REUMATOLOGÍA
Nace la Escuela de Espondilitis
JANO.es · 09 mayo 2008
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José María de Pereda (1833-1906) es uno de los grandes maestros de la descripción.Situada entre el costumbrismo y el naturalismo, su narrativa se refugia en el terruño de las aldeas montañesas y allí cosecha sus mejores frutos.
Decía Unamuno, autor de Paisajes del alma, que Pereda apenas sentía el paisaje y que él lo había adivinado “al ver lo poco panteístico de su sentimiento, la dificultad con que convertía sus estados de conciencia en paisajes, y los paisajes en estados de conciencia”. No fue el único; también Azorín fue un maestro meticuloso de lo minúsculo y sus paisajes fueron fruto más de la imaginación que de su propia experiencia. También Pereda fue un excelente paisajista aunque su construcción del campo, íntima e idílica, fuese artificial. A pesar de ello, la fuerza y veracidad de sus descripciones fueron la envidia de muchos de sus coetáneos.
El naturalismo generó una nueva novela nacida de dos revoluciones: la revolución industrial y la Septembrina de 1868. Aunque algunas de sus novelas más destacadas podrían aproximar a Pereda al naturalismo, nunca quiso ser considerado como naturalista si ello significaba —según manifestaba— la elección por lo putrefacto e inmundo, en alusión a la obra de Zola. Pereda encerró su obra en el terruño y dio voz a personajes apegados a la tierra, ajenos y recelosos de todo lo foráneo. Fue conservador a ultranza desconfiando de la modernidad y de los avances técnicos que llegaban desde la capital. El ferrocarril, por ejemplo, no era pernicioso en sí mismo, pero sí lo era el “progreso” que llevaba consigo: ideas liberales, anticlericalismo… modernas costumbres de ciudad que venían a corromper la vida tradicional de los montañeses. Sin embargo, lejos de perder frescura, y al margen de las ideas, sus novelas más relevantes se remontan en el tiempo sin perder actualidad.
Elegido académico de la lengua, su discurso de entrada en 1897 sirvió para exaltar la novela regionalista, reivindicando una vez más su apego incondicional al terruño.
Sotileza Fue Menéndez Pelayo quien animó a Pereda a escribir una novela que describiese la vida marítima de su ciudad: “Si quieres elevar un verdadero monumento a tu nombre y a tu gente, cuenta la epopeya marítima de tu ciudad natal”. Lo contó en Sotileza y el éxito de la novela fue fulminante, especialmente en Santander. Por entonces, Pereda era ya un autor consagrado. El tema del mar no era nuevo para el autor y ya le había dedicado algunos pasajes pintorescos en Escenas montañesas, como “La leva” y “El fin de una raza”. Muchos de aquellos cuadros, con sus tipos y personajes, fueron incorporados al nuevo proyecto, que adquirió la estructura de novela. Abundan en ella los dialectalismos y un extraordinario dominio del lenguaje vulgar y coloquial. Sotileza narra la historia mísera y heroica de los marineros, personificada en Silda, Sotileza, una pobre huérfana que consigue elevarse, gracias a su belleza y carácter, por encima de aquella triste realidad que le ofrecía su origen humilde. La extraordinaria maestría descriptiva de Pereda es más que palpable y hace de esta novela una de las cumbres narrativas del realismo español del siglo XIX |
Bibliografía seleccionada
Escenas montañesas (1864). Cuadros costumbristas que recuerdan a los de Mesonero Romanos.
Tipos y paisajes (1871). Descripción de ambientes rurales idílicos.
El sabor de la tierruca (1882). Primer éxito del localismo con prólogo de Galdós.
Pedro Sánchez (1883). A partir de sus recuerdos de estudiante, construyó esta novela urbana con la que quiso desquitarse de aquellos que trataban su obra de localista y apegada al terruño.
Sotileza (1885). La novela del mar por excelencia, considerada su mejor obra.
Nubes de estío (1891). Novela crítica con la nueva burguesía santanderina.
Peñas arriba (1895). Novela de la montaña caracterizada por un intenso lirismo narrativo. Junto a Sotileza, lo mejor de su producción.