EPIDEMIOLOGÍA
Barriga prominente y riesgo de demencia
JANO.es y agencias · 27 marzo 2008
Un volumen abdominal excesivo a mediana edad se asocia a un mayor riesgo de demencia al alcanzar los 70 años, según un trabajo aparecido en "Neurology"
En tierras de Cáceres, el castillo de Alconétar sigue alimentando leyendas aun después de haber sido hundido bajo las aguas del pantano de Alcántara en 1969. Aunque la llamada espada de Alconétar, de la edad de Bronce, y la cruz con áurea de mármol de finales del siglo v, descubierta en las ruinas de la basílica de Alconétar, se encuentran en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
Los tres dólmenes de Garrote y el poblado romano de Turmulus permanecen en el fondo del pantano. El puente romano en la Vía de la Plata tuvo mejor suerte, siendo trasladado piedra a piedra y reconstruido cerca de Cañaveral.
El castillo de Alconétar, donado a los templarios en 1168, se convirtió en una importante encomienda junto a la orilla derecha del antiguo curso del río Tajo, en la desembocadura del Almonte, donde emerge una torre de origen musulmán conocida como Floripes, que dio pie a la leyenda de Fierabrás. Está cantado: en el siglo IX, cuando Carlomagno invadió Hispania para frenar el avance del islam, Fierabrás, rey de Alejandría, se enamoró de su propia hermana Floripes, que a su vez cayó prendada del cristiano Guido de Borgoña, preso en el castillo de Alconétar. Floripes entró en la fortaleza, dio muerte al alcaide Brutomontes y puso en libertad a su amado. Al conocer la noticia, Fierabrás asedió Alconétar. Pero no tardaron en llegar las tropas de Carlomagno para salvar a los suyos, dar muerte al rey musulmán y apadrinar la boda entre Floripes y Guido. Desde entonces, vagan por las aguas del pantano las almas de Brutomontes y Fierabrás, así como los barriles del rey musulmán que contenían un bálsamo que lo curaba todo. El famoso bálsamo de Fierabrás del que tanto hablaba don Quijote de la Mancha.
Hacia la segunda mitad del siglo XIII, los caballeros del Temple abandonaron el castillo de Alconétar ante la presión de la orden de Alcántara y el obispado de Coria. En 1268, Alfonso X lo cedió en señorío a su hijo el infante don Fernando de la Cerda. Los alconeteños pronto se refugiaron en el vecino pueblo de Garrovillas, que al final pasó a llamarse Garrovillas de Alconétar. Los condes de Alba de Aliste, que hoy dan nombre a un parador, se hicieron con la villa en 1459. Fue un largo señorío en el que, a cambio de percibir rentas, impuestos y demás gravámenes de sus súbditos, no dejaron de construir cofradías y santuarios, además de regalarles toros para sus juegos festivos. Ahora perdura aquella tradición en verano cuando la Plaza Mayor, una de las plazas más bonitas de España, se convierte en un coso para capeas y otras suertes de diversión popular como la jaula de maderos, las costanas o la “empalizá”.