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El Museo Nacional del Prado presenta sus nuevas instalaciones en torno a los restos del claustro de la iglesia de los Jerónimos. 22.000 metros cuadrados de bronce, piedra, ladrillo, madera y vidrio dan forma a la ampliación más significativa en la historia de la institución. El arquitecto navarro Rafael Moneo ha sido el encargado de adaptar el gran museo español al siglo XXI. Una ampliación, cuanto menos, controvertida. Un planteamiento de espacios soberbio pero, ante todo, una declaración de principios.

El Prado rompe con su pasado. Se adapta al siglo XXI y deja boquiabiertos a quienes lo comprueban. Con la impaciencia propia de cinco años de espera y el deseo generalizado de examinar al nuevo Prado comienzan las “Jornadas de Puertas Abiertas” organizadas por la institución para dar a conocer la ampliación del arquitecto Rafael Moneo (Tudela, 1937). Un ambiente de escepticismo se adueña del barrio de los Jerónimos matizando, por primera vez en mucho tiempo, las kilométricas colas que saturan, cada fin de semana, las entradas de Murillo y de Goya para acceder al edificio de Villanueva.

Para unos, por la relevancia que supone que el Museo del Prado lleve a cabo la ampliación más significativa de su historia y, para otros, por el morbo que despierta una noticia de tal magnitud, la apertura de la obra de Moneo —que no se inaugurará oficialmente hasta octubre de este año— es, sin duda, el acontecimiento cultural del año en España y, probablemente, de Europa.

“Campus del Museo del Prado”

El origen y las características propias de la pinacoteca española difieren, por completo, de las de otros museos nacionales como el Louvre o el Metropolitan que, con sus obras, presentan una visión universal de la cultura. Los cuadros del Prado pertenecieron a las colecciones reales de la monarquía española, la misma que encargó el impresionante edificio que los alberga. Precisamente, la importancia de esta institución radica en la armonía que identifica su colección permanente con las salas que la acogen.

De ahí nace la utópica idea del “Gran Prado” —que pretendía centralizar toda la actividad de la pinacoteca en el edificio construido por Juan de Villanueva en 1785—, y que ha sido la base para plantear sus sucesivas ampliaciones históricas. Concretamente, han sido seis las intervenciones que, en apenas dos siglos, ha sufrido la parte trasera del edificio; llegando al límite del gran desnivel que existe en el terreno y que ha sido el culpable de que Moneo no pueda seguir sosteniendo la idea del “Gran Prado” como eje principal de su proyecto.

La solución —brillante, por cierto— consiste en recuperar y rehabilitar progresivamente las dos dependencias que se conservan del antiguo Palacio del Buen Retiro erigido por Felipe IV: el Salón de Reinos y el Salón de Bailes —Museo del Ejército y Casón del Buen Retiro—, a las que se unen el nuevo edificio Jerónimos —antiguo Claustro de la Iglesia de los Jerónimos (siglo XVII)—, el edificio de Administración —adquirido en 1998— y, por supuesto, el edificio Villanueva; configurando, así, el nuevo “Campus del Museo del Prado”.

El “plan Moneo”, sin precedentes en ningún otro museo del mundo, ha transformado notablemente el urbanismo de una de las zonas céntricas más importantes de la capital española; revalorizando el tan prestigioso “Paseo del Arte” madrileño, con la incorporación de estas nuevas dependencias a las ampliaciones que tanto el Museo Thyssen-Bornemisza como el Reina Sofía inauguraron en 2004 y 2005, respectivamente.

Un cubo de ladrillo y granito abriga al antiguo claustro de los Jerónimos, abriéndose al espacio urbano a través de unas monumentales puertas de bronce encargadas por el arquitecto a la escultora Cristina Iglesias, siguiendo la tradición renacentista que fundó Ghiberti en las puertas del Baptisterio de Florencia. El enlace de este módulo con el edificio Villanueva queda oculto por una plataforma ajardinada de boj que remite a los jardines del siglo XVIII, y que prolonga, visualmente, el paisaje del vecino Jardín Botánico.

El discreto aspecto exterior de la ampliación no ayuda a saciar las expectativas de los miles de curiosos que inspeccionan cada rincón del nuevo cubo,ansiosos por encontrar cualquier minúsculo detalle que los autorice a despotricar —como manda la moda— contra el arte actual y la arquitectura contemporánea. Pero es en el interior de las nuevas instalaciones donde Moneo deja fascinado a todo aquel que entra a conocer su obra,creando espacios que responden a la verdadera y gran arquitectura.

Nuevos espacios. Nuevos tiempos

El objetivo principal de Rafael Moneo ha sido, sin duda, aliviar la escasez de espacio y adaptar las instalaciones al siglo XXI. Para ello incrementa su superficie útil en más de un cincuenta por ciento, 16.000 metros cuadrados se unen a los 28.600 del edificio Villanueva que consigue, gracias al traslado de las dependencias de trabajo y servicio al nuevo edificio, otros 3.000 metros cuadrados adicionales. Pero la obra no sólo está destinada a alojar los talleres de restauración, el Gabinete de Dibujo y Grabado, los depósitos de obras de arte, el auditorio o la tienda y la cafetería, sino que incluye cuatro salas de planta cuadrada —con un total de 1.400 metros cuadrados—, destinadas a albergar las exposiciones temporales que tanta importancia han adquirido en los últimos años en los grandes museos del mundo.

Lo más relevante de la ampliación es el tremendo respeto que Moneo ha brindado a la figura de Villanueva y a su arquitectura, homenajeada en multitud de detalles, liberando y dejando a la vista todo el perímetro del clásico edificio. Así, éste queda rodeado de jardines como realmente fue concebido por su creador. Pero, a pesar de todo y paradójicamente, el arquitecto navarro consigue transformar su respetuosa intervención en la parte más importante del Museo, despojando de sus funciones a la sala basilical que funciona como eje central del Prado, convirtiéndolo en el nuevo vestíbulo de distribución y permitiendo, de esta forma, abrir la mítica Puerta de Velázquez del Paseo del Prado para acceder directamente a la sala que conduce a sus nuevas dependencias.

Una ampliación de principios

La espectacular colección de pintura del Prado es tan extensa que hasta ahora ha ocupado todas las salas del museo. Esta escasez de espacio ha impedido mostrar las innumerables esculturas, dibujos y grabados de su patrimonio. No es de extrañar, entonces, que las dos salas más importantes del nuevo edificio estén destinadas a intentar recuperar el prestigio perdido en estas especialidades albergando, exclusivamente, esculturas. Es el caso de la Sala de las Musas —la primera sala de Moneo en el nuevo recorrido—, que ocupa la exedra de la sala basilical, a la que se accede por la puerta de Velázquez. Las siluetas blancas de las ocho musas, pertenecientes a la colección privada de Isabel de Farnesio, resaltan sobre el estuco rojo pompeyano de las paredes; una gran apuesta que formaliza la transición entre el edificio antiguo y el nuevo a través de unas lujosas puertas. El claustro rehabilitado de la iglesia de los Jerónimos —la última y más espectacular dependencia del nuevo recorrido— alojará el resto de la colección permanente de escultura, en un contexto en el que el propio claustro se concibe como una obra más, calzado y elevado respecto al nivel del suelo.

Con esta ampliación, el Prado comienza, por fin, a dar sus primeros pasos en el mundo del arte contemporáneo. Desde el primer día de puertas abiertas, las cuatro nuevas salas de exposiciones temporales acogen las instantáneas del alemán Thomas Struth, otorgando a un fotógrafo el honor de ser el primer artista contemporáneo que expone en vida en el prestigioso museo.

Moneo, ¡cómo no!

La Estación de Atocha, el Museo Thyssen- Bornemisza, el edificio Bankinter… y ahora, el Museo del Prado. Parece que Rafael Moneo está empeñado en hacer de la Castellana y del Paseo del Prado su museo particular. Su peculiar estilo se basa en eliminar cualquier elemento insustancial que pueda distraer la atención de lo propiamente arquitectónico, apostando por un nuevo clasicismo y creando espacios atemporales que destacan por la calidad de sus materiales. En el caso del Prado, granito madrileño, ladrillo y bronce patinado cubren las fachadas exteriores. El interior se viste también de granito, con maderas de roble y de cedro, y bronce natural. El cristal, transmisor de la luz natural que caracteriza la arquitectura de Moneo, es el otro gran protagonista de la ampliación, además de la monumental puerta de bronce encargada por el arquitecto a la escultora Cristina Iglesias.

Moneo ha recibido a lo largo de su fructífera carrera los galardones más prestigiosos de su profesión, entre los que destacan el Premio Pritzker de Arquitectura y la Medalla de Oro de la Unión Internacional de Arquitectos, ambos en el año 2006. Sin embargo, ningún premio puede asemejarse al orgullo de aparecer, de por vida, junto a Juan de Villanueva en la historia del Museo del Prado.

Puertas abiertas hasta el 1 de julio

Con el fin de mostrar a los visitantes los distintos usos y valores arquitectónicos del proyecto de ampliación, el Prado ha puesto en marcha unas Jornadas de Puertas Abiertas gratuitas que se celebran los sábados y domingos y hasta el 1 de julio. Durante el recorrido, estudiantes de último curso de arquitectura ofrecen explicaciones sobre el proyecto.

www.museoprado.es

Texto: Enrique del Río

Fotografía: Museo Nacional del Prado

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