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Exceso de peso asociado a la mortalidad por cáncer de próstata

JANO.es · 12 noviembre 2007

El sobrepeso y la obesidad en el momento del diagnóstico constituyen un factor de riesgo independiente de mortalidad a causa de la enfermedad, según un nuevo estudio

El pasado verano me entretuve observando los libros que leía la gente en la playa y pude constatar, en primer lugar, lo obvio: triunfaban las gruesas novelas y los más horrendos best-sellers, con alguna excepción, como la del muchacho, seguramente enamorado, que leía en voz alta versos de Neruda a una guapa rubia, de mirada ausente. Me habría gustado saber si el efecto estético o amatorio que el chico en cuestión deseaba conseguir, gracias al poeta, se había logrado, como ocurría en mi época, mucho antes de que la obra de Skármeta El cartero y Neruda fuera llevada al cine.

Neruda, curiosamente, sigue siendo todavía hoy en España un autor de referencia, no sé si entre los poetas, pero sí, puedo asegurarlo, entre los jóvenes. Todos los años, al comenzar el curso, paso una breve encuesta a mis estudiantes para que mencionen sus libros de poesía predilectos y transcriban de memoria algunos versos. Pues bien, Neruda, junto a Gustavo Adolfo Bécquer curiosamente, es el autor más mencionado y los celebérrimos versos de Veinte poemas de amor y una Canción desesperada, “Me gustas cuando callas porque estás como ausente”, los más citados, aunque las hoy mermadas memorias juveniles no den siquiera con su continuación: “y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. / Parece que los ojos se te hubieran volado / y parece que un beso te cerrara la boca...

Los libros de Neruda, en especial, Los cien sonetos de amor y Los veinte poemas de amor y una canción desesperada, junto al poemario de Salinas, La voz a ti debida campan por los dominios extraliterarios del amor. Desgajados del conjunto de la producción poética de sus autores, forman parte de lo que podríamos denominar la sociología amorosa de nuestra época. Así ocurre que los versos de Neruda y de Salinas se inmiscuyen entre las líneas de los tópicos y prosaicos —cuando no nos van dirigidos personalmente— “no puedo vivir sin ti y te amo más que a nadie, eres mi vida”, etc., para dotarlos del hálito poético que tanto necesita todavía el amor...

Los préstamos salinianos y nerudianos ponen de manifiesto que la poesía es aún más necesaria en ciertos estados anímicos en los que apropiarse de ella es una exigencia, como se constata en la famosa película antes citada...

Recuerdo todavía algunos versos del poema que un novio, allá por el pleistoceno, me escribió, llenos de guiños que provenían de Neruda: “Me gustas cuando hablas, cuando dices mi nombre”... “Morir y todavía / amarte más / amarte más dijo don Pablo. / Añado, vivir y todavía amarte más y más...”.

¿Qué tienen Neruda y Salinas para ser poetas de cabecera de los enamorados? Yo creo que en ambos se dan, aunque su poesía sea tan distinta, los mismos ingredientes: sinceridad y belleza. Cuando digo sinceridad no me refiero tanto a que sus textos sean inspirados, al parecer, por amantes reales, mujeres de carne y hueso, llámense Khatelen, o Albertina, Delia, Matilde, sino en el hecho de que detrás de cada palabra parece surgir una verdad, dolorosa, tierna, apasionada o triste... Y esa verdad, tal vez ficticia —ya decía Pessoa que “el poeta es un fingidor / que finge tan acabadamente / que incluso finge dolor / cuando de verdad lo siente”—, es la que nos llega al fondo del alma, porque, sin saberlo, también nosotros la guardábamos dentro de ella, y los versos de Neruda o de Salinas han obrado, a través de la emoción, el milagro de que nos diéramos cuenta.

Creo que Neruda es uno de los poetas que mejor sabe transmitir esa emoción, emoción en bruto, emoción en directo, porque es un maestro de los cinco sentidos capitales, porque no renuncia a nada, porque es la suya una poesía sin pureza, como el mismo señalara en el “Manifiesto poético” de su revista Caballo Verde para la Poesía en octubre de 1935, “Una poesía impura, manchada como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, actitudes vergonzosas”, sistematización de un concepto de la poesía en las antípodas de Juan Ramón Jiménez, a quien tanto habría de molestar, y de las teorías de la deshumanización del arte, revindicadas por Ortega y Gasset en sintonía con las teorías del abate Bremond, que algunos miembros de la generación del 27 habían hecho suyas. Por eso la llegada a Madrid de Neruda puede ser considerada tan importante, si cabe, como la llegada de Rubén Darío a finales del siglo XIX. Ambos renovarán la poesía que entonces se está haciendo con lo que la suya aporta y me parece que sin esas dos presencias hispanoamericanas, sin los lazos que unen la lírica española a Nicaragua y a Chile, entenderíamos mal la lírica española de la primera y de la segunda mitad del siglo XX.

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