el 40 aniversario del asesinato de Martin Luther King, el gran apóstol de la lucha por los derechos civiles de la comunidad negra norteamericana. En este clima, la carrera por la nominación demócrata ha tenido uno de sus episodios más notables en la tardía y posiblemente interesada divulgación de dos sermones del reverendo afroamericano Jeremiah Wright, asesor de Barack Obama. En el primero, Wright, sólo cinco días después del 11-S, responsabilizó de los atentados a la política exterior estadounidense. Más polémico aún fue el segundo, en el que dos años después el reverendo maldijo a su nación por la forma en que ha tratado y trata aún a los ciudadanos afroamericanos. La polémica terminó sin incidencias gracias a la rápida reacción de Obama, que retiró de su equipo al polémico religioso y pronunció a su vez un discurso apelando a la unión de todos los norteamericanos en pro de fines de interés común. No por ello el precandidato demócrata obvió la larga historia de agravios sufrida por sus compatriotas de color, que arranca de la ignominiosa esclavitud y se prolonga hasta nuestros días, aupada en un sempiterno racismo.

A lo largo de la historia de la Humanidad, el tratamiento de que se ha hecho objeto a las personas con un color de piel diferente no ha sido precisamente digno ni edificante. Hasta bien entrado el siglo XIX, los negros africanos fueron considerados algo similar a una subespecie animal, no sólo por el color de su piel, sino por otras características anatómicas, como la acumulación de grasa en las nalgas femeninas, desproporcionada y antiestética hasta la monstruosidad para los ojos europeos1.

Superada esta concepción tan ridícula como cruel, el prejuicio racista tendría que ser hoy algo totalmente fuera de lugar. Tal vez por ello hay quien considera que debería ser materia de atención de la Psiquiatría. En los años 60, un grupo de psiquiatras negros norteamericanos propuso la consideración de enfermedad mental para el racismo extremo. Su sugerencia fue rechazada por los directivos de la Asociación Psiquiátrica Americana, que argumentaron que el racismo era extraordinariamente común en los Estados Unidos: en cierta medida, casi la norma, lo que hacía de él un problema cultural y no psicopatológico.

Alvin Poussaint, un psiquiatra de la Universidad de Harvard de raza negra y de cierta edad (y, por lo tanto, presumiblemente con alguna experiencia como víctima de lo que en términos un tanto mojigatos se denomina hoy en día “sesgo racial”), se opone vigorosamente a esta argumentación por considerar que la aceptación del racismo como un hecho estadísticamente dominante legitima una forma de pensamiento y de conducta depravada y cruel. Para Poussaint, en su forma más extrema el racismo encaja en el concepto de idea delirante, por lo que para alojarlo en la Psicopatología propone frente (o junto) al clásico delirio de perjuicio un nuevo subtipo, el de “prejuicio”2.

En 2004, la prestigiosa e influyente revista psiquiátrica norteamericana Psychiatric Services publicó una reflexión editorial en la misma línea3. Su autor, Carl Bell, de Chicago, definía al racismo como “la práctica de la discriminación, segregación, persecución y dominación raciales sobre la base de sentimientos e ideas de superioridad étnica”, y ofrecía varios ejemplos de su relación con la psicopatología.

Como bien señalaba el autor, las ideas y sentimientos de contenido racista pueden aparecer en los trastornos paranoides o en determinadas formas de trastornos de personalidad. También son posibles los desarrollos paranoides en personas que hayan sufrido un daño o perjuicio por parte de un individuo de otra raza. Asimismo, Bell avanzaba la posibilidad de que un enfrentamiento de temática racial, no necesariamente psicopatológico, entre un jefe y su empleado de distinta raza pudiera diagnosticarse como un trastorno relacional entre dos personas.

A partir de estas consideraciones, sugería que a pesar de la resistencia que hasta la fecha ha exhibido la comunidad psiquiátrica a la idea, tal vez debiéramos ir pensando en incluir al racismo (o a alguna de sus formas) entre los síntomas o trastornos psiquiátricos. No sólo eso: el DSM tendría que incorporar a su ya dilatado catálogo de más de 350 variantes de trastorno mental otros “prejuicios extremos” como el sexismo, el viejismo (etaísmo o ageísmo) y lo que Bell denominaba “heterosexismo”, término éste que englobaría a la homofobia y la “bifobia” (intolerancia hacia la bisexualidad)4. Otros van más lejos y propugnan la creación de un “Trastorno Intolerante de la Personalidad” que englobaría el racismo, el sexismo y la homofobia5.

Propuestas poco sensatas

Estas propuestas no parecen muy sensatas, y no sólo porque otorgan a la Psiquiatría una función de control y educación social que no le corresponde y que es dudoso que fuera capaz de llevar a cabo sin crear desaguisados, sino porque, salvo en casos muy concretos, confunden forma y fondo. El tema de una idea o sentimiento paranoide no es en sí mismo un síntoma. El hecho de que haya personas que tengan delirios de contenido racista no convierte al racismo en un delirio, sino que lo mantiene en una categoría de creencia poco presentable, como muchas otras de las que caracterizan a los seres humanos. Una persona con un trastorno paranoide de la personalidad puede ser (especialmente) racista, pero también puede tener ideas religiosas muy definidas y firmes, animar con particular vehemencia a un equipo de fútbol o, como el protagonista de La Conjura de los Necios, defender fanáticamente la ortografía. Por mucho que esta hipotética persona las exhibiera de forma desmedida, seguramente nadie o casi nadie consideraría que la vivencia religiosa, la pasión futbolera o la exigencia de una correcta ortografía son en sí mismas enfermedades mentales. Entre este tipo de pasiones y el racismo sólo existe una diferencia, y es que este último, de acuerdo con nuestros criterios morales actuales, es siempre moralmente malo, mientras que el fútbol, la religión o la ortografía sólo lo serían acaso en función de cómo se comportasen sus proponentes o defensores.

La alusión a criterios morales actuales no es inocente, porque sólo después de milenios de barbarie ha empezado el ser humano a tener conciencia de que es una aberración discriminar a otras personas por criterios de edad, sexo, raza, procedencia, religión, ideología política, idioma o cualquier otra característica accesoria a la esencia humana que todos nosotros compartimos. Una esencia humana que lamentablemente es poco presentable desde el punto de vista moral. La idea roussoniana del buen salvaje, o la concepción de nuestra mente como una tabula rasa exenta de características innatas es difícil de sostener hoy en día6. Más que bondadoso o inocente, el ser humano es agresivo y violento, rasgos éstos posiblemente relacionados con su éxito evolutivo.

La sociedad y la cultura no pervierten al salvaje utópicamente bueno; más correcto sería afirmar que dotan a la fiera humana de unas reglas básicas para regular la convivencia. Afortunadamente, con el paso del tiempo, esas reglas van cambiando e incorporan cada vez más el respeto a las mujeres, a los niños, a los ancianos, a los extranjeros, a los infieles, a los gentiles; incluso a los vecinos, con lo que se apaciguan tendencias firmemente enraizadas en los seres humanos. De lo precario de ese apaciguamiento, así como de nuestra humana disposición al racismo y a otras formas de intolerancia, dan cuenta a lo largo de la historia epidemias de barbarie provocadas por la colisión o simplemente el excesivo acercamiento de dos grupos étnicos o religiosos. En esos momentos de humana inhumanidad, los perpetradores de la barbarie no son exclusivamente sujetos sociopáticos caracterizados por una especial propensión a la violencia, sino más bien personas normales, anodinas, vulgares zutanos, perenganos e hijos-de-vecino cualesquiera. Dadas ciertas condiciones cualquiera de nosotros puede convertirse en un genocida7.

Pero aun entendiendo que no es apropiado definir al racismo como patología psiquiátrica, el modelo de enfermedad puede resultar oportuno para explicar la fácil transmisión entre las mentes humanas de las ideas que en estado de serenidad y lucidez rechazamos por fanáticas. Estas ideas no dejan de ser una forma de memes, en el moderno lenguaje evolucionista8, o de ideovirus9 capaces de propagarse, o de contagiarse. Sin embargo, una aplicación completa del modelo de enfermedad no debe olvidar los factores específicos del huésped.

Educación en la tolerancia

Del mismo modo que existen patógenos biológicos propios de nuestra especie, las ideas, y en particular las malas, asientan en seres humanos y se transmiten igualmente por seres humanos, cuyas actuaciones y comentarios más o menos proselitistas actúan como fagos que las vehiculan. Nuestra esencia humana, lejos de protegernos de la barbarie y el fanatismo, nos dispone a ellos. Lo que diferencia al racista (o a cualquier otro fanático) de quien aparentemente no lo es tiene más de cuantitativo que de cualitativo. Y la única vacuna es la educación en la tolerancia y los valores morales, no valores moraloides, hipócritas o de moda.

Calificar al racismo de patología psiquiátrica se asemeja mucho a otras iniciativas propias de estos tiempos en que manda un pensamiento políticamente correcto que parece creer que la modificación de ciertas palabras o de actitudes superficiales servirá para convertir al ser humano en bueno y benéfico. El racismo es una inmoralidad, depravación, perversión, defecto, vergüenza, vicio, error y horror del que, por mantenernos en el concepto de enfermedad, habrá que decir que desde el punto de vista epidemiológico tiene una elevada prevalencia social, y destinarlo al estudio y tratamiento por parte de la Psiquiatría serviría para convertirlo en algo psicológicamente patológico, ajeno y alienante, como si no tuviera nada que ver con la esencia humana.

Aunque sería una insensatez que la Psiquiatría acabase alojando en su inagotable nosología el racismo, no es de descartar que acabemos diagnosticando de delirantes (o de alguna nueva categoría ad hoc) a las personas que expresan vehementemente sentimientos racistas o los actúan, aun en ausencia de otra psicopatología definida y clásicamente reconocida. Llegado ese momento, es posible que el racismo se convierta en una cuestión de neurotransmisores, o de receptores. O de polimorfismos nucleótidos únicos. O de errores cognitivos. O de pulsiones agresivas desplazadas o proyectadas, que la Psiquiatría dispone de paradigmas para explicarlo todo. Y considerar que una dimensión monstruosa de nuestra humanidad es una enfermedad mental que afecta sólo a un número limitado de individuos tendrá el efecto balsámico y tranquilizador de ayudarnos a olvidar que, desgraciadamente, desde el punto de vista moral, más que en buenos y malos, los humanos nos dividimos en malos y peores.

“Lo que diferencia al racista (o a cualquier otro fanático) de quien aparentemente no lo es tiene más de cuantitativo que de cualitativo. Y la única vacuna es la educación en la tolerancia y los valores morales, no valores moraloides, hipócritas o de moda.”

Bibliografía

1. Fernández-Armesto F. SO you think you’re human?: A brief history of human kind. Oxford: Oxford University Press, 2004. 
2. Poussaint AF. Yes: it can be a delusional symptom of psychotic disorders. West J Med 2002; 176: 4. 
3. Bell C. Racism: A Mental Illness? Psychiatr Serv 2004; 55:1343. 
4. Eliason MJ. The prevalence and nature of biphobia in heterosexual undergraduate students. Arch Sex Behav 1997; 26: 317-26. 
5. Guindon MH, Green AG, Hanna FJ. Intolerance and psychopathology: toward a general diagnosis for racism, sexism, and homophobia. Am J Orthopsychiatry 2003; 73: 167-76. 
6. Pinker S. La tabla Rasa. Barcelona: Paidós, 2003. 
7. Waller J. Becoming evil. How ordinary people commit genocide and mass killing. New York: Oxford University Press, 2002. 
8. Dawkins R. El gen egoísta. Barcelona: Salvat, 1986. 
9. Andrakas WG (on behalf of the Lutxana-Erandio Task Force on Intolerance). El fanatismo, la intolerancia y otras enfermedades transmitidas por ideovirus. En Logan Jr DH, Pitiklinov P, Smith CS (eds): The Txori-Herri Medical Journal, Antología I. Bilbao: Erroteca, 2007.

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