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JANO.es y agencias · 09 mayo 2008

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“La conducta humana, reducida a un automatismo virtuoso, ya no ofrece nada interesante.” (Paul Valéry. La idea fija, p. 94)

Referentes literarios

Ambroise-Paul-Toussaint-Jules Valéry (1871-1945)

Escritor francés, principalmente poeta pero también ensayista. Tras realizar sus estudios secundarios en Montpellier, inició la carrera de Derecho en 1889. En esa misma época publicó sus primeros versos, fuertemente influenciados por la estética simbolista dominante en la época. Tras el fin de la Gran Guerra se convirtió en una suerte de “poeta oficial”, inmensamente celebrado y colmado de honores, al punto de ser aceptado en la Academia Francesa en 1925. Tras la ocupación alemana se negó a colaborar con el nuevo régimen, por lo cual perdió su puesto de administrador del centro universitario de Niza. Su obra poética, fuertemente influenciada por Mallarmé, es considerada una de las piedras angulares de la poesía pura, de fuerte contenido intelectual y esteticista. Según Valéry, “todo poema que no tenga la precisión de la prosa no vale nada”.

Paul Valéry publicó en 1933 La idea fija1, un diálogo entre un médico y el propio poeta que posee una actualidad sorprendente. El relato se inicia con nuestro protagonista cabriolando por el rompeolas de un puerto, una distracción que le obliga a concentrarse en cada uno de sus pasos. No es ésta una actividad meramente ociosa, pues con ella aleja las ideas obsesivas que le torturan mientras se obliga a explorar los recursos de su propia motricidad. Encuentra en el espigón a otro ser humano tan complejo y posiblemente neurótico como él, un médico que simula pintar y pescar para excusarse de todo acto útil. Simular que uno pesca ahorra la frustración de regresar con la bolsa vacía, y es un acto catártico respecto a la pretensión de sacar provecho de cada acción. Ambos se reconocen como almas gemelas y entreveran uno de esos diálogos que en justicia debería ocupar un lugar de honor en la prosa filosófica del siglo XX.

Si consideráramos a los ensayistas como básicamente movidos hacia un concepto novedoso –Marx, Freud, Nietzsche– o movidos por la finura del discurso –pensemos en un Santayana, o más actuales, un Wollheim o un Rawls– Valéry se encontraría sin lugar a dudas entre estos últimos. Traiciono, por consiguiente, la textura delicada de su pensamiento buscando cierto sistema o estructura subyacente, pero me tomaré la licencia para mostrar que su teoría de la mente coincide con las intuiciones más actuales (Dehaene, Naccache, Fodor, Damasio, Dennet, entre otros).

En primer lugar, Valéry establece una dependencia entre el pensar y el actuar. En sus Cahiers2 ya había escrito que “la mente es un momento en la respuesta del cuerpo al mundo”. La mayor parte de nuestra actividad mental no es consciente, nos dice, porque llevamos a la conciencia sólo lo que se hace sentir... Las ideas compiten en este mar de fondo para captar nuestra atención. Algunas de estas ideas acuden de manera repetida a nuestra conciencia y a eso lo llamamos tener “una idea fija”. La expresión “idea fija” es desafortunada, nos explica Valéry, porque ninguna idea permanece en nuestra mente. Siempre saltamos de un objeto a otro, nuestras percepciones despiertan un eco en nuestra mente con multitud de ideas que compiten para llenar nuestra atención. Las ideas fijas son aquellas que “adquieren la propiedad de reaparecer con mayor frecuencia” al plano de lo consciente3.

Ámbito de valores

Ahora bien, “la mente es un ámbito de ‘valores’; la evaluación es el gran negocio del sistema que piensa”4. En lenguaje actual diríamos que la mente es básicamente intencional. La vida mental está presidida por lo que los demás me piden y por lo que yo quiero. Actuamos movidos por intenciones y son las intenciones las que a fuerza de repetirse condicionan creencias, valores (que son un tipo de creencias) y actitudes (que en realidad son maneras automatizadas de valorar algo). La mente humana se mueve en la dimensión del querer o la dimensión del sentir. Cuando deseamos algo la mente se proyecta hacia el futuro, porque desear algo es transportarse en el plano de la imaginación y planificar lo posible (por ejemplo, ir al cine, ejecutar una tarea profesional, etc.). Cuando nos permitimos saborear una buena sopa o nos complacemos danzando en una pista de baile estamos instalados en el presente. Valéry exclama: “Se trata de saber qué da la sensación de vivir más, o la presencia extrema de... el instante, o la presencia extrema... de lo posible”5.

Es curioso constatar que personas tan dispares como Siddharta, Saul Steinberg o D.C. Dennet coinciden en esta manera de contemplar la conciencia. Ya me ocupé en otro artículo de Siddharta y su peculiar disolución del “Yo”6, así que abramos la página de The New Yorker del 18 de octubre de 1969, en que un caricaturista genial, Saul Steinberg (1914-1999), nos muestra la reacción de un espectador ante un cuadro de Braque (ver reproducción de la portada de la página siguiente). Una constelación de imágenes acuden y se disputan un lugar en la conciencia del espectador, y posiblemente sólo algunas “se hacen sentir” con suficiente fuerza para recordar que las hemos pensado. Esas pocas imágenes o ideas serán las que finalmente configuran nuestra experiencia al contemplar el cuadro de Braque. Daniel Dennet añade las siguientes ideas7-8: por un lado, tenemos la conciencia fenoménica, aquella que nos informa en todo momento de si nos duele una pierna, o si tenemos hambre; por otro, está la conciencia de acceso, un urbano que permite entrar al campo de la atención a determinados contenidos, y rechaza otros. Cuando estamos despiertos diversos subsistemas automáticos o semiautomáticos ofrecen sus materiales a la atención, y compiten para hacerse un hueco en la conciencia. Dennet apela a la “fama” o la “influencia” de determinadas imágenes o ideas para que dicho urbano les franquee el paso. Sería algo similar a lo postulado por Paul Valéry: una idea “fija” saldría nueve de cada diez veces en esta ruleta de abrirse paso hasta la conciencia. Las otras ideas, pobrecitas, se quedarían por el camino, aunque son un ruido de fondo.

Visión de la conciencia

No todo el mundo está de acuerdo con esta visión de la conciencia. Algunos filósofos de la mente mantienen que la conciencia es algo así como un capitán de barco que selecciona los materiales en las procelosas aguas de lo subconsciente. Marina, por ejemplo, habla de una inteligencia ejecutiva que admite o rechaza los materiales que le llegan de la inteligencia computacional9. Si lo entiendo bien, Dennet le diría a Marina lo siguiente:

a) No existe una inteligencia ejecutiva, sino múltiples subsistemas compitiendo. Admitir esta inteligencia ejecutiva es recomponer el escenario cartesiano de un homúnculo instalado dentro de nuestro cerebro. Tampoco hay datos para admitir que una parte de nuestro cerebro sea el “cerebro ético” que postula Gazzanica10, y que dicha parte tenga preeminencia sobre el resto. Por cierto, que algo así pensaba Kant al afirmar que la ley moral residía en lo más profundo de nuestro ser. Pero los filósofos naturalistas del siglo XXI, como Dennet, nos ven como animales evolucionados en los que domina el oportunismo por encima de la ley moral.

b) Por consiguiente, el individuo está sujeto a los vaivenes de la “fama” que determinadas ideas o imágenes cobran a su conciencia, ya sea por influencia del entorno o por una evolución personal.

Esta posición coincide –hasta donde yo sé– con la de Paul Valéry. Para nuestro poeta-filósofo nada define mejor a una persona que sus preferencias por determinadas cosas o el rechazo de otras... La personalidad de cada cual se resuelve en sensaciones orgánicas, en apetencias o repugnancias11. Por ello cada uno de nosotros en un momento “t” del tiempo es “un sistema de atracción y repulsión, un presentimiento de potencia y de resistencia”12. El entorno nos hace resonar como si fuéramos un maniquí repleto de campanillas13, y dirigimos la memoria para fijar lo que de manera espontánea nuestra mente elabora, las asociaciones de ideas desordenadas, un punto caóticas14. Para Valéry, el ser humano es un “implexo”, una estructura llena de capacidades y posibilidades, que resuena en un entorno, y este implexo, añado yo, prioriza la satisfacción de las necesidades biológicas y existenciales. Una de las consecuencias filosóficas de esta visión del ser humano es que nos lleva a una concepción moral completamente distinta a la postulada por Kohlberg y Kant. La ley moral no nos habita y por ello ni siquiera podemos confiar en el profesor de ética, por ético que le supongamos. En las condiciones propicias... ¡quién sabe lo que haría para subsistir o sobrevivir! Estamos en lucha contra nosotros mismos para lograr cierta coherencia en nuestra conducta y poder llegar a ser fiables para los demás. Pero en esta lucha por la coherencia nos dejamos jirones de nuestra animalidad, como afirmaba Freud, pues la cultura se edifica sobre una constante frustración de apetencias e instintos... Sin embargo, mientras Freud edificaba una metafísica del “yo”, Valéry se contemplaba como producto de un orden orgánico opaco que llega a “flocular” en momentos psicológicos, en propensiones y gustos efímeros15. El trabajo de la mente va a consistir en desenredar el ovillo del azar y la necesidad, acoplados en la Naturaleza de manera “más o menos monstruosa”16, y crear orden donde hay desorden. El peor enemigo para esta tarea son los hábitos adquiridos, las ideas fijas que regresan para explicarnos el mundo, cuando el mundo pide ser (re)interpretado con palabras y conceptos nuevos.

“Cuando nos permitimos saborear una buena sopa, o nos complacemos danzando en una pista de baile, estamos instalados en el presente.”

Bibliografía

1. Valéry P. La idea fija. Madrid: Antonio Machado Libros; 2004.

2. Valéry P. Cahiers II. París: Gallimard; 1974.

3. Valéry P. La idea fija. op cit. p. 27.

4. Ibíd. p. 49.

5. Ibíd. p 48.

6. Borrell F. Siddharta y la deconstrucción del alma. JANO 2004;1503:126-7.

7. Dennet DC. Dulces sueños. Buenos Aires: Katz; 2006.

8. El lector puede encontrar una extensa conferencia de DC Dennet sobre este tema en: http://pp.kpnet.fi/seirioa/cdenn/concfame.htm  

9. Marina JA. Aprender a vivir. Barcelona: Ariel; 2005. p. 141.

10. Gazzanica MS. El cerebro ético. Barcelona: Paidós; 2006.

11. Valéry P. La idea fija. op. cit. p. 76.

12. Ibíd. p. 77.

13. Ibíd. p. 120.

14. Ibíd. p. 70.

15. Ibíd. p.101.

16. Ibíd. p. 89.

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