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Medicina es la carrera que más homologaciones de títulos extracomunitarios

JANO.es y agencias · 14 febrero 2008

Datos del Ministerio de Educación y Ciencia muestran que en el año 2006 se homologaron en nuestro país 3.217 títulos

La intención de los autores al analizar la riqueza de recursos fitoterapéuticos recogidos en la genial obra cervantina —e incluso plantear algunas hipótesis al respecto— no pretende en ningún momento pontificar, pues no quieren caer en el error que ya adelantó Miguel de Unamuno en 1905: “De cuantos comentadores caen sobre el Quijote, no los hay más terribles que los médicos. Al punto se meten a escudriñar... hasta su terapéutica”1.

Referentes artísticos

Detalle de un grabado al agua fuerte de Ricardo de los Ríos, sobre un dibujo original de Jules Worms, titulado Don Quijote prepara el bálsamo de Fierabrás, y destinado a la traducción francesa del Quijote realizada por Cesar Oudin y Francois de Rosset (L´Histoire de Don Quichotte de la Mancha. París: Librairie des Bibliophiles; 1884).

Detalle de una talla dulce realizada por William Hogarth titulada La ventera y su hija emplastan a Don Quijote, con destino inicial a la edición inglesa del Quijote de Jacob Tonson (Don Quixote. Londres: J. & R. Tonson; 1738) encargada por lord John Carteret. El proyecto no llegó a término y la ilustración no vio la luz hasta después de la muerte del artista.

“El caballero andante... debe ser médico, 
y principalmente herbolario, para conocer 
en mitad de los despoblados y desiertos 
las yerbas que tienen virtud de sanar...”

(Miguel de Cervantes. El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha)

Durante el año de celebración del IV centenario de la publicación de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha (Miguel de Cervantes, imprenta de Juan de la Cuesta, Madrid, 1605)2, se han multiplicado los estudios científicos sobre esta obra cumbre de la literatura, incluidos los de carácter médico. Entre los numerosísimos aspectos estudiados, la medicina es, sin duda, una de las disciplinas más polémicas, debido en parte a la dificultad para determinar los conocimientos médicos del autor de el Quijote. A pesar de esta limitación, varios autores han postulado que esta obra refleja fehacientemente los procedimientos terapéuticos durante el barroco temprano3,4. En este sentido, de todos es conocido el comentario de Thomas Sydenham cuando decía que el mejor tratado de su época para aprender medicina era el Quijote.

Sobre las fuentes médicas de Cervantes...

Es evidente que Cervantes, además de un brillante don literario, debía disponer de una cierta formación técnica en el ámbito terapéutico. En primer lugar, hay que tener presente que Cervantes era partícipe, como hijo de cirujano-sangrador y nieto de médico cordobés, de ciertos conocimientos del arte de la medicina, conocimientos que transfunde a su obra maestra. De hecho, pone en palabras de su personaje, don Quijote, que el caballero andante “debe ser médico... para conocer... las yerbas que tienen virtud de sanar”. Entre los tratados de materia médica que Cervantes pudo haber leído podría encontrarse el Examen de ingenios para las ciencias (Baeza, 1575), de Juan Huarte de San Juan, una obra de gran proyección en la Europa de la época y que aborda la hipótesis del ingenio como disposición individual para el ejercicio de determinadas actividades. Para Salillas5, esta obra científica influyó decisivamente en la redacción de el Quijote, permitiendo la caracterización psicológica y psicopatológica de sus personajes. También se ha postulado la influencia de Erasmo de Rótterdam, a través de su famosa obra Elogio de la locura (Moriae encomium, 1509), en la que defiende la existencia de una locura positiva, benéfica y divina6. Desde la perspectiva específicamente terapéutica, un comentario vertido en el Quijote da pie a pensar que Cervantes conocía los manuales botánicos de la época: “Con todo respondió Don Quijote, tomara yo ahora más aina un quartal de pan o una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques, que cuantas yerbas describe Dioscórides, aunque fuera el ilustrado por el Doctor Laguna”. Posiblemente, el amplio conocimiento de las plantas, algunas con propiedades curativas, que exhibe Cervantes proceda de la lectura de obras técnicas, como la famosa edición del Dioscórides editada por Andrés Laguna en Amberes en 1555 y considerada como un manual de referencia en esta materia durante siglos.

Las plantas medicinales en la época cervantina

El ejercicio de la terapéutica renacentista, dirigido a contrarrestar la producción de materia infirmitatis, se asentaba en dos grandes pilares: la medicina y farmacia popular, basada en el económico empleo de las plantas de herbolarios, y la terapéutica precedente compilada —aunque ampliada— en el Dioscórides, que se aplicaba de acuerdo con la teoría de los cuatro humores purgantes. Además, se fueron incorporando una serie de medicamentos y remedios procedentes de las especies botánicas traídas del Nuevo Mundo, como el “palo de guayaco”, el tabaco o la quina7. Por su parte, la farmacopea se basaba fundamentalmente en la aplicación de aceites, ungüentos, bálsamos, emplastos, raíces, cortezas y jarabes4. Los ungüentos, formulaciones para administración tópica, elaborados con grasas, ceras o resinas, eran muy utilizados en el ámbito traumatológico. También los bálsamos, medicamentos fabricados con sustancias aromáticas y destinados a curar heridas y llagas, fueron muy utilizados durante el Renacimiento. Los emplastos, a base de resinas, grasas o jabones de plomo, consistían en unos preparados sólidos, que se reblandecían con el calor, adhiriéndose a la piel. Algunos emplastos de hierbas, como las píctimas o los socrocios, se aplicaban en la región precordial, con el objeto de “reconfortar” el corazón.

Los remedios fitoterapéuticos en el Quijote

Los remedios terapéuticos por excelencia en el Quijote son los bálsamos, y entre ellos destaca, por las continuas y exitosas referencias a su uso, el denominado “bálsamo de Fierabrás”, especie de panacea terapéutica para don Quijote: “Todo este fuere bien excusado si a mi se me acordara de hacer una redoma de bálsamo de Fierabrás, que con solo una gota se ahorran tiempo y medicinas”. El bálsamo de Fierabrás, al margen de la terapéutica médica convencional, pertenece al conjunto de remedios mágicos de los que está plagada la literatura caballeresca medieval de origen carolingio. La composición del salutífero y eficaz bálsamo al que hace referencia don Quijote estaría integrada por aceite, vino, sal y romero, siguiendo un proceder habitual en la práctica de la farmacia de la época, a saber, la mezcla de varios simples medicinales para obtener un compuesto, al estilo de las famosas triacas8. La elaboración del bálsamo también es descrita por don Quijote; los cuatro componentes —“simples”— deben ponerse al fuego en una olla y cocer durante largo rato, para finalmente el producto — “compuesto”— ser vertido en una alcuza de hojalata, sobre la que decir “más de ochenta paternoster y otras tantas avemarías, salves y credos”. El hidalgo llega a indicar la pauta posológica —“antes que la sangre se yele... me darás de beber sólo dos tragos del bálsamo y verasme quedar más sano que una manzana”— e, incluso, describe sus efectos: inicialmente un vómito intenso, seguido de gran sudor y fatiga y posteriormente un profundo sueño, tras el cual la recuperación es completa.

De los ingredientes del mencionado bálsamo, destaca el romero como agente al que se le han atribuido numerosas propiedades terapéuticas —“De las virtudes del romero se puede escribir un libro entero”, dice el refrán popular—. Durante el siglo XVI, el romero entró a formar parte de la composición de numerosos preparados medicinales, como los bálsamos de Opodeldoc, de Porras o de Aparicio9. Perteneciente a la familia de las Lamiaceae, el romero es un conocido colerético, así como diurético. Del mismo modo, se ha indicado que podría presentar actividad espasmolítica, debido a uno de sus componentes: el borneol. También son manifiestas sus propiedades estimulantes y vulnerarias. Del romero, escribía Andrés Laguna en su adaptación del Dioscórides: “Comida su flor en conserva, conforta el celebro, el corazón y el estómago; aviva el entendimiento, restituye la memoria perdida, despierta el sentido y, en suma, es saludable remedio contra todas las enfermedades frías de cabeza y de estómago...”.

Los purgantes y eméticos son mencionados en la obra cervantina precisamente en el sentido del contexto histórico que nos ocupa, esto es, como sustancias capaces de lograr la eliminación de los humores morbosos, permitiendo una purificación espiritual. Así, el vómito permitiría la recuperación de la eukrasía, es decir, la correcta mezcla de humores en que se fundamenta la salud. En este sentido, el señor cura del lugar del que Cervantes no quería acordarse comenta en relación con el hidalgo: “Tiene necesidad de un poco de ruibarbo para purgar la demasiada cólera suya”. El rizoma de ruibarbo —raíz de Rheum officinale (ruibarbo chino) o Rumex alpinus (ruibarbo de los monjes)—, rico en ácidos tánico y crisofánico, era uno de los agentes terapéuticos purgantes más empleados en la época renacentista como medio para eliminar los humores colérico y flemático. También se menciona en el Quijote el consumo de semillas de tártago (Euphorbia lathyris), conocida vulgarmente como ruibarbo de los labradores, planta considerada en la actualidad como tóxica, pero muy empleada en el siglo XVI por su doble mecanismo de acción: purgante y emético9.

En relación con el abordaje terapéutico de las heridas y traumatismos, Cervantes recurre habitualmente al empleo de ungüentos, emplastos y aceites reparadores. Uno de ellos es el denominado “ungüento blanco”, que según el Antidotario de los medicamentos compuestos de Juan Fragoso “se hace de cera, albayalde y azeite rosado”. Este remedio le fue propuesto por Sancho para, con la ayuda de hilas —hebras obtenidas de trapos de lienzo usadas para cubrir heridas y llagas, a modo de gasas—, controlar el sangrado de una herida en la oreja “que le dolía más de lo que él quisiera”. El hecho de que el escudero contase con este preparado en sus alforjas habla de su popularidad durante el siglo XVI.

En numerosos momentos de la narración, sobre todo tras alguna de las numerosas heridas o golpes sufridos por los protagonistas, el autor hace referencia al acto de “bizmar”. Las “bizmas” eran emplastos compuestos de estopa, aguardiente, incienso, mirra y otros ingredientes que tenían por finalidad aliviar los golpes y traumatismos. Uno de estos emplastos, denominado “aceite de Aparicio” fue aplicado a don Quijote por la enamorada Altisidora para curarle ciertas heridas, a pesar de su elevado precio —lo que fundamentó el dicho popular “caro como aceite de Aparicio”—. El nombre de este preparado —denominado también técnicamente “Oleum Magistrale”— se debe a Aparicio de Zubía, un curandero morisco natural de Lequeitio. Entre sus muchos componentes —romero, aceite de oliva, mirra, trementina, lombrices y resina de enebro—, comunicados definitivamente en la Pharmacopea Hispana de 1794 (Madrid), se encontraba el corazoncillo, hipérico o hierba de San Juan —sustancia obtenida de la planta Hypericum perforatum—. En la época de Cervantes ya se conocían las propiedades cicatrizantes del hipérico, denominado también por este motivo como “hierba militar”.

El agua de achicoria se menciona en el famoso pasaje de la aventura de los molinos: “Toda aquella noche no durmió don Quijote, pensando en su señora Dulcinea... No la pasó así Sancho Panza que, como tenía el estómago lleno, y no de agua de chicoria, de un sueño se la llevó toda”. Este remedio se obtenía destilando en agua sumidades de Cichorium intybus L. y era muy utilizado en el tratamiento del insomnio, además de templar el encendimiento del hígado y abrir las opilaciones8. Andrés Laguna describe detalladamente una variante salvaje, denominada hedypnois, destacando que se trata de una sustancia “acarreadora de dulce sueño, porque hace dormir sin cuidado”9. Esta aproximación de Cervantes al uso terapéutico de las plantas apoya aún más la hipótesis de que pudiera conocer la obra del médico segoviano.

Finalmente, hay que mencionar el hecho de que Cervantes no se refiera ni una sola vez a ciertos remedios de origen herbal que en su época eran usados ampliamente en el ámbito especializado, como el opio. Posiblemente, la ausencia de menciones a los agentes sedantes opiáceos no se deba a la ignorancia del autor, que como hemos comentado no era ajeno a la materia terapéutica, sino como postulan varios autores a un exceso de celo frente a las autoridades de la Inquisición —“... con la Iglesia hemos dado, Sancho”—, que veían con malos ojos este tipo de medicinas3.

 “Los remedios terapéuticos por excelencia en El Quijote son los bálsamos, y entre ellos destaca, por las continuas y exitosas referencias a su uso, el denominado “bálsamo de Fierabrás”, especie de panacea terapéutica para don Quijote”.

Bibliografía

1. Unamuno M. El caballero de la triste figura (ensayo iconológico). Madrid: Austral; 1970 (artículo original publicado en 1896 y conferencia —La locura de Don Quijote— dictada en Salamanca el 10 de abril de 1905).

2. Cervantes M. Don Quijote de la Mancha. Instituto Cervantes, editor. Rico F, director. Barcelona: Grijalbo Mondadori; 1998.

3. Fraile JR, De Miguel A, Yuste A. El dolor agudo en el Quijote. Rev Esp Anestiol Reanim. 2003;50:346-55.

4. Esteva de Sagrera J. La farmacia en el Quijote. OFFARM. 2005;24:104-16.

5. Salillas R. Un gran inspirador de Cervantes. El doctor Juan Huarte y su Examen de Ingenios. Madrid: Librería de V. Suárez; 1905.

6. Vilanova A. Erasmo y Cervantes. Barcelona: CSIC; 1949.

7. López-Muñoz F, Alamo C, Cuenca E. Historia de la psicofarmacología. En: Vallejo J, Leal C, directores. Tratado de psiquiatría. Vol. II. Barcelona: Ars Medica; 2005; p. 1709-36.

8. Puerto J. La fuerza de Fierabrás. Medicina, ciencia y terapéutica en tiempos del Quijote. Madrid: Editorial Just in Time; 2005.

9. Font Quer P. Plantas medicinales. El Dioscórides renovado. 5.ª ed. Barcelona: Península; 2003.

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