NUTRICIÓN
El café torrefacto tiene mayores propiedades antioxidantes
JANO.es y agencias · 27 febrero 2008
Una investigadora navarra muestra los beneficios para la salud de esta bebida, una de las principales fuentes de aporte de antioxidantes en la dieta
En pocos sitios la vida se manifiesta de forma tan salvaje, tan rotunda, como en los centros hospitalarios. Quienes consideramos la salud como una deuda que el destino contrae con nosotros, deberíamos adentrarnos de vez en cuando en esos lugares donde encontramos a supervivientes peleando con los restos de su existencia sabiendo que el premio es sobrevivir. La vida es un don gratuito; tal vez, pero hay que merecerlo. Y sin embargo la vida, acaso gratuita, en verdad es el don excelso en el que menos reparamos. Con ella se nos da todo lo que nos hace mejores y peores, con ella se nos entregan la pasión y el aburrimiento, el asesinato y la esperanza, la pintura y el odio, la música y la sinrazón. Los hospitales son arenas de circo donde gladiadores que a veces se enfrentan en una lucha hostil contra la muerte se baten heroicamente por una hora más, por una supervivencia digna. Enfermos de mirada triste y de paso ausente, de pieles blanquísimas con batas uniformadas como en un campo de concentración que vemos pasar a nuestro lado y nos sentimos afortunados por pertenecer a una raza de seres con salud que viven y ejecutan los actos más sencillos con una naturalidad que a ellos les perece un lujo desmesurado que con frecuencia nosotros dilapidamos. Nadie pelea tanto contra la muerte como los enfermos, nadie merece tanto la vida como ellos. Marginados por su falta de salud, por el enclaustramiento en los centros hospitalarios, ávidos por respirar el aire de la calle, por poder pasear por las plazas, son en realidad los vencedores del cruento combate contra la muerte, la voz clamorosa que reclama la vida incluso cuando ya no les queda esperanza. Quizá seamos los de fuera, los que gozamos de los amaneceres y los cafés, de los libros y los autobuses, de la lluvia y la urgencia, quienes estemos más enfermos porque no nos hemos dado cuenta, cuenta cabal y consciente, de que la salud y la vida son misteriosos regalos que nos suministran los dioses generosos. Posiblemente, si alguna ciencia sociopolítica o como carajo se llame investigara a fondo, llegaríamos a la estremecedora conclusión de que los enfermos —los enfermos y los hambrientos y los solitarios y los tristes y los desafortunados— constituyen la mayoría de nuestro género, una mayoría tantas veces sin voz, tantas veces sin poder pero siempre defendiendo la vida con la voracidad con la que nosotros solemos despreciarla.