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Genéricos, casi 8.000 millones de euros de ahorro en una década

JANO.es y agencias · 13 febrero 2008

Según un estudio realizado por la FEFE y Ratiopharm, estos medicamentos representan el 6,6% del total de los consumidos en nuestro país

Puede decirse que la práctica de la medicina consiste en tratar de aplicar un pensamiento lógico a muy diversos tipos de discursos que no siempre reúnen esa misma característica.

Referentes filosóficos

El final de Nietzsche

Tras su jubilación, Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844-1900) pasó largas temporadas en la Riviera francesa y en el norte de Italia, dedicado a pensar y escribir. Pero sus obras no tenían el éxito esperado y Nietzsche se iba quedando cada vez más solo. A principios de 1889, en Turín, cuando ya estaba casi ciego, presentó una crisis de locura de la que no se recuperó. Estuvo internado en una clínica de Basilea y, después, en otra de Jena, hasta que su madre se lo llevó consigo. Nietzsche vivió los últimos 12 años de su vida en un estado de aletargamiento, bajo los cuidados de su madre y después de su hermana Elisabeth. El 25 de agosto de 1900 falleció en Weimar, sin percatarse del interés que sus obras estaban despertando.

El pensamiento médico, como todo pensamiento científico, trata de alcanzar una expresión precisa, clara y unívoca. Pero la práctica clínica, como otros ámbitos de la vida cotidiana, presenta al médico con frecuencia formas de expresión imprecisas, oscuras y equívocas. El lenguaje delirante es un ejemplo extremo, pero no el único ni el más frecuente.

El médico, como todo profesional riguroso, intenta atenerse a un lenguaje ajustado a unos requisitos lógicos que garanticen la mayor exactitud en la expresión y eviten las confusiones y las ambigüedades. No siempre es ese el caso del lenguaje con el que los diversos pacientes se expresan en la clínica. Puede decirse que la práctica de la medicina consiste en tratar de aplicar un pensamiento lógico a muy diversos tipos de discursos que no siempre son predominantemente lógicos.

Si se parte de la hipótesis de que toda expresión lingüística humana refleja un cierto tipo de racionalidad, se constata que el término “racionalidad” remite a varios tipos de procesos cognitivos y de discursos lingüísticos de muy distintas características estructurales y expresivas.

Conceptos de racionalidad

El concepto de “racionalidad optimizadora de la relación entre los medios disponibles y los fines deseados” —muy usado, por ejemplo, en los análisis del pensamiento económico— se encuadra en lo que de forma genérica podríamos denominar “racionalidad lógica”.

Frente a él, el concepto de “racionalidad axiológica acotada” —que están desarrollando actualmente, en el campo de la filosofía de la ciencia, Javier Echeverría y Francisco Álvarez, entre otros— aspira a una mayor flexibilidad y eficacia, seleccionando entre la información disponible aquella que es pertinente y significativa y limitando los objetivos que se persiguen. Al mismo tiempo pone el énfasis en los diferentes tipos de valores que influyen en el agente de las decisiones y en las características del medio en el que se realiza la decisión. Es un tipo de planteamiento de extraordinaria utilidad en un contexto clínico, en el que la cantidad de información potencialmente disponible puede llegar a ser un obstáculo para tomar decisiones acertadas (Lázaro, 2005a) y en el que los múltiples tipos de valores que introducen tanto el paciente como los profesionales sanitarios pueden complicar mucho el proceso racional de análisis del problema en cuestión (Lázaro, 2005b).

Práctica clínica

A partir de este planteamiento, es posible proponer —de forma abierta a la discusión— tres hipótesis sobre los tipos de racionalidad que se manifiestan en la clínica:

1. El análisis de la racionalidad nos pone de entrada ante la que puede denominarse “racionalidad lógica”, entendida como la que respeta los clásicos principios de identidad y de no contradicción.

2. Pero hay un conjunto de fenómenos lingüísticos —el delirio psicótico, el discurso onírico, el lenguaje incipiente de los niños, el del pensamiento mágico...— que no respeta esos principios básicos de la racionalidad lógica. Sin embargo, es posible dar razón de ellos si se analiza su estructura como un resultado de mecanismos de asociación metafórica y metonímica. A la dinámica que rige este otro tipo de discursos la denominaremos “racionalidad poética”.

3. Los discursos humanos que pueden observarse en la vida cotidiana son una articulación —en diversas proporciones— de racionalidad lógica y racionalidad poética. No hay posibilidad de dar cuenta de las diversas formas de nuestro pensamiento y nuestro lenguaje si no se admite esa doble componente —la lógica y la poética— de lo que se podría llamar “racionalidad humana” o “racionalidad generalizada”.

Pensamiento delirante

El psiquiatra gallego Manuel Cabaleiro Goas recogió en una de sus obras el siguiente relato de un paciente: “Al entrar hoy en el portal de mi casa me encontré con que en el suelo estaba una botella rota en varios pedazos, que había contenido vino tinto, y éste se hallaba formando allí un gran charco. En aquel momento todo se me hizo perfectamente claro. Toda mi depresión y mi angustia de estos últimos tiempos, que tanto me hacen sufrir, quedaron aclaradas en ese instante. No eran más que un presentimiento de algo de lo que yo no me había dado cuenta. Aquello que acababa de ver en el portal me lo reveló todo. En unos segundos quedó para mí bien explicado, sin lugar a ninguna duda: mi sufrimiento de estos meses no era otra cosa que un presentimiento de algo terrible que me va a suceder. Me van a aniquilar, van a acabar con mi vida, rompiéndola, como hicieron con esa botella hasta desangrarme, como el charco de vino tinto me lo demostró. ¡Todo está ya completamente claro! ¡Es inhumano y criminal lo que van a hacer conmigo para conseguir destruirme moral y físicamente! ¡Es un crimen!” (Cabaleiro Goas, 1966).

Cuando un hombre entra en el portal de su casa y ve en el suelo una botella rota y una mancha de color rojizo y olor etílico, puede perfectamente comentar: “A algún vecino se le ha caído una botella de vino y ha manchado el portal”. En este caso, lo más probable es que quienes le escuchen comenten a su vez: “Esa es una suposición muy lógica; este es un hombre sensato”.

Pero puede también ocurrir que, ante la misma imagen, la reacción del hombre que entra en el portal sea una súbita iluminación, la revelación deslumbrante de que esa botella y esa mancha tienen un significado indudable, indiscutible, imposible de rebatir por razonamiento alguno. Esa botella rota y esa mancha rojiza adquieren un significado absoluto: su vida va a ser destruida y su sangre derramada.

Cualquiera de los testigos que presencien esta segunda escena, sin necesidad de mayores conocimientos de psicopatología, probablemente comentará: “Esta no es una interpretación lógica; este hombre está loco”. Lo que nos recuerda el ejemplo citado es que el habla cotidiana emplea la palabra “lógica” en un sentido que la identifica con cordura y la opone a locura: una suposición lógica revela un alma cuerda y una deducción ilógica permite a cualquier profano diagnosticar la locura. O al menos lo permite un cierto tipo de deducciones ilógicas, como la del desdichado que entró en su portal de Orense y en una botella rota vio su propia vida rota. Hay conclusiones ilógicas que denotan locura.

Pero hay también formas de racionalidad que no pueden considerarse lógicas, en sentido estricto, pero tampoco llegan a ser psicóticas: el discurso onírico, el de ciertas obras literarias —como las surrealistas— o el del pensamiento mágico.

Dos sentidos distintos

Dos sentidos distintos aparecen, pues, en el uso del término “racionalidad”. En el sentido amplio, el que permite aplicarlo a fenómenos como la locura, el sueño o la magia, “racionalidad poética” se refiere a los mecanismos que configuran la estructura de un flujo de pensamiento asociativo que se expresa en palabras —o, a veces, en otro tipo de representaciones, como las visuales o las gustativas—. En el sentido más concreto y restringido, el que permite identificar como locura lo que se sale de la lógica, la racionalidad parece reducirse a la lógica tradicional, la lógica por antonomasia, la que respeta las identidades y evita las contradicciones. Para este sentido restringido del término “racionalidad”, no hay lógica en la locura porque ésta no respeta los principios básicos de la lógica: la identidad de lo que es idéntico y la oposición de lo que es contradictorio.

Es sabido que en los primeros días de 1889, mientras se hundía en la locura de la que ya no regresaría, Nietzsche escribió una serie de cartas que firmó como “El Crucificado”, pero también como “Dioniso”, y en ellas se identifica con varios personajes célebres —incluido el mismísimo Dios— y afirma haber asistido dos veces a su propio entierro. Pocos días después era ingresado en el manicomio. Había salido de la racionalidad lógica por haber querido ser a la vez Nietzsche y Dios, por haber pretendido al mismo tiempo estar vivo y estar muerto (Nietzsche, 1974). Es evidente que Nietzsche había dejado de ser lógico. Pero se podría también decir que había un método en su locura. Que su delirio puede considerarse como el producto de otro tipo de racionalidad y analizarse a través de ella.

De la metáfora al delirio

La estructura del pensamiento del psicótico de Orense —como la del Nietzsche que se derrumbó en Turín— no tiene, en sí misma, nada extraño: lo que permite pasar de una botella rota a la propia vida rota o de una mancha de vino a una mancha de sangre no es más que una asociación de ideas que se apoya en una relación de analogía. Podríamos considerarlas como dos simples metáforas, si no fuese por una serie de circunstancias concomitantes —la certeza absoluta con que el significado se impone, su impermeabilidad a cualquier razonamiento, su extravagancia, su carácter idiosincrásico— que llevan a concluir que tras esas analogías metafóricas hay algo más: aquel hombre era un psicótico porque, a diferencia de lo que le ocurriría a sus vecinos, para él la botella rota no simbolizaba sino que era su propia vida rota, y la mancha de vino no era la metáfora de una mancha de sangre sino que el vino y la sangre confundían sus identidades: para él el vino era lo mismo que la sangre, era absolutamente sangre, y esa confusión de dos identidades distintas es lo que permite afirmar que no estaba haciendo una metáfora sino que estaba delirando.

Es el carácter absoluto de su certeza lo que permite decir que ha pasado de la interpretación a la convicción y con ello ha pasado de la metáfora al delirio. En su locura ha perdido el control sobre sus mecanismos de asociación analógica, pero éstos conservan aún cierta coherencia que los hace inteligibles, una coherencia con la que se van poniendo en relación los significantes —imagen de botella rota, imagen de líquido rojo— y los significados —vida destruida, sangre derramada.

Es posible que, si la locura progresa, la coherencia y la relativa complejidad de esa estructura se vayan degradando hasta llegar a una simple asociación de significantes sin significado comprensible alguno, significantes que seguirán recurriendo a un mecanismo de asociación por analogía pero ya no serán más que una sucesión de sonidos similares entre sí, como lo muestra, por ejemplo, el discurso residual de un esquizofrénico que consistía en lo siguiente: “Me voy a la escuela-culo-escuela- escuela-la-la-eteridad-dad-dod-did-dud” (Castilla del Pino, 1986).

El lenguaje psicótico nos da un ejemplo extremo de un tipo de racionalidad que ha dejado de ser lógica y ha incorporado otro tipo de mecanismos asociativos. Pero no es el único caso que la clínica médica ofrece de oscilación entre la racionalidad lógica y la racionalidad poética.

 “Lo que permite pasar de una botella rota a la propia vida rota o de una mancha de vino a una mancha de sangre no es más que una asociación de ideas que se apoya en una relación de analogía”.

Bibliografía general

Castilla del Pino C. Evocación de Luis Martín-Santos. Olvidos de Granada 1986;13:159-62.

Cabaleiro Goas M. Temas psiquiátricos. Vol. 2. Madrid: Paz Montalvo; 1966. p. 977.

Lázaro J. La sabiduría de ignorar. JANO, Medicina y Humanidades 2005a;1.570:59-60.

Lázaro J. Los múltiples valores de la sanidad. Diario Médico, 5 de mayo de 2005b:7.

Nietzsche F. Correspondencia. Barcelona: Labor; 1974. p. 173-6.

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