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CARDIOLOGÍA

El futuro de las células madre en cardiología

JANO.es y agencias · 19 noviembre 2007

Los especialistas prevén que en cinco años los tratamientos con este tipo de células se generalizarán para un amplio espectro de pacientes en intervenciones quirúrgicas que precisen de una cicatrización rápida

Observo, con una mezcla de alarma e incredulidad, que la cintura de los pantalones es cada vez más baja. No me refiero a los que llevo yo, que siguen los patrones y cánones convencionales, sino a los que llevan algunos jóvenes y adolescentes. Es cierto que existen precedentes que confirman que somos capaces de llevar cualquier cosa. Basta revisar nuestros álbumes de fotografías para horrorizarnos ante esas estampas en las que lucimos, sin aparente pudor, un modelo llamado “pata de elefante” que no sólo hizo las delicias de aquellos tiempos sino que, además, resucitó hace unos años con más intensidad si cabe. Luego, y siguiendo esa ley pendular que tanto agota a quienes se ven obligados a seguir los designios y caprichos de la moda, el elefante sufrió una liposucción monstruosa y los fabricantes regresaron brutalmente a modelos “tubo” o, peor aún, “pitillo” (entonces la metáfora cigarrera aún no se consideraba una herejía). Todavía no entiendo cómo nuestras piernas no se organizaron y salieron en manifestación para protestar contra los criterios mutantes de nuestras influenciables personalidades.

Afortunadamente, a partir de cierta edad uno prescinde bastante de la moda y puede, en la medida en que se lo permite el mercado, plantarse en un modelo convencional situado en un sensato término medio entre la amplitud elefantiásica y exagerada y la estrechez pitillera. Lo convencional, por supuesto, no ocupa portadas, y uno deja de estar a la moda y, de paso, descubre la satisfacción que produce vivir con unos pantalones que no son, ni para bien ni para mal, noticia.

De unos años a esta parte, sin embargo, la cintura de los pantalones ha descendido peligrosamente. En principio, cuentan que la idea era publicitar la ropa interior y mostrar las gomas de los calzoncillos entre los chicos y el modelo de bragas entre las chicas. Esta explosión causó furor entre las tribus urbanas, que optaron por considerar uniforme un tipo de pantalón ancho, que se les iba cayendo a medida que andaban y les investía de un estilo desenfadado, informal e incluso transgresor. Visto desde una objetividad bienintencionada, semejante indumentaria parecía resultar la mar de incómoda y producía situaciones algo desagradables, sobre todo cuando quien llevaba el pantalón decidía ponerse en cuclillas. Entonces quedó claro que, tanto en el caso de los chicos como en el de las chicas, la intención final del modelito estaba destinada a ofrecernos unas vistas panorámicas de sus nalgas y aledaños.

La vista, como habrán observado, es un sentido moralmente débil, que suele sentirse atraído justo por aquello que no debería mirar. En esta contradicción reside su encanto y así fue como, sin proponérnoslo, empezamos a mirar toda clase de gomas de calzoncillos, modelos parciales de bragas y, sobre todo, a preguntarnos cómo era posible que las chicas y mujeres de hoy fueran por la vida con esa cosa tan conceptualmente mínima que responde al nombre de tanga. Eso, por supuesto, en lo que a la parte posterior se refiere. Delante, las cosas tampoco iban muy bien que digamos. Al bajar la cintura y subir las camisetas, quedó al descubierto una franja de la anatomía que nos permitió acceder visualmente a toda clase de ombligos y piercings adosados. Al seguir bajando la cintura, fueron los huesos de la pelvis los que adquirieron un protagonismo necesario. Para los pobres padres de familia de chicos adolescentes, se planteó un nuevo motivo de discusión: establecer a partir de qué distancia los pantalones estaban caídos o “eran así”. Malhumorados, rebeldes, a veces incluso maleducados, los portadores de semejantes andrajos insistían en defender su causa y, al mismo tiempo, pillaban los lógicos resfriados que provoca andar por la vida con algunas zonas de tu anatomía a la intemperie. Discutir resultó, como siempre, totalmente inútil. Llevarles la contraria suponía perder la batalla y darles la razón una concesión gratuita. Lo malo fue cuando descubrimos que algunos individuos no se contentaban con lucir esos pantalones en su adolescencia más obcecada sino que seguían llevándolos en su juventud, confirmando que cualquier cosa es susceptible de empeorar.

Harto de ver a sus hijos enseñando la raja del culo, los calzoncillos o las bragas, algunos padres entraron en barrena psicológica y pidieron la baja por depresión. ¿Los motivos? La moda de los pantalones caídos. Médicamente, el síndrome todavía no está admitido por la OMS y dudo que las empresas estén dispuestas a pagarlo como baja laboral. Y, sin embargo, viendo como se arrastran por el suelo, como descienden por la cintura hasta límites ridículos, uno entiende que el adjetivo que mejor le va a este tipo de pantalones es “deprimentes”.

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