UROLOGÍA
Un robot-cirujano para extirpar la vejiga
JANO.es y agencias · 27 mayo 2008
Dos pacientes han sido intervenidos en la la clínica de la Fundación Puigvert de Barcelona, mediante el uso del robot conocido como Da Vinci
Los comportamientos incívicos se están popularizando en nuestras ciudades y contribuyen a amargar la vida urbana. De nuevo, como en los viejos tiempos, se orina y escupe por las calles. La higiene de los lugares públicos es siempre inferior a la capacidad de limpieza de las brigadas municipales. Nadie cumple los horarios de los contenedores de las basuras. Los propietarios de perros ensucian aceras y parques. Se grita de noche en las aceras. Podríamos citar otros muchos ejemplos, siempre con el mismo común denominador: el instinto individual se impone a la necesidad colectiva.
Diversos factores confluyen en la popularización de la incivilidad: en primer lugar, nuestra tradición mediterránea, proclive a la indiferencia social: “Ándeme yo caliente y ríase la gente”. En segundo lugar, la voluntad destructiva de la cultura sesentayochista (una de cuyas banderas es la lengua de Mick Jagger saliendo obscena, ofensivamente de sus labios). El auge del liberalismo económico, por su parte, contribuye al primar el instinto individual, poniendo el énfasis en lo que uno “desea”, por encima de lo que “conviene” a la sociedad. También la pérdida del valor emancipador de la cultura (de la escuela) es determinante en el desprestigio de la civilidad. La educación ya no es concebida por las clases humildes como un mecanismo de superación y dignificación personal, sino como un estorbo. Favorecen esta última tendencia los programas televisivos en los que nadie respeta el turno de palabra y en los que todo vale: la trampa y las malas artes, la delación, el insulto, la brutalidad, la grosería, el griterío. La suma de todos estos factores da como resultado una sociedad sin normas, en la que el espacio público de las clases medias y bajas se degrada a ojos vista. Sólo las elites pueden permitirse la tranquilidad, la seguridad y la limpieza, verdaderos lujos.
No deja de ser extraño el papel de la izquierda cultural en este asunto. Se llena la boca de solidaridad, pero apoya el aristocratismo transgresor. Se llena la boca de civismo, pero facilita la ocupación del espacio público (las fiestas populares dificultan el descanso y degradan el mobiliario urbano). La alianza entre cultura transgresora, impiedad social y liberalismo da como resultado una sociedad agria y antipática. Sólo los muy fuertes pueden procurarse momentos amables. Sólo ellos tienen derecho al silencio y a la belleza. Los débiles, que son la mayoría, están condenados a la fealdad, al ruido, a la suciedad.