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NEUROLOGÍA

Ejercicio físico moderado reduce el riesgo de ictus

JANO.es y agencias · 22 febrero 2008

Un estudio presentado en la Conferencia Internacional sobre el Ictus muestra que los hombres que desarrollan más actividad física presentan un riesgo un 40% más bajo

Cuando abandoné Lima, mi ciudad natal, por primera vez, en 1964, los modelos en los comerciales eran todos absolutamente rubios y de ojos azules y había un patrón que excluía a la inmensa mayoría mestiza y a los negros. Todo era clase alta, clase media y “aspiracionalidad”. Los nombres con sonido inglés eran imanes seguros y, definitivamente, el Perú era Lima y Lima, para la publicidad, se reducía a los elegantes barrios de San Isidro y Miraflores y a los viejos barrios mesocráticos. Diez años más tarde, en 1974, con los esfuerzos del gobierno militar de izquierda por eliminar la apelación directa en los avisos y desterrar a Papa Noel de las campañas navideñas, la publicidad buscó las vueltas y, en un máximo alarde de peruanidad, le puso un poncho a Santa Klaus en la gráfica.

Hoy, a la inversa de aquellos años, Lima es el Perú. Con diez millones de habitantes, Lima es hoy una ciudad mezclada, agitada, colorida. Ha dejado de ser la ciudad de los diminutivos, donde imperaba “el tecito de las 6pm”, se bebía “una cervecita o chelita”, se esperaba “un ratito” y se comía “un cebichito”. Sigue siendo la ciudad con el cielo color panza de burro, del que han hablado siempre sus habitantes, pero debajo de ese cielo se esconden otros cielos. Y se esconden amaneceres andinos y atardeceres selváticos. Lima baila a otro ritmo. O, mejor aún, a otros ritmos.

Lima no es más “La ciudad jardín” ni la “Tres veces coronada villa” que nos legara el pasado colonial. Para muchos nostálgicos de la Lima que se fue, la ciudad está hoy mucho más ligada a esa Lima la horrible de la que hablara el periodista y escritor Sebastián Salazar Bondy, escandalizando a mis padres y abuelos. Pero no hay una sino muchas Limas. Tampoco hay casi más viejos limeños y los que quedan son una ínfima minoría en comparación a la gran mayoría que es migrante o hijo de migrantes.

Hace ya un buen par de décadas que Lima conoce un inmenso desborde popular y su superficie ha crecido por el norte y por el sur casi hasta otras ciudades. Los cerros que corren paralelos a la costa se han llenado de chozas de estera y de inmensas barriadas. Y la antigua carretera Central que llevaba hacia los Andes es hoy una arteria principal. Se comen mil tipos de comidas distintas y se viste con total indiferencia hacia los cánones tradicionales.

¿Qué hace la publicidad para ubicarse hoy dentro de este cambio permanente, además de todo? Miren un triste ejemplo: el Centro Comercial Camino Real, situado en el corazón del elegante barrio de San Isidro, y el orgulloso y todavía reciente Jockey Plaza ven nacer en los llamados Conos —de origen popular y provincial— una competencia inmisericorde que absorbe público y compradores, reteniéndoles ahí, en sus zonas. Hasta hace tres años era impensable que la gente de Los Olivos, Comas o Independencia dejara de “bajar a Lima”. Hoy no lo necesitan. Viven, trabajan, estudian y crecen en su sitio. Lo tienen todo. Y cuando no lo tienen, lo inventan y disfrutan haciéndolo. Son prósperos y no tienen envidia.

La publicidad, sin embargo, sigue soñando con patrones de los años cincuenta, con amas de casa rubias y pelirrojas, casi perfectas, con dos hijitos como máximo, marido trabajador, automóvil en la puerta y casa perfumada por el olor a flores del aromatizante preferido por todas. ¿Cuál es el Limeñan way of life que nos propone la publicidad? En la mayoría de los casos, la publicidad sigue creyendo que su público no se ha movido de San Isidro y de Miraflores y, salvo raras excepciones, parece dirigirse a un grupo humano ya desaparecido. Como los fantasmas de las destruidas ciudades marcianas de Ray Bradbury que “eran hermosos y de ojos dorados”.

Difícil lo tiene en esta Lima, que en realidad es varias, la publicidad masiva, si es que hace introspección. ¿Funciona? ¿Es rentable? ¿Cómo llegar y a quiénes? ¿Es necesario limeñizar la comunicación? ¿Es que existe el limeño? ¿La tan mentada globalización ha homogeneizado a una población tremendamente heterogénea? ¿O será que asistimos a los coletazos finales de un sistema obsoleto que se niega a morir porque el aviso de su fallecimiento no ha aparecido aún en la “obligatoria” página de defunciones del diario El Comercio, decano de la prensa nacional?

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