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NEUMOLOGÍA

Variante genética asociada a un mayor riesgo de cáncer de pulmón

JANO.es y agencias · 27 mayo 2008

La alteración, causante de la deficiencia de alfa 1-antitripsina, incrementa entre un 70 y un 100% las probabilidades de desarrollar este tipo de tumor

La explosión histórica que se produjo en el mundo europeo a consecuencia de la primera guerra mundial cambió para siempre el espíritu de la civilización burguesa. En el período de entreguerras, el modernismo entendido como actitud vital definió los parámetros de una nueva cultura, de una nueva manera de entender la vida, el arte y el conocimiento. No cabe duda de que la Gran Guerra, más allá de su carácter estrictamente militar, tuvo un profundísimo impacto cultural. La experiencia de la movilización total y la destrucción masiva modificaron dramáticamente la percepción que se tenía del mundo e inauguraron una época sometida a la vorágine del cambio. En el fondo de ésta, se vislumbraban tantos futuros como programas políticos y artísticos circulaban por las calles de Europa.

Una conciencia de la desolación irrumpe con fuerza en el mundo posburgués de la bohemia radical y las milicias políticas, de la pose lánguida y refinada de los nuevos ricos, del diletantismo artístico e intelectual, de los profetas, advenedizos e impostores cuya fortuna variaba con la rapidez de la inflación. La vida es, más que nunca, azar, sorpresa, riesgo y, por ello, el juego se valora como un fin en sí mismo. Se juega con las cotizaciones de la bolsa, con las instituciones del Estado, con las ideas del espíritu, con las visiones del arte y con las convenciones de la sociedad.

El tipo dominante en la crisis histórica y cultural de entreguerras queda ejemplificado por ese hombre de orígenes oscuros, que se pierden en el extremo de la Europa oriental, al que define su absoluta falta de escrúpulos y un cinismo netamente nihilista. Sabedor de lo que la época demanda, no duda en utilizar diferentes máscaras, en aparecer y desvanecerse durante largos periodos de tiempo para prosperar en medio de hundimientos y quiebras.

Frente a la estirpe de los vividores, estafadores y diletantes; la Europa de entreguerras asistió al surgimiento de una conciencia grave y desolada que se enfrentó al espíritu peligrosamente lúdico del presente con la dureza de la moral clásica. Un perfecto representante de esa conciencia fue Georges Bernanos, cuya talla como intelectual y novelista no ha hecho sino agrandarse con el paso de los años. Su interpretación del tiempo que le tocó vivir, vertida en innumerables escritos de combate y en novelas tan prodigiosas como Diario de un cura rural y Bajo el sol de Satán, destapa la superficialidad de una civilización que ha hecho de las actividades espirituales un elegante pasatiempo.

Consciente de la fisura abierta por la Gran Guerra, de la desorientación causada por ésta y los cantos de sirena de los profetas de la impostura, Bernanos se entrega a la problemática tarea de investigar lo sagrado en el hombre. Más que el catolicismo, lo que reivindica es la gravedad de la vida y la necesidad de contemplar el presente como la eterna circunstancia de nuestra misión en este mundo. El hombre, para Bernanos, está en lucha consigo mismo y esta agonía define su humanidad. La devaluación de la lucha mediante actitudes diletantes y el juego intelectual con la materia del tiempo impiden a sus contemporáneos adquirir una conciencia histórica a la altura de los enormes desafíos que se les presentan, los cuales amenazan con rebajar su condición a la de un miserable insecto, “especialista sin alma y hedonista sin corazón”, como diría ese otro atizador de frívolos escapismos llamado Max Weber.

Bernanos representa la antítesis del modernismo, una moral que, por su sobriedad y firmeza, recuerda la de un Kafka. Ambos fueron hombres profundamente religiosos que, en la estela de Dostoievski, salieron en busca de lo sagrado en una época sin oídos para su desesperada llamada. Haber mantenido viva la llama religiosa que arde en el corazón humano permitió al novelista francés y al checo sobreponerse a la tentación nihilista del siglo XX, que Ernst Jünger, intelectual de la otra orilla, expresó de manera memorable: “Quien menos conoce la época es quien no ha experimentado en sí el poder de la Nada y no sucumbió a la tentación”.

Esa experimentación preñada de trágicas consecuencias es la que Bernanos y Kafka denunciaron como la responsable de la legitimidad adquirida por unas actitudes deshumanizadoras, las que hallaron en la atmósfera de entreguerras el medio adecuado para purificarse como vanguardia cultural. Al contrario que esta impostura del espíritu, inseparable de las peores atrocidades políticas del siglo XX, su obra es un monumento a la dignidad humana erigido en mitad del desierto.

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