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ALERGOLOGÍA

Lactancia materna y asma alérgica

JANO.es y agencias · 28 enero 2008

Una investigación llevada a cabo con ratones muestra que los alérgenos que hay en el aire pasar de la madre a la cría a través de la leche materna

Las representaciones de niños con su expresión de sencillez, ingenuidad, credulidad, sinceridad y los sentimientos más puros, no siempre interesaron a los artistasartesanos, atentos en narrar las historias de los dioses y los triunfos de los monarcas que les encargaban sus patronos.

Será en el siglo XVII cuando se valore como tema independiente y autónomo de una obra de arte el mundo de la infancia. Hasta entonces, las escenas con niños como protagonistas aparecen en contadas ocasiones a lo largo de la historia del arte occidental gracias a encargos especiales: con motivo de la muerte de un ser querido en estelas funerarias, y como deleite personal de un poderoso que desea contemplar a sus hijos, es el caso del faraón Akenatón (1350 a. C.) que ordenó pintar escenas de sus hijas jugando, transgrediendo las normas imperantes hasta entonces en el arte egipcio, quizá las primeras representaciones de la vida infantil que iniciarán un nuevo aspecto en el arte.

Niños y maternidad. Los niños están presentes en el arte casi desde sus comienzos, relacionados con la maternidad, siendo en el Neolítico donde aparece, como imagen nueva, el niño en brazos de su madre, tema perdurable en el arte a través de la diosa Isis en Egipto y la Virgen María en el Cristianismo.

Son innumerables las imágenes que se conservan de este tema a lo largo de la historia, aunque tal vez las más bellas corresponden al Renacimiento italiano. Los niños de las vírgenes del románico y gótico son aún hieráticos, sin rasgos infantiles. Sabemos que son niños por su menor tamaño y por encontrarse sobre las rodillas de la virgen. Como ocurre con la virgen del frontal de la iglesia de Santa Maria de Avià (Barcelona) del año 1200, una de las imágenes románicas más emotivas debido a la actitud del niño que gesticula con las manos y se inclina con el cuerpo hacia delante. En el treccento italiano el niño Jesús, gracias al retorno del clasicismo, comienza a adquirir su expresión infantil, con gestos risueños y carrillos sonrosados, sobre todo en pintores de la talla de Cimabue y el Duccio. Sin olvidar La madona y el niño entre dos santos, de Lorenzetti, que data de 1320. Una representación de la virgen como escena íntima de una madre con su hijo, como una patricia romana, situada de tres cuartos en lugar de frente, atenta a la mirada de su niño, colocado de perfil, en un diálogo dulce que capta nuestra atención gracias al misterio de su comunicación. Son los antecedentes de los avances renacentistas y darán origen a expresar este tipo de escenas más allá del concepto religioso en el arte del primer renacimiento. Así, en los frescos de la capilla Brancacci, pintados por Masaccio hacia 1410, aparece una madre con su hijo en brazos formando parte de una multitud de pobres a quienes San Pedro y San Juan dan limosna. Un imagen de una belleza inusitada por lo que tiene de cotidiana. El niño es un bebé auténtico a pesar de darnos la espalda. Intuimos los mofletes y la expresión de dulzura, y su culito al aire bajo un pequeño faldón blanco nos acerca a las sensaciones amorosas que producen los bebés. Poco a poco se convertirá en un tema independiente, en escenas de retrato de madres con sus hijos, tan querido a Gainsborough en el siglo XVIII. En el segundo renacimiento, Leonardo y Rafael nos muestran niños enternecedores en sus madonas, como La madona de la flor, (1507), de Rafael, o Santa Ana, la virgen y el niño, de Leonardo. En adelante, el tema de la relación maternal se independizará del asunto religioso, convirtiéndose en escenas de género o retratos familiares. De singular belleza es el cuadro impresionista de Mary Cassatt Desayuno en la cama, donde la madre abraza con ternura al niño.

Los niños y el amor profano. Los niños son también los protagonistas de otro tipo de amor en el arte clásico, el amor profano. Dionisos niño en brazos de Hermes, o cupido lanzando sus flechas amorosas en el arte griego y romano, irán convirtiéndose en los querubines angelicales del arte cristiano en siglos posteriores.

En los frescos de la Casa de los Vettii, en Pompeya, los amorcillos se representan como orfebres, perfumeros, bataneros o enólogos. Son niños con alas, amorcillos, afanados en las distintas tareas de los trabajos que desempeñan. Acompañantes ineludibles de Venus, son el símbolo del amor, desde Grecia hasta nuestros días. La representación de los amores de Marte y Venus está ampliamente representada en los frescos de Pompeya, y resulta curioso comprobar el parecido con las obras de Boticcelli, de Tiziano o de Carracci, entre otros artistas que han tratado este tema, ¡antes de descubrir Pompeya! Un niño se convierte así en el símbolo del amor terrenal. Y el mismo niño alado representa el amor divino en los cuadros de tema religioso, como ocurre con los famosos ángeles de Rafael y de Murillo.

En el barroco asistimos al nacimiento de las escenas de género, el mercado del arte se amplía con la naciente burguesía y nuevos temas de asuntos cotidianos alcanzan la categoría de arte. Los niños y su mundo saltan a los lienzos con todo su candor en los cuadros de Murillo, representando la faceta pagana de la infancia, incluso se ponen de moda escenas religiosas que hablan de la infancia de los santos, como Santa Ana enseñando a leer a la virgen niña, de Murillo. Velázquez, al retratar a la infanta Margarita en Las Meninas, cuando ésta realiza una visita al pintor ajena a las poses y protocolos de la corte, hace gala de los nuevos temas pictóricos. Reynolds, Gainsborough, Courbet, Renoir, Kirchner, Balthus o Picasso, entre otros, prolongan estas escenas a lo largo de nuestra historia estética y artística. En el siglo XIX, con las teorías socialistas, la pobreza de los niños se convierte en imagen de denuncia social. Ya no son las escenas idílicas de los niños pobres de Murillo disfrutando de los exquisitos frutos. Son niños famélicos, desnutridos y de mirada triste, pintados con un realismo veraz por la mano de Courbet o del pintor George Brown, también del siglo XIX, que pasó a la historia como el pintor de los hijos de los pobres. En la actualidad es prácticamente un tema fotográfico.

Niños y familia. Las representaciones familiares y los retratos individuales conforman otros entornos donde los niños son indispensables. Será en Egipto donde se inicien las imágenes familiares relacionadas con el mundo funerario, como la escultura del enano Seneb y su familia, del siglo XXIII a. C. Eso sí, siempre son familias nobles las que pueden acceder a los honorarios de los pintores, desde Grecia y Roma hasta las monarquías occidentales.

Son niños agraciados por el destino, elegantes y sonrientes, de miradas satisfechas y pícaras a veces. Situados en suntuosas y lujosas estancias que nos hablan del nivel de vida de los retratados. Excepto las obras de carácter costumbrista de pintores como Le Nain, Hogarth o Chardin, donde los niños pobres y de clase media son los protagonistas, aunque la belleza que transmiten y el trazo pictórico sean equiparables. Casi todos los grandes artistas a partir del Renacimiento tienen retratos familiares, desde Velázquez a Ingres, de Rubens a Goya, de Balthus a Antonio López. Un tema que gracias a la fotografía estará al alcance de todos los bolsillos a partir del siglo XIX y al que quizá demos poca importancia en la actualidad.

Cuando el arte se vuelve abstracción a principios del siglo XX, como tantos otros temas del arte, los niños son relegados al olvido. Aunque muchos artistas no pueden resistir la tentación de retratar a sus hijos y plasmar los sentimientos que les evocan. Los retratos que Picasso realiza de sus hijos demuestran que ningún tema puede ser considerado inferior en arte, ni pasado de moda. Las reducidas dimensiones del Retrato de Pablo que conserva el Museo Picasso de Málaga contienen una de las imágenes más logradas de la infancia. La ternura que transmite el color con esos grises delicados y la dulzura de la mirada con sólo dos líneas de pincel nos hablan del sentimiento del pintor hacia su retoño. Es quizá en los retratos de sus hijos donde Picasso muestra una ternura más allá de la sensualidad que invade su obra.

Confío en que estos retazos sobre la infancia les sirvan para iniciar una búsqueda personal en las visitas a exposiciones y museos. Seguro que encuentran ejemplos que continúen el artículo.

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