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JANO.es y agencias · 24 enero 2008

Llamada 14-3-3zeta, ha sido identificada por un equipo de la Universidad de Cádiz y del Hospital Puerta del Mar

Hace unos días me encontré en una cena con Carmen Maura, gran actriz, que aún tiene que soportar el sambenito —ya sabemos cómo son las etiquetas, tan reduccionistas en los mundos del arte— de haber sido una de las musas, y quizá la mejor, del “primer Almodóvar”, el más atrevido, el que cimentó su fama... Naturalmente, todo se nos fue a la película Volver y al trabajo que, según Carmen, quedaba todavía por hacer en el camino de la promoción —no sólo Cannes; más Estados Unidos, donde aún no se ha estrenado— porque Pedro Almodóvar, cuando hace hoy una película —dijo ella en tono burlón y amistoso—, “lo quiere todo”. Carmen se refería a Pedro —cuyas manías y debilidades debe conocer demasiado bien— como “él”, a caballo entre el mito y la discreción: “¡Menudo es él!” Hablaba de la vanidad —muy comentada en los ámbitos cinéfilos— de nuestro gran Pedro. “Si no le dan todos los premios, piensa que es un fracaso.”

Según Carmen —muy metida ahora en el cine francés—, en París creen que Volver ocurre en el pasado, que es una historia antigua. Se sorprendió cuando yo le contesté: conste que me he percatado de cuántos móviles y molinos eólicos retrata la película —todo modernidad—, pero yo tiendo a pensar lo mismo. Volver es una feliz idea almodovariana, que tendría más sentido en la España de los años sesenta —pasados— que ahora. Aunque quede aún algún pueblito en la Mancha profunda metido —y mucho— en sus raíces. Cuantos tenemos más de cuarenta años —y Pedro nació en 1949, si no recuerdo mal— conocimos, y más aún en el mundo rural, esa España atrasada y visceral, que a los jóvenes de mi generación nos daba repelús, pues enseñaba mucho más lo que nos faltaba —la miseria a que nos habían condenado— que lo que, muy bien, podríamos haber sido... En las grandes ciudades —hasta 1965— las lecherías se llamaban vaquerías, por la simple razón de que las vacas estaban en el cuarto de al lado, y la leche que te vendían —y que había que hervir antes de beber— estaba recién ordeñada. España no era un país “típico” — según la consigna romántica, a lo Merimée, que el Fraga del franquismo convirtió en cartel turístico: “typical spanish”—, España fue llana y terriblemente, durante dos siglos como mínimo, un país cerrado y pobre. Cuando los buenos historiadores puedan hacer balance con tranquilidad, habrán de ver qué ancho papel —aunque sea a veces indirecto— le atañe en todo ello a nuestra peor Iglesia católica...

Yo veo lógico que Almodóvar se acuerde de todo aquello —que en su niñez y juventud populares debió conocer de primerísima mano— y hasta entiendo que quiera ver el lado bueno de esa clase popular, con una moral y un ser tan otros a los de la burguesía. Pero ¿por qué la acción del filme ocurre ahora? ¿No hubiera sido más lógico situarla en los años cincuenta o sesenta? Entonces sucedía en todos lados lo que hoy es excepción y residuo, en medio de las viejas santurronas con móvil y el paisaje cubierto de molinos eólicos... Almodóvar ha querido hacer neorrealismo —y lo ha hecho—, pero hoy el neorrealismo es otra cosa. La vida dura del extrarradio se la trabajó muy bien el recientemente fallecido Eloy de la Iglesia, y el nuevo neorrealismo tendría más que ver con él que con Pedro Almodóvar. Cuando se nos hace un guiño con la secuencia de una vieja cinta con Anna Magnani, nos damos cuenta más cabal del desliz. La pobreza de la posguerra europea —más larga y sórdida en España— puede provocar la agridulce nostalgia de quien la vivió, pero difícilmente traer aquel mundo a la actualidad. Penélope Cruz está bien —y guapa—, crecida de caderas y pecho, para recordar a la Sophia Loren de sus comienzos o a la mencionada y estupenda Magnani. Pero no es ahora.

Me temo —le decía yo a Carmen Maura esa noche, una Carmen que borda su papel de vieja en el dulciamargo melodrama de la cinta— que esta película, notable pero escindida en dos universos, se va a entender mal en el extranjero. Si creen en Estados Unidos —que tan poco saben de lo que les es externo— que la España actual es así, mal. Pues de nada habría servido una generación de cambios y modernidad genuina. Y si piensan que Almodóvar retrata restos o resabios del pasado —aún vigente en pequeños núcleos—, mal también, de otra manera, pues se preguntarán por qué el director no se situó entonces, cuando no era excepción lo que pinta. En cualquier caso, la pregunta es: ¿añora Almodóvar aquel mundo terrible y perdido?

Siempre ha tenido una vena castiza y solanesca, pero recubierta de diseño y “movida”. Ahora, muy limado de modernez aparente, la vieja España queda desnuda. Es la que conoció de niño y adolescente, así es que no es raro que hable de ella, pero ¿situándola ahora? ¿Qué echa de menos? Maura sonreía.

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