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Carotenoides, vitamina E y riesgo de cataratas

JANO.es y agencias · 15 enero 2008

La ingesta de estos antioxidantes a través de la dieta disminuye el riesgo de desarrollar la enfermedad ocular, según un estudio publicado en "Archives of Ophthalmology"

Esta segunda parte de “Álvaro Cunqueiro, la medicina popular en su obra”, comienza con la continuación del apartado donde se habla de la aproximación entre el paciente y el menciñeiro, se nos habla de la concepción que de la enfermedad tenía el gran escritor gallego, se nos exponen los métodos de tratamiento y los poderes de ultramundo y, finalmente, se nos pone en antecedente de casos clínicos y otros saberes.

Posiblemente, el exponente más atractivo que de la concepción de la enfermedad tiene Cunqueiro es el que cuenta de Lamas Vello, cuya tesis consistía en que las dolencias las adentramos en nosotros mismos: “Un sueño, por ejemplo, puede desembocar en una enfermedad, al igual que una pena, un mal pensamiento, un deseo insatisfecho, la envidia que le tenemos a uno u otro...”. En sentido positivo añade: “Una persona humilde, callada, amistosa, limosnera... está inmunizada frente a muchas dolencias. Los soberbios, avaros, presumidos, airados, sobresaltan la sangre y predisponen el cuerpo para que les sobrevenga una enfermedad”. Aprovecha este mismo relato Cunqueiro para destacar con nitidez el hecho de que todas las enfermedades tienen un nombre “humano” que los médicos desconocen. “Los médicos —apunta— aluden a las enfermedades por su nombre científico, y por eso precisan de una ciencia para curar con medicinas científicas.” En contraposición el curandero tiene en cuenta la historia personal del hombre en sufrimiento, desde sus antepasados, su infancia, su juventud, matrimonio, trabajos y flaquezas. “El paciente —relata Cunqueiro— podrá tener en un momento dado una piedra en la vesícula, pero tiene además toda esa historia a la que hay que dar un nombre humano, y sólo cuando se le encuentra ese nombre humano a la enfermedad... se sabrá si podrá curar o no.” Al final Lamas Vello no puede ser más concluyente: “Hay muchos —aseguraba— que no están enfermos... es que se asquean”.

Otro modo de concebir la enfermedad, más acorde con la medicina hipocrática, es la teoría de los humores que Pardo das Pontes cambia en vientos: “En el interior del cuerpo tenemos vientos: nordeste, vendaval, xistral y rachas calientes, y lo de dentro se mueve hacia una u otra parte en función del viento que esté soplando”.

En lo referente a la especialización de los menciñeiros, Cunqueiro los sitúa con competencia en patologías muy diversas, que abarcan desde aquellas con fondo psicológico hasta las puramente somáticas, de tipo orgánico. Aunque no profundizaremos en estos conceptos, aludiremos a la relación de talentos que otorga a sus personajes. En este sentido, cabe recordar que Borrallo de Lagoa atendía locos, melancólicos y afligidos, con una clara orientación que podríamos denominar neuropsiquiátrica. También actuaban en estos ámbitos Silva da Posta, que sacaba la “sombra íspera” a los locos y quitaba la “morteira”, además de levantar la paletilla y amparar los estómagos caídos. Mel de Vincios expulsaba pequeños demonios del cuerpo de algunas personas. Una preferencia por enfermedades con mayor componente orgánico era la de Xil de Ribeira, que sabía mucho “de vientre” y eliminaba lo que denominan “volverse el sudor”, que consiste, según Cunqueiro, en “sudor frío, castañeteo de dientes, pérdida de peso y palidez”. En nuestra opinión es de singular y reposada belleza la descripción que realiza de lo que en medicina denominamos un “síndrome constitucional”: astenia, palidez y adelgazamiento, en el seno de una crisis de tiritona. Resulta absolutamente genial. Por último, en los límites corporales y orgánicos, Pardo de Pontes, gran componedor de huesos —en lo que también era apreciado Mel de Vincios—, Cabo de Lonxe —que quemaba verrugas— y el Licho de Villamor, que quitaba las muelas sin dolor.

Métodos de tratamiento y poderes de ultramundo

La riqueza expresiva de la obra de Cunqueiro posee una fuerza tan viva en sí misma que una interpretación lega como la nuestra la desdibuja de manera sustancial; por ello conviene tener presente lo que él mismo asegura: “De los curadores de los que cuento siempre me sorprendió que de hecho curasen pacientes”. Y tal vez por esto mezcla en el arte de cada menciñeiro junto a los métodos terapéuticos más o menos ortodoxos, pero con fundamento fisiopatológico o farmacoterapeútico —como sangrías, sinapismos, purgantes, esencias de hierbas, masajes y períodos de sueño—, otra modalidad de tratamiento que pudiera considerarse dirigida a la esencia vital del hombre —su inteligencia, sus afectos, su psique—. Uno de los ejemplos que ilustran esta doble metodología de curar es Perrón de Braña, que curaba con sangrías, papas de avena o de centeno, baños calientes y muchas horas de sueño. Le contaba al paciente una adivinanza muy retorcida y llena de cabos sueltos, con la siguiente recomendación: “Cuando mañana venga a sangrarte a ver si me la has adivinado”. El interés de este procedimiento queda remarcado por Cunqueiro cuando dice: “Los enfermos de Perrón se desvivían por las historias que éste contaba, las comentaban, las discutían con la familia, con los vecinos, soñaban con ellas... pocas adivinanzas eran acertadas”. Otro ejemplo de esta mezcla de métodos de tratamiento lo encontramos en Borrallo de Lagoa, quien purgaba fuerte y de manera continuada, curaba locos, melancólicos y angustiados. Lo primero que hacía con un loco era cambiarle el nombre e inventarle una nueva vida. Parte de su terapia consistía en enseñarles a leer.

En ocasiones, en el tratamiento destaca el régimen de comidas, tal y como hacía Xil da Ribeira, que recetaba quesos curados, jamón, vino dulce y baños. Xil además herborizaba con manzanilla, genciana y saldiguera. En otras circunstancias, el tratamiento era eminentemente vital y se situaba en un ámbito de lo que podría denominarse terapia ocupacional. Lamas Vello recetaba baños, vacaciones y buscaba pasatiempos a los pacientes. A algunos los curó procurándoles matrimonio y a otros haciéndoles reír con historias, que él —un hombre tan serio— contaba muy bien.

Hasta aquí hemos expuesto una muestra de la mezcla de métodos terapéuticos que Cunqueiro pone en el arsenal de sus menciñeiros, a los que añade, como parece pertinente, para destacar su autoridad, otros poderes especiales y de ultramundo. De este modo Perrón de Braña quitaba las verrugas de palabra y a varias leguas de distancia. A Borrallo de Lagoa lo dejaban sólo en un campo o en una era con locos airados y no le hacían nada, le obedecían y se sometían. Silva da Posta era muy imaginativo “en tratos con gentes del otro mundo, que anduviesen por estos pagos”, y “adivinaba de quién era el crío que había tenido determinada moza”. El Coxo de Entrebo llegó a alcanzar fama de mago, anunciaba el número de crías que parirían las cerdas, adivinaba si uno que estaba en las Américas vivía o no, y de él se aseguraba que estuvo al mismo tiempo en lugares separados 6 leguas. Del Señor Cordal dice Cunqueiro: “Como hombre inteligente y espiritual que era, Cordal era hondamente supersticioso, predispuesto a encontrar agüeros y a provocarlos”.

Otros saberes y casos clínicos

Sin duda, Cunqueiro remata la vertiente humana de sus tipos cuando les atribuye otras competencias. En este sentido hablaban el latín Cabo de Lonxe y el Coxo de Entrebo, del que cuenta que lo había aprendido con un cura de Begonte “y en un año la gramática de Araujo no tenía secretos para él”. Otros eran buenos músicos, como Xil da Ribeira, que en solfeo “no tenía punto”, y Silva da Posta, del que comenta que se dedicó a ir a los entierros con su armonio de valija, y que “le salían unas funciones muy solemnes”. Pero el número de aficiones era mayor, y Xil da Ribeira era además sastre de enfermos. También en este sentido destaca Cunqueiro la conexión de sus menciñeiros con la naturaleza y con la veterinaria. El Señor Cordal era muy atento observador de la naturaleza, siempre con el gusto de saber el nombre de cada hierba, de cada flor, de los cantos y costumbres de los pájaros. Todo según él pendía de la luna, y como para un griego suponía un sacrificio reiteradamente cumplido y necesariamente eficaz, porque existe un orden universal y las varias partes del cosmos se respetan mutuamente y concuerdan. Del Coxo de Entrebo señalaba que alcanzó fama como albéitar y las dolencias del caballar no tenían secretos para él.

Tiene interés el hecho de que muchos de los saberes que Cunqueiro incorpora a sus menciñeiros los habían aprendido en sus viajes, en el servicio militar —Xil da Ribeira—, en Madrid —O Coxo de Entrebo—, en América, básicamente en Cuba —Pardo das Pontes—, o en Argentina —Silva da Posta y Señor Cordal.

Un hecho innovador y atractivo de Cunqueiro es el hecho de que añade casos clínicos y testimonios de pacientes curados por sus menciñeiros. Citaremos a modo de ejemplo dos de ellos. El primero se incluye en Borrallo de Lagoa, del que sabemos que curaba afligidos, sobre el que comenta el caso de un tal Listeiro, “que se dejaba morir y que en los últimos tiempos se había vuelto blasfemo”. A éste le dijo Borrallo: “Todavía me llevarás en tu regazo al San Cosme de Galgao”, ante lo que Listerio soltó la palabra y “juró que no llegaría a tal fiesta, que la vida era un asco y él mismo un cabrito... y que no se ahorcaba por no complacer a una nuera que tenía”. Ante tal circunstancia, Borrallo lo acompañó en largos paseos durante algún tiempo y por el camino le enseñaba a leer. “Llegó el 27 de septiembre de 1934 —fiesta onomástica de San Cosme— y Listeiro entró en el campo de la Xesta, donde se celebra la romería de San Cosme de Galgao, llevando en su regazo a Borrallo, bien abrigado, porque allá arriba siempre sopla nordeste”. Del mismo Borrallo señalaba su mucha valía, y argumentaba que “de niño había acostumbrado a comer en el mismo plato a un ratón y a un mirlo”, concluyendo “tenía muy estudiada a la gente”.

El segundo caso al que aludimos se sitúa en Lamas Vello, del que ya avanzamos que su tesis era que las enfermedades las adentramos en nosotros mismos. A este respecto nos ilustra sobre un paciente llamado Folgo de Villameá que era prestamista, a quién le sobrevino “un sudor alternado” que no lo abandonaba. En ocasiones tenía frío y tiritaba tanto “que no podía hacer la cuenta de los intereses” y no dormía por lo asustado que estaba. Los médicos no le acertaban y llevaba gastados más de cien duros en las boticas de Ribadeo. “No era más que piel y huesos.” Los sobrinos llamaron a Lamas Vello, quien se encerró toda una tarde con él, al cabo de la cual le recomendó: “Tú lo que tienes es solamente ansia. Déjalo todo, viste tu ropa más vieja y vete a la Mariña, y andas por allí dos o tres meses, ahora que viene el buen tiempo, pidiendo limosna. No lleves contigo nada. Haz que no conoces. Tú pide muy humilde, das las gracias, besas la limosna y nada más...”. Prosigue Cunqueiro: “Folgo hizo lo recetado y sanó. Curó del cuerpo y mejoró del alma. Aquellos que le debían dinero lo encontraban más comprensivo... Llegó a los noventa”. He aquí 2 casos clínicos cuya precisión y belleza seguro que nos animan a disfrutar leyendo Escola de menciñeiros.

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