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JANO.es · 12 noviembre 2007

La homeopatía es una reliquia farmacoterapéutica, el último residuo, y el único que sigue vigente, de la terapéutica anterior a la revolución farmacológica realizada por Claude Bernard y Paul Ehrlich, entre otros autores del siglo XIX.

La homeopatía se basa en teorías no demostradas e incluso indemostrables, formuladas por Samuel Hahnemann, un reformador de la medicina del siglo XVIII que formuló unos principios básicos o leyes homeopáticas que regulan la cura por similares mediante grandes diluciones y la potenciación de las diluciones homeopáticas. El resultado es la utilización de soluciones acuosas en las que no hay moléculas, por haberse superado el número de Avogadro, diluciones que los homeópatas suponen más potentes cuanto más diluidas.

Los homeópatas, que llaman alópatas a los médicos oficiales por considerar que éstos curan por contrarios, han superado fases de estancamiento y decadencia y han obtenido reconocimiento legal. Para la legislación farmacéutica española los medicamentos homeopáticos son medicamentos, regulados por la Ley de Garantías y Uso Racional de los Medicamentos y Productos Sanitarios. Miles de enfermos acuden a los médicos homeópatas y dicen aliviarse con la medicación que reciben; muchos médicos y farmacéuticos contemplan la homeopatía con creciente tolerancia y la consideran un sistema complementario y en todo caso inocuo. Las voces que se alzan contra la homeopatía, acusándola de ser un engaño, corren el riesgo de ser consideradas excesivamente rígidas e intolerantes. Por otra parte, chocan contra la realidad de que parte del estamento médico sigue dispuesto a practicar la homeopatía por muchas críticas que reciba, afirmando que a pesar de todas las descalificaciones sus pacientes mejoran y que con eso les basta. Los homeópatas consideran irrelevante que, al margen de esas consultas concretas, los medicamentos homeopáticos no consigan demostrar su eficacia y argumentan que, si los medicamentos homeopáticos fueran eficaces en los ensayos clínicos y tuvieran los mecanismos de acción y los efectos adversos del resto de los medicamentos, entonces ya no serían medicamentos homeopáticos sino alopáticos. Esta forma de argumentar irrita a quienes consideran a la homeopatía una teoría ajena al pensamiento científico, que debería ser erradicada, pero lo cierto es que la homeopatía es una veterana de la resistencia, que siempre se ha mostrado capaz de soportar las críticas que se le dirigen: que sus leyes no son tales; que sus medicamentos son agua, no contienen moléculas y carecen de eficacia.

Las administraciones sanitarias han llegado a la conclusión de que los medicamentos homeopáticos, ya que son prescritos por médicos en ejercicio clínico, precisan ser legalizados y han creado para ellos un marco legal singular y específico, de modo que deben probar su seguridad y calidad, pero no precisan demostrar su eficacia si se acogen a un registro simplificado que permite su puesta en el mercado sin indicación terapéutica aprobada. De todas las terapias que sus detractores consideran seudomedicinas, la homeopatía es la única que tiene tras de sí, avalándola, a miles de médicos en el ejercicio diario de su profesión. Algunos países europeos incluyen los medicamentos homeopáticos en sus sistemas de Seguridad Social. En España están excluidos de la financiación pública y debido a su extraordinaria dilución no están incluidos en los grupos terapéuticos que precisan receta médica.

Para los homeópatas, más pronto que tarde la medicina oficial deberá tirar la toalla, ya que está intoxicando a los pacientes con una medicación errónea. Según sus adversarios, aunque la homeopatía sea aparentemente inocua, es perjudicial, pues trata con placebos a enfermos que precisarían recibir una medicación segura y eficaz. Para el historiador constituye una rareza: es la única superviviente de la terapéutica simbólica y de la medicina filosófica del pasado y lo más sorprendente no es esto, que ya es mucho, sino que goce de una mala salud de hierro que parece garantizarle muchos años de existencia repitiendo, impávida, los principios del vitalismo, doctrina vigente en el siglo XVIII, pero que ha desaparecido por completo de la ciencia de nuestro tiempo.

El historiador de la farmacología del pasado se encuentra ante múltiples teorías no contrastadas, especulaciones que no superan el método experimental. Lo curioso de la homeopatía es que, siendo como es una teoría ajena a todos los avances de la biología molecular, de la bioquímica y de la farmacocinética, sigue siendo aplicada por médicos en ejercicio. Su destino lógico serían los libros de historia del medicamento, pero sigue ahí, en el consultorio de los homeópatas y en los estantes de las farmacias. Como profesor de historia, al explicar sus fundamentos no puedo dejar de sentir sorpresa al explicar a los alumnos la teoría homeopática para añadir a continuación que muchos médicos siguen practicándola. Y debo añadir que la mayoría de los estudiantes comparten mi sorpresa.

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