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Consumidores de todo el mundo contra la "comida basura"

JANO.es y agencias · 14 marzo 2008

Este sábado se celebra el Día Mundial de los Derechos del Consumidor, que aborda entre sus preocupaciones la publicidad de alimentos dirigida a menores

El carácter dialógico de la razón humana es el pilar que fundamenta la teoría moral conocida como “ética del discurso”. Este artículo tratará de mostrar el gran potencial de esta teoría si sabemos cómo aplicarla en el ámbito sanitario.

Referentes bibliográficos

Con voz propia

En un tono sencillo y directo, mediante breves historias, Marga Iraburu —especialista en medicina interna y experta en bioética— aborda las grandes cuestiones que plantea la atención a la salud.

En nuestro entorno cultural la palabra “diálogo” se utiliza continuamente, lo que en buena medida denota la importancia del concepto en nuestras sociedades. Pero lo que ya no es tan claro es que su uso, a fuerza de repetido, se atenga a su significado más originario. Diálogo, dice el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), es la “plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos”, manifestación que tiene como objeto incrementar el conocimiento, como así lo indica la etimología de la palabra: dia (a través de) y lógos (conocimiento).

En la cotidianeidad de la vida no es este significado el que más comúnmente se atribuye a la palabra, sino otro, que también se recoge en el DRAE como una última acepción: “discusión o trato en busca de avenencia”. En el fondo se trata más de llegar a pactos meramente estratégicos, que de la búsqueda de la verdad a través de esos diálogos auténticos en los que cada interlocutor pone en juego sus propias verdades. El carácter dialógico de la razón humana es el pilar que fundamenta la teoría moral conocida como “ética del discurso”. Este artículo tratará de mostrar el gran potencial de esta teoría si sabemos cómo aplicarla en el ámbito sanitario.

A lo largo de la historia del mundo occidental se puede constatar el esfuerzo y la dificultad que supone el tener que dar razón, el tener que justificar la experiencia moral de cada individuo. La ética necesita la experiencia, y si no existiese el a priori de la experiencia interna del deber no existiría la ética. Los diversos sistemas y teorías morales intentan dar razón, explicitar los fundamentos del deber, desplegar los conceptos y argumentos que permitan comprender la dimensión moral del ser humano. Por tanto, las teorías morales dan cuenta, racionalmente, de esa dimensión de las personas, y determinan en qué consiste lo moral.

La naturaleza de la moralidad

Las respuestas sobre la naturaleza de la moralidad han sido variadas, expresando así la complejidad misma del fenómeno moral. Pero las teorías éticas no ofrecen una respuesta inmediata al ¿qué debemos hacer?, sino más bien dan cuenta del fenómeno moralidad en general. Dichas teorías empiezan a elaborarse en Occidente desde el siglo V a.C., con Sócrates, o incluso antes, con los llamados presocráticos. Todas ellas pueden agruparse en tres conjuntos: en la primera fase, desde la antigüedad clásica hasta el medievo, las éticas se sustentaron en la pregunta por el ser; en la segunda, desde Descartes hasta principios del siglo XX, se encuentran las éticas que nacen en torno a la noción de conciencia; en la tercera fase están las éticas que toman como punto de partida la existencia del lenguaje y de la argumentación moral1.

Es en este último marco donde se sitúa la ética del discurso, de K.O. Apel y J. Habermas. Parte del supuesto del carácter dialógico de la razón humana, rechazando en principio, por insuficientes, los planteamientos donde no existe diálogo para alcanzar la verdad. El diálogo es el único procedimiento capaz de respetar la individualidad de las personas y, a la vez, su innegable dimensión solidaria. El diálogo como modelo de toma de decisiones éticas, que permite averiguar cuáles son las normas válidas, porque creemos que realmente humanizan, y cómo aplicarlas luego a la vida cotidiana.

Discutir por discutir

Es obvio que no cualquier diálogo conduce a esta meta, y mucho menos los “seudodiálogos” que se construyen cada día en nuestras sociedades y que más que diálogos son, en el mejor de los casos, auténticas confrontaciones dialécticas, discutir por discutir, con el único objetivo de aplastar al contrario. Nada que ver con el auténtico deseo de tomarnos el diálogo en serio, porque queremos saber si podemos entendernos en cuestiones de valor. Sólo así el diálogo tiene un sentido, una búsqueda cooperativa sobre la justicia y la corrección. Y este diálogo en serio presupone las siguientes condiciones:

– Participación de todos los afectados. Todos los seres capaces de comunicarse, de utilizar el lenguaje, son interlocutores válidos, y pueden defender sus intereses por sí mismos. Es decir, que no puede excluirse a priori a ninguna de las personas afectadas por las normas. Que, por tanto, si hablamos de la universidad, no podemos excluir a priori a los alumnos, que serán el objeto de nuestras normas, o si nos referimos a la sanidad, tampoco podemos excluir a los pacientes.

– Argumentación racional y razonable. Ese diálogo tiene que atenerse a unas reglas determinadas o condiciones del acto del habla. Las reglas son las siguientes: ser inteligible; hacerse entender; decir lo que realmente se piensa (veracidad); buscar la verdad. Este es el marco correcto, aquel en el que los interlocutores se reconocen como personas, y se sitúan en condiciones de simetría.

– Comprobación de la corrección de la norma. Tras la participación de todos los afectados en un discurso verdadero, es decir, el que cumple con las condiciones del punto anterior, sólo pueden pretender validez las normas que encuentren la aprobación de todos los afectados por aquélla, tras haber tomado parte en el discurso.

Claro está que el diálogo así entendido es un diálogo ideal, muy diferente de los reales donde, para empezar, no se asume ni siquiera el punto de partida de que todas las personas son interlocutores válidos, y en los que las condiciones de coacción, asimetría, desinformación, etc. hacen patente que lo que se busca es un mero pacto estratégico entre los sujetos dialogantes que satisfaga los intereses del grupo —profesores universitarios, médicos y enfermeras, etc.—, que se tomen por mayoría, más que buscar entre ellos lo que pueda ser correcto porque satisface intereses universalizables.

Diálogos reales

Los diálogos reales no se ajustan a lo que propone la teoría moral, pero no porque sea imposible hacerlo, sino porque no suele interesar demasiado. Veamos algunos ejemplos que, analizados de uno en uno, podrían ejemplificar cómo se puede tomar en serio la propuesta de la ética del diálogo en el ámbito sanitario.

El primer ejemplo lo constituyen los comités de ética. Hace aproximadamente una década que se pusieron en marcha estos comités, cuyo objetivo es ayudar en la toma de decisiones cuando aparecen conflictos de valores entre los integrantes de la relación clínica. No es fácil modificar este aspecto en instituciones tan complejas como los hospitales, razón por la que el objetivo ya es en sí ambicioso y difícil de conseguir2. Por otra parte, hay que señalar que en una gran mayoría de comités no se cumplían, desde el inicio, las condiciones metodológicas señaladas por la ética dialógica. Por ejemplo, en algunos no estaban representados todos los posibles afectados por la norma: o bien no aparecía el representante de los pacientes, o bien era de todo menos un auténtico representante del punto de vista del ciudadano común, como es el caso de elegir al presidente —ya retirado— del Tribunal Superior de Justicia de la comunidad autónoma correspondiente, o al catedrático de ética de la universidad más cercana.

En otros comités el problema es que los interlocutores no se halla en condiciones reales de simetría. ¿Qué podría decir un miembro lego que se encuentra ante un grupo interdisciplinar de profesionales —médicos, enfermeras, abogado, trabajador social, etc.— que, además de sus conocimientos profesionales, han recibido previamente una formación en bioética? Es probable que nada. ¿Se puede modificar esta situación? La respuesta es afirmativa. De hecho, en algunas comunidades se ha conseguido que los que podrían ser miembros legos acudan previamente al mismo curso básico de formación en bioética que recibe el resto de los integrantes del comité. Y esto sí es un intento serio de hacer simétricas las condiciones del diálogo.

Con voz propia

El segundo ejemplo, completamente distinto al anterior pero igualmente interesante, lo constituye un libro de reciente aparición3. Dirigido a los enfermos y a los que gozan de buena salud; a los que cuidan y a los que son cuidados; a los que toman decisiones por sí mismos y a los que tienen que adoptarlas por otros; dirigido a los ciudadanos, para que, “con voz propia”, puedan tomar decisiones prudentes sobre sí mismos o sus seres queridos. Para ello hay que estar, no sólo informados, sino también formados. A través de los capítulos de este libro —La revolución de la bioética y la relación medico paciente; La toma de decisiones y el formulario de consentimiento informado; La intimidad; Muerte y dignidad; Voluntades anticipadas; Donaciones de órganos; El paciente del siglo XXI; Comités de ética hospitalarios— se muestra al lector el marco complejo de lo que hoy es una relación clínica: “No se trata de entablar una lucha entre pacientes y profesionales sanitarios, sino todo lo contrario. Se trata de saber buscar juntos la alternativa que más satisfaga las expectativas del interesado, la opción que más respete sus objetivos. En definitiva, la pretensión es que cada persona pueda seguir gobernando su vida cuando esté enferma, incluso cuando se halle irremisiblemente enferma y las únicas decisiones a tomar sean en torno al cómo morir”.

Interlocutores válidos

De nuevo el a priori de que todos somos interlocutores válidos, y la convicción de que sólo podremos participar en el diálogo si previamente sabemos que podemos y debemos dialogar sobre aquello que nos afecta, y si hemos reflexionado para poder dar razón de nuestras opiniones, elecciones, etc. En definitiva, para poder dialogar en serio.

Un último ejemplo. El pasado mes de octubre se celebró en Barcelona el I Congreso Español de Pacientes, auspiciado, entre otros, por el Foro Español de Pacientes4. Su objetivo fue proporcionar un espacio de relación y comunicación entre los pacientes y las organizaciones que los representan, y constituir un foro de debate y deliberación en torno a diferentes áreas de interés común. El marco lo constituyen los derechos de los pacientes, y a partir de ahí la reflexión gira en torno a aquellos elementos que, de nuevo, pueden hacer del sujeto un interlocutor válido, con información veraz, que les permita participar en la toma de decisiones.

Y es que en un mundo en el que tantas cosas se solucionan —¿se solucionan?— por la vía de los pactos estratégicos es urgente recuperar la idea de que hay diálogos éticos —por ejemplo, el proceso deliberativo del consentimiento informado entre médico y paciente— y otros que no lo son —por ejemplo, la mera firma de los formularios escritos—. Los ejemplos mencionados son una pequeña prueba de la manera en que se pueden ir poniendo a punto las condiciones para los diá-logos en el sentido más fuerte del término, y el rechazo, por insuficientes, de los planteamientos donde no existe auténtico diálogo para alcanzar la verdad.

Bibliografía

1. Cortina A, Martínez E. Ética. Madrid: Akal; 1996. p. 51-104.

2. Hernando P, Monrás P. La puesta en marcha de un comité de ética: la experiencia del Consorcio Hospitalario del Parc Taulí de Sabadell. En: Couceiro A, editor. Bioética para clínicos. Madrid: Triacastela; 1999. p. 291-300.

3. Iraburu M. Con voz propia. Decisiones que podemos tomar ante la enfermedad. Madrid: Alianza; 2005.

4. Disponible en www.congresodepacientes.org (visitada el 18 de septiembre de 2005).

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