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NEUROLOGÍA

Los neurólogos piden fomentar la investigación

JANO.es y agencias · 21 noviembre 2007

Se celebra en Barcelona la LIX Reunión Anual de la Sociedad Española de Neurología, con la asistencia de unos 3.500 especialistas

Con la primavera renace la naturaleza, al tiempo que la religión cristiana conmemora que Jesús, después de celebrar la Pascua judía, muere en la cruz, y resucita, glorioso, tres días después. En su resurrección está la prueba de su divinidad y también el precedente de la deseada inmortalidad de los creyentes, puesto que en Jesús ven una promesa de vida eterna.

A imitación de lo que sucede en la naturaleza, en cuyo seno muere y renace la simiente cada año, los humanos hemos pretendido, desde hace milenios, alcanzar en nosotros mismos esa facultad regeneradora. El instinto conduce a la reproducción, pero ésta no basta. No nos parece suficiente transmitir un código genético a nuestros descendientes, queremos permanecer por nosotros mismos. Quizá por eso ante el renacer primaveral de la naturaleza nos sentimos más asténicos que exultantes y mucho más tristes aún si nuestras posibilidades de engendrar han mermado o desaparecido. La inutilidad biológica se traduce muy pronto en una decadencia física que no estamos dispuestos a aceptar y por eso, aún de modo inconsciente, tratamos de zafarnos a esa ley natural e intentamos transgredirla. Los mitos y los ritos nos ayudan. A su amparo, encontramos respuestas que quizá resulten consoladoras porque encierran algunas explicaciones útiles aunque sea por vía culinaria, como ocurre a menudo. La degustación de ciertos platos, en determinadas épocas del año, forman parte del ritual. Comer también es una forma de conocer y de integrar en el propio cuerpo materias de especies animales o vegetales que nos son ajenas. La comunión cristiana sublima y sacraliza ese aspecto. Durante bastante tiempo, además, la Iglesia impuso el precepto de comulgar al menos una vez al año, por Pascua, después de haber realizado una confesión general. Coincidiendo con la resurrección de Cristo, debían resucitar las almas. La comunión con el cuerpo de Cristo solemnizaba el hecho y con él moría el hombre viejo del que nacía un hombre nuevo, en consonancia con la religión y también con la naturaleza.

Los primaverales huevos de Pascua suponen la conexión con ritos de fertilidad de antiguos cultos. No hay duda de que el huevo es en diversas culturas un elemento fundamental que alcanza categoría simbólica. En él se encierra la posibilidad de la vida y en consecuencia el secreto de la perpetuación. Para los chinos, el primer hombre nace de un huevo que Tieu dejó caer del cielo y flotó sobre las aguas primordiales. El mundo, a su vez, es representado como un huevo cósmico en múltiples tradiciones, desde las de los hindúes hasta las de los druidas. En numerosos sepulcros prehistóricos de Rusia y Suecia se han encontrado huevos de arcilla que, según los antropólogos, fueron depositados allí como emblema de la inmortalidad. En la cultura egipcia el huevo se representa con mucha frecuencia. El dios Ra aparece resplandeciente en su huevo y también en los ritos de Osiris se moldeaba un huevo con harina de higo y polvo de diamantes, entre otros ingredientes. La imagen de un huevo flotando sobre una momia que se observa en algunos papiros se relaciona, igualmente, con la inmortalidad. Ese huevo flotador recuerda el huevo bailador, otra costumbre relacionada con la Pascua que se conmemora en los países eslavos igual que en Cataluña, aunque aquí se retrasa al día del Corpus. En el claustro de la catedral de Barcelona, una vez al año se rinde tributo al huevo, entronizando en un espacio sacro un rito de carácter profano. Sobre el surtidor de la fuente admiramos l’ ou com balla. Al parecer, en este caso, ese huevo representa la vida solar danzante en el cielo y es, claro está, promesa de vida futura, igual que Jesucristo. Una promesa que procede del norte de Europa. En Letonia un canto conmemora a ese “sol que baila sobre una montaña de plata y lleva botas de plata en los pies”.

Esas referencias a la significativa riqueza del huevo son sólo una somera muestra del valor que se le ha atribuido a lo largo de la historia en muy diversas civilizaciones y de la que son buena prueba las numerosas alusiones lingüísticas ponderativas. “Vale un huevo” aún se usa, aunque los huevos hoy resulten baratos, gracias a las sacrificadas ponedoras industriales. A las alusiones a los huevos gallináceos hay que añadir a veces otras referencias de cariz genital masculino, como las del ex ministro Trillo, “mandan huevos”. Esos huevos eufemísticos, con frecuencia hiperbólicos, son también referentes de hombría. Tener o no tener, tenerlos bien puestos, etc., implica una forma de ver la realidad, que, a fin de cuentas, se relaciona con el imperativo biológico masculino, el huevo del mundo y sus insondables misterios.

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