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NEUROLOGÍA

Efectos neuroprotectores de las estatinas

JANO.es · 10 abril 2008

Un nuevo estudio muestra que la lovastatina estimula la producción de un receptor del TNF-alfa, el cual protege a las células nerviosas

Hace algunas semanas Nicanor se compró un sombrero hongo y, al verse en un espejo, se encontró tan elegante que decidió que lo llevaría siempre puesto. Un amigo de la infancia, sin embargo, le dijo que aquel sombrero le hacía parecer más gordo de lo que realmente estaba. – Te sentaría mejor si fuese de paja —le aconsejó.

Pero Nicanor siguió fiel a su bombín, entre otras cosas porque los sombreros de paja siempre le habían parecido ridículos. Lo único que hizo fue someterse a una dieta rigurosa que le permitiese adelgazar unos cuantos kilos.

Respetó aquella dieta tan escrupulosamente que, al cabo de tres semanas, ya había perdido treinta kilos, muchos más de los previstos. Se redujo el perímetro de su abdomen y el tamaño de sus posaderas, pero disminuyó asimismo el volumen de su cabeza. Fue al médico y le preguntó si era normal que, al adelgazar, se le hubiese reducido también el cráneo.

– No es, desde luego, un caso frecuente —respondió el médico. Y le recetó unas cuantas pastillas y un jarabe que no le sirvieron de nada.

Decidió abandonar la dieta y volver a los suculentos banquetes de otros tiempos, pero no recuperó ni un solo kilo. Su cuerpo dejó de adelgazar, eso es cierto, pero no su cabeza, que siguió reduciendo su tamaño a ojos vistas.

Parecía, pues, evidente que la dieta que le habían recomendado desencadenó en el cuerpo del infeliz Nicanor unas fuerzas terribles que nadie era ya capaz de invertir.

– ¿Qué hago ahora? —se preguntó una mañana Nicanor con el sombrero de hongo en la mano—. ¿Dónde coloco este precioso bombín que ya no me sirve para nada? ¿Se lo regalo a un vecino? ¿Lo tiro por la ventana, arriesgándome a que estalle como una bomba cuando llegue a la calle?

Aquel mismo día Nicanor decidió desaparecer para siempre. Hizo las maletas y subió al primer tren que partía hacia la frontera. Algunos viajeros aseguran que ahora vive en un país extranjero en el más riguroso incógnito, con la cabeza apenas mayor que una pelota de tenis.

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