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JANO.es · 22 mayo 2008

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Poco queda de aquel chico enjuto y nervioso que hace justo 30 años fundaba una banda llamada a hacer historia, los Dire Straits. Con un rostro notablemente avejentado y mucha pausa en sus canciones, Mark Knopfler visitó España con motivo de la presentación de Kill to Get Crimson, una nueva exploración de los sonidos más americanos, los que ahora parecen cautivar su mente de creador. Agotó las entradas, lo que habla del impacto duradero de su música en varias generaciones.

Hablar de Knopfler invita automáticamente a referirse a Dire Straits, la banda con la que conquistó la gloria y se hizo multimillonario. Sus comienzos fueron tardíos y no publicó su primer disco, titulado como el nombre del grupo, hasta 1978, cuando el músico escocés contaba 29 años y ya tenía problemas para disimular su prematura alopecia. Y, contrariamente a lo pensado, Dire Straits no fue un éxito, por más que dentro estuviera “Sultans of Swing”, una de las canciones más vibrantes de nuestra era.

Pero el personalísimo estilo de Knopfler a la guitarra, con su original revisión de la técnica del finger-pickin’ —rasgar el instrumento con los dedos—, sí llamó la atención del mismísimo Bob Dylan, quien reclamó al escocés para tocar en el álbum Slow Train Coming. Ambos hicieron un trabajo soberbio en el disco y Knopfler pasó a adquirir una gran notoriedad.

Communiquè fue su siguiente álbum, de notable impacto, y con el posterior Making Movies conquistaron a grandes audiencias gracias al poder sugestivo de temas como “Tunnel of Love” o “Romeo and Juliet”. Después, a Knopfler le entró la megalomanía y acometió un proyecto tan ambicioso como Love Over Gold, que se abría con los 17 minutos de “Telegraph Road”. Pero nada comparado con Brothers in Arms, de 1985, un impresionante multiventas que dio paso a una gira mundial de dos años. En 1991 se produjo el forzado regreso de la “maquinaria Dire Straits” con el deshonroso disco On Every Street, que también originó una mastodóntica gira mundial, con más dinero y menos prestigio.

Knopfler anunció oficialmente la disolución de la banda en 1995 y un año después inauguró su carrera en solitario con Golden Heart, de influencias irlandesas. Después siguieron Sailing to Philadelphia (2000), The Ragpicker's Dream (2002) y Shangri-La (2004), hasta llegar al actual Kill to Get Crimson. Discos amables, en los que se aprecian las dos caras de Knopfler: su sensibilidad para cantar y tocar, en contraste con su desmesurado gusto por la sobreproducción y los arreglos vacuos, que derivan en una excesiva frialdad del producto.

Muy atrás quedan los tiempos en que Knopfler presentaba temas frescos y nervio con la guitarra, con canciones vinculadas a retratos impresionistas de las calles de Londres. Ahora, el guitarrista escocés ha girado el mapa y trata de rebuscar en las raíces americanas, por más que todo lo que hace tenga un toque muy personal. Para bien y para mal.

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