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Craig Venter considera positivo el debate público sobre avances científicos

JANO.es y agencias · 06 mayo 2008

El fundador de Celera Genomics y el neurocientífico Graham Collingridge recibieron en Valencia el Premio Cátedra Santiago Grisolía

Este Premio Nobel demuestra la importancia de volver sobre los pasos de otros para terminar de desechar una teoría o bien para incorporarla a otra en desarrollo.

Referentes biográficos

Eric Richard Kandel (Viena, 1929) nació en una familia de origen judío que decidió emigrar a Estados Unidos tras la anexión de Austria por la Alemania nazi. Al comienzo de sus estudios, se sintió atraído por la Historia, pero después, y bajo la influencia de sus padres –ambos psicoanalistas– y de una compañera de estudios, se interesó por la biología de la motivación y por los procesos conscientes e inconscientes de la memoria.

Kandel se doctoró en Medicina en la Universidad de Nueva York y su formación posterior se repartió entre la Neurofisiología y la Psiquiatría en Massachusetts, en la Universidad de Harvard y en París. En 1965 fue nombrado director del Centro de Neurobiología de la Universidad de Columbia, en cuyo laboratorio concentra su actividad investigadora. En el año 2000 obtuvo el Premio Nobel de Medicina por sus descubrimientos cruciales sobre cómo cada sinapsis puede alterar su eficacia de respuesta.

En febrero de 1675, Isaac Newton escribe en una carta: “Si he logrado ver más lejos es porque he subido a hombros de gigantes”. Dos de esos gigantes a los que se refería eran Nicolás Copérnico y Galileo Galilei, y los dos habían muerto ya cuando Newton firmó su carta, cuyo sentido era claro: la brillantez de sus descubrimientos científicos se apoyaba en descubrimientos anteriores que le sirvieron como base.

Pero esto no sólo ocurría hace cientos de años entre los astrofísicos más notables; puede extenderse hacia otras averiguaciones en otros campos del conocimiento. La reciente publicación de un libro en el que el Premio Nobel de Medicina del año 2000 Eric R. Kandel revisa su vida y su obra ofrece una buena ocasión para reconocer la talla científica de Kandel, pero también para reflexionar sobre otros gigantes en cuyos hombros se apoyó1.

Aunque suele exagerarse su capacidad para proporcionar una explicación fiable de fenómenos específicos, la teoría de la evolución se construye como respuesta a las preguntas que se hace el hombre acerca del lugar que ocupa en el universo, de su naturaleza y de la plausibilidad de sus misiones. Esto no le pasó inadvertido a Lamarck, quien en Filosofía zoológica (1809) propone su visión del asunto justificándose por el enorme interés que debía suscitar en cualquiera “que ame la naturaleza y busque la verdad en todo”2: la evolución se desarrollaría mediante cambios adquiridos que se transmiten a la descendencia.

Adaptación progresiva

Para Lamarck, las alteraciones ambientales estimulan el desarrollo de las estructuras que mejor se adaptan, del mismo modo que atrofian las que quedan obsoletas; esta adaptación progresiva se perpetúa a partir de la herencia. El ejemplo más conocido es el del cuello de la jirafa, en el que las primeras jirafas, al estirar continuamente el cuello para conseguir alimento, lo alargarían progresivamente, engendrando descendientes con el cuello un poco más largo. “Hemos reconocido la influencia de lo físico sobre lo moral, pero me parece que todavía no se ha concedido una atención suficiente a las influencias de lo moral sobre lo físico”, dice Lamarck3 convencido deestar dando un giro copernicano: la función hace al órgano y ese órgano (re)hecho es transmitido a la descendencia.

Cincuenta años más tarde, Charles Robert Darwin también observa este dinamismo en las formas de vida, pero en El origen de las especies lo explica, como es bien sabido, a partir de una lucha por la existencia en la que vence el mejor adaptado (los vencidos tienen, entonces, una menor probabilidad de llegar a adultos y de generar nuevos individuos): “Cuando reflexionamos sobre esta lucha nos podemos consolar con la completa seguridad de que la guerra en la naturaleza no es incesante, que no se siente ningún miedo, que la muerte es generalmente rápida y que el vigoroso, el sano, el feliz, sobrevive y se multiplica”4.

Darwin sostiene que todos los seres vivos guardan una ascendencia común y las distintas especies que se observan son el resultado de una selección natural a lo largo del tiempo. De esta forma, las jirafas nacidas al azar con el cuello más largo, las mejor adaptadas, serían las que mejor habrían sobrevivido, teniendo más descendientes. Para él no existe, como para Lamarck, herencia de caracteres adquiridos.

“Emergentismo”

En el ámbito de la Filosofía, la teoría de la selección natural se relaciona con el llamado “emergentismo”. Lo emergente supone la aparición de nuevas propiedades imprevisibles en un determinado conjunto, pero para entender la evolución de cualquier conjunto en términos de estructura y de componentes se necesitan dos tipos de información: saber cómo se comportan las partes por separado y conocer las leyes por las que dichas partes se combinan. Precisamente, esta afirmación responde a la mayor controversia de El origen de las especies: la inexistencia de una teoría que describiera el modo en que se heredaban las características resultantes de la selección natural.

Esta vez le tocaría a Mendel efectuar el hallazgo: los genes, o pares de factores heredados cada uno de un progenitor, son los elementos a partir de los cuales se constituye cada individuo, se separan (segregación) uno de otro en la formación de las células sexuales (gametos) y se combinan tras la reproducción con otro individuo, de la que surgirá un tercero5.

Entrado el siglo XX, los avances más importantes en la teoría de la evolución provienen de la biología molecular: en la década de 1940, Avery, McCleod y McCarty lograron identificar de forma definitiva al ADN como el responsable de la transmisión de la información genética, y en 1953 Watson y Crick (a hombros, por cierto, de Rosalind Franklin y de Maurice Wilkins) desvelaron la estructura del ADN. Este desarrollo transformó el entendimiento de la evolución, concretándola en mutaciones de segmentos de ADN. El ADN guarda la información genética del organismo y, cuando es necesario, sus fragmentos se transforman en otro tipo de moléculas, entre ellas, el ARN “mensajero” (ARNm) que será traducido en proteínas específicas.

En esta era molecular pueden ya comprobarse muchas hipótesis previas, desde las aceptadas religiosamente hasta las menos populares que, por otra parte, no han sido desmentidas del todo. Freud, por ejemplo, creyó toda su vida en la teoríade los caracteres adquiridos de Lamarck, y llegó a afirmar en su último libro (Moisés y la religión monoteísta, 1939) que “la herencia arcaica del ser humano no abarca sólo predisposiciones, sino también contenidos, huellas mnémicas de lo vivenciado por generaciones anteriores”6.

Conciliar psicoanálisis con psiquiatría

Llegamos, finalmente, a Eric Kandel, cuyo Premio Nobel le fue concedido por sus extraordinarios avistamientos en Neurociencia y que es una auténtica piedra angular en esta teoría. Kandel se acercó al sueño freudiano en un intento por conciliar el psicoanálisis con la psiquiatría, pues no tardó en advertir lo retrasada que iba esta última en cuanto a bases moleculares. Durante su formación en la Universidad de Harvard, lo fundamental era la capacidad de escucha al enfermo, y cualquier elemento que pudiera interferir con ella debía evitarse. La frase era: “Están los que escuchan a los pacientes y los que investigan”.

Desde luego, el futuro Premio Nobel optó por la investigación, muy influenciada al principio por el psicoanálisis pero, más tarde, adaptada a los avances científicos: “Ya no acariciaba el ingenuo propósito de hallar en el cerebro el yo, el ello y el superyó, y lo había reemplazado por una idea menos vaga: tenía la impresión de que determinando el fundamento biológico de la memoria podría acercarme a la comprensión de los procesos mentales superiores [...], al fin y al cabo, muchos problemas psicológicos son producto del aprendizaje, y el psicoanálisis descansa sobre el principio de que lo aprendido puede desaprenderse. En un sentido amplio, el aprendizaje y la memoria son primordiales para la identidad misma: somos quienes somos por obra de ellos”7.

De esta manera, comenzó su investigación sobre cómo somos quienes somos, erigiendo principios sobre los que seguir debatiendo y ofreciéndonos así sus propios hombros para que podamos apoyarnos en ellos: la red neuronal distintiva de cada persona se controla a partir de genes (ADN), luego los genes ejercen un importante dominio sobre la conducta; pero mediante experimentos rigurosos demuestra cómo el aprendizaje produce cambios en la expresión de dichos genes.

Kandel no se para en elucubraciones; puede distinguir una “ciencia diurna” (razonamientos que encajan entre sí como las ruedas de un engranaje y alcanzan resultados que tienen la fuerza de la certidumbre) de una “ciencia nocturna” (especie de taller de lo posible en el que las hipótesis adquieren la forma de presentimientos vagos, sensaciones brumosas).

Fusión neurociencia-psicología

Tras pernoctar en sus años de formación, es consciente del potencial de los avances en biología molecular y, apoyándose en ellos, busca la luz del día: “El principio subyacente de esta nueva ciencia de la mente es que todos los procesos mentales son biológicos”8. Dado que la información genética está codificada en secuencias de ADN que se transcriben en ARNm (que será a su vez traducido a una proteína responsable de la conducta) se comprobó cómo determinadas experiencias almacenadas en la memoria (es decir, aprendidas por el organismo) producen cambios significativos en la expresión de los genes que pueden dar lugar, por tanto, a modificaciones en la conducta. Asimismo, existe una memoria explícita (consciente) y otra implícita (inconsciente), cada una con distintas bases moleculares.

Kandel fusiona la neurociencia con la psicología conductista y cognitiva, opinando que “en las fronteras entre disciplinas se ocultan algunas de las cuestiones más interesantes”9. Por ello no pierde nunca de vista el psicoanálisis y desarrolla mediante comprobaciones empíricas algunos conceptos freudianos (inconsciente-memoria implícita): “De modo que los comienzos de mi carrera como aspirante a psicoanalista casi no fueron un desvío: fueron el lecho de roca sobre el que se construyó todo lo que pude hacer después”10.

Si John Dupré afirma en El legado de Darwin que la teoría de la evolución ofrece solamente un beneficio intelectual (en contraste con el de ciencias como la medicina, que es más práctico)11, Kandel, como buen investigador circadiano, cuenta con una base psicoanalítica generadora de ideas y con la ocasión de comprobar esas ideas gracias a un más que oportuno desarrollo de la biología molecular (además de su empeño en la comprobación, no menos importante). Aunque sus trabajos puedan dar una “sensación de aproximación superficial a un problema complejo” (los peligros a los que Caruso se refería con la expresión “X no es más que...”), en opinión de Enrique Baca, “Kandel no es particularmente insólito por su paso desde la clínica psiquiátrica a la investigación neurobiológica [...], sino porque no ha cesado de enfocar todos sus descubrimientos neurocientíficos hacia su aplicación a la psicopatología” 12.

Lecho rocoso

A partir de un lecho rocoso o de hombros de gigantes, este Premio Nobel también demuestra la importancia de volver sobre los pasos de otros para terminar de desechar una teoría o bien para incorporarla a otra en desarrollo. Una nueva hipótesis se convierte, entonces, en otro eslabón de una cadena de empeños que cada investigador alarga como en una teoría sobre el cuello de las jirafas (incluso cortando los supuestos erróneos).

El conjunto de investigadores queda como una columna humana en busca de conocimiento que hace creer, si no en la resurrección de la carne, sí en que los pensamientos valiosos se inmortalizan sirviéndose de un potencial que los hace enormes, a la espera de otro futuro gigante que perciba esa grandeza. Y Eric Kandel se deja ver en sus trabajos como uno de los beneficiarios más vivificantes de esta transacción: describe la forma en que la repetición de experiencias permite demostrar la plasticidad neuronal. Con esto quiere decir que los circuitos más aptos serán reforzados mientras los menos útiles se atrofiarán; que lo ambiental, efectivamente, reserva una influencia sobre lo físico: “Lamarck –dijo el neurocientífico–, levántate y anda”.

 

 

 

Bibliografía

1. Kandel E. En busca de la memoria: el nacimiento de una nueva ciencia de la mente. Buenos Aires: Katz Editores; 2007.

2. Lamarck J-B. Filosofía zoológica. Barcelona: Editorial Mateu; 1971. p. 38.

3. Ibíd. p. 39.

4. Darwin C. El origen de las especies. Barcelona: Bruguera; 1980. p 131.

5. Ayala FJ. La teoría de la evolución. Madrid: Temas de hoy; 1994.

6. Freud S. Obras completas, vol. 23. Buenos Aires: Amorrortu; 1980. p. 96.

7. Kandel E. op. cit. p. 143.

8. Ibíd. p. 389.

9. Ibíd. p. 487.

10. Ibíd. p. 486.

11. Dupré J. El legado de Darwin: qué significa la evolución hoy. Buenos Aires: Katz Editores; 2006.

12. Baca E. Pensar la psiquiatría: estado de la cuestión. Archivos de Psiquiatría 2005;69(3):171-8.

 

“La red neuronal distintiva de cada persona se controla a partir de genes (ADN), luego los genes ejercen un importante dominio sobre la conducta; pero mediante experimentos rigurosos demuestra cómo el aprendizaje produce cambios en la expresión de dichos genes.”

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