ONCOLOGÍA

La atención especializada del cáncer de ovario mejora los resultados

JANO.es · 13 marzo 2008

Un estudio holandés publicado en el “Journal of the National Cancer Institute”, resalta la mayor supervivencia de las pacientes tratadas en hospitales especializados o semiespecializados

Seguro que Lluch hubiera visto y, por tanto, disfrutado del Madrid-Barça del otro día. Y que se sentiría satisfecho por al menos tres cosas: por el juego de su equipo, por la goleada al eterno rival y, sobre todo, por la reacción del público aplaudiendo la exhibición del conjunto catalán y de Ronaldinho en particular. Ernest Lluch lo hubiera interpretado como lo que fue: un signo de convivencia, de tolerancia, de deportividad, de que hay momentos en que determinados valores están por encima del fanatismo, del ruido, de las amenazas, de los exabruptos, de la intolerancia.

A Lluch, sin duda, le hubiera gustado porque toda su vida defendió desde la intelectualidad el diálogo como camino hacia la meta. Y esa postura era la que más molestó a los fanáticos, porque quería aplicársela a ellos, que vieron en el entonces ex-ministro un elemento que podía alterar las reglas del terrorismo. Y ésas sólo las dictan ellos. Y por eso le asesinaron hace ahora cinco años.

De Ernest Lluch se pueden contar miles de anécdotas, muchas de ellas graciosas, que reflejan la personalidad de una especie de profesor o sabio despistado, pero sabio al fin y al cabo. Y esos conocimientos los quiso trasladar a dos estamentos básicos de su vida: la universidad y la sanidad.

La Ley General de Sanidad de abril de 1986 es uno de los engranajes más visionarios y futuristas de lo que debía ser un sistema de salud moderno, es la que consagra el derecho a la protección de la salud emanado de la Constitución. La Ley Lluch -cuando lo asesinó ETA dije que debería llevar su nombre- instaura varios aspectos básicos: la universalización de la asistencia sanitaria; una Atención Primaria que llegase a todos los rincones de España; un sistema MIR y de enfermería modélicos en formación; unos pacientes que ven reconocidos sus derechos y su papel como movimiento asociativo y como reivindicación permanente de sus necesidades y la descentralización efectiva, una vez que había comenzado ya el proceso de transferencias sanitarias a las comunidades autónomas. El mejor elogio que se puede hacer a este texto es que no sólo es plenamente vigente, sino que hay principios que aún no se han desarrollado. La Ley Lluch fue un ejercicio de diálogo, como lo fue la vida del propio ministro de Sanidad del primer Gobierno de Felipe González, el que surgió tras las elecciones más esperanzadoras de la democracia, las de octubre de 1982.

Cuando ETA le asesina, Lluch había participado de forma muy activa en lo que entendía como un proceso imparable de diálogo, único mecanismo para llegar a un final de la violencia en Euskadi. Fue un personaje fácil de ver por las calles de Donostia. Pocos políticos de fuera del País Vasco supieron comprender como él que esta proximidad era necesaria para trabajar en el intento de acabar con el terrorismo. Los violentos nunca han querido más diálogo que el de sus armas. Y la actitud de hombres como Lluch les molestaba. Por eso acabaron con él, el artífice de la mejor Ley de Sanidad que hemos tenido nunca, la Ley Lluch.