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La biología del desarrollo es la continua búsqueda de los principios de organización que hacen que un ser vivo se construya de una forma geométrica determinada; desde el embrión hasta su desarrollo en individuo completo. “De alguna forma —asegura el Prof. Ginés Morata, del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa— es una especie de sumatorio de todos los aspectos de la biología. Tiene que ver con la forma en la que los genes diseñan el organismo”.

La tradición española en el estudio de la biología del desarrollo, una disciplina ya centenaria, y especialmente en la de la Drosophila melanogaster, surge gracias a la escuela que creó en los años 60 el también premio Príncipe de Asturias Antonio García Bellido y, a partir de ahí, se han generado laboratorios muy potentes, entre los cuales está el del propio García Bellido o el de los profesores Morata y Juan Modolell. También ha contribuido al desarrollo de esta escuela española el Prof. Peter Lawrence, del Laboratorio de Biología Molecular del MRC, en Cambridge (Reino Unido), donde han trabajado desde los años 70 más de 20 investigadores de nuestro país. El Prof. Lawrence lleva casi 40 años colaborando con la investigación española.

La elección de la D. melanogaster como modelo para la investigación en la biología del desarrollo no es fruto de la casualidad. Es, de alguna forma, reflejo de la pasión “naturalista” que caracteriza al investigador británico. Más de un siglo de investigación, explica, “avala a la mosca de la fruta como un modelo idóneo para el estudio del desarrollo”. Miles de científicos, según el Prof. Morata, “llevan decenios investigando este modelo” y la información obtenida “hace que sea el organismo más adecuado para estudiar la biología del desarrollo”.

Sistemas genéticos

Los modelos animales, apuntan los dos científicos galardonados con el Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2007, suponen un campo de investigación fundamental para el progreso de la ciencia. “En animales como la Drosophila, el gusano nematodo o los ratones hay una gran conservación de los sistemas genéticos”, asegura el Prof. Morata. “Por ejemplo, si los seres humanos compartimos con la mosca de la fruta el 60% o 70% de los genes, quiere decir que una gran parte de los genes que estamos estudiando en este modelo también están presentes en los humanos. Por lo tanto, analizando cómo funcionan en la Drosophila sabremos cómo lo hacen en los humanos. Es decir, buena parte de la biología humana se puede investigar en moscas”.

Y es que como afirma el Prof. Lawrence, “los humanos y la Droshopila somos muy parecidos, sobre todo en lo que se refiere a los principios básicos. Ambos somos muy complejos”. El hombre y la mosca, añade el Prof. Morata, “son muy similares en lo básico, en el diseño genético. Las bases genéticas que organizan el organismo son muy parecidas”. Pero hace años, “cuando estudiábamos juntos algunos genes determinados, como el engrailed (uno de los 20 genes selectores que dividen en sectores geométricos el cuerpo de los animales), no imaginábamos que estos mismos genes los teníamos nosotros con unas funciones parecidas”. Con el tiempo, dice, se descubrió que “hay una gran unidad en cómo la biología construye el cuerpo en las 3 dimensiones del espacio”.

¿Qué es la biología del desarrollo?

La biología del desarrollo actual estudia los controles genéticos del crecimiento celular, la diferenciación celular y la morfogénesis (el proceso que origina los tejidos, órganos y la anatomía). Los expertos distinguen 4 preguntas fundamentales a las que hace frente la biología del desarrollo:

– ¿A través de qué caminos una célula aparentemente homogénea se desarrolla en un organismo diferenciado?

– ¿Cuáles son los mecanismos que guían este “despliegue” en 3 dimensiones?

– ¿Cuáles son los objetos biológicamente relevantes causalmente implicados en los procesos de desarrollo?

– ¿Cuál es la relación entre la información genética y la complejidad fenotípica que resulta de los procesos de desarrollo?

Caminos paralelos

Sus investigaciones corren por caminos paralelos, aunque ahora el grupo del Prof. Lawrence está investigando los procesos de desarrollo de los distintos órganos de la mosca de la fruta, mientras que el que coordina el Prof. Morata se ha dirigido hacia los mecanismos de progresión tumoral. Los trabajos del científico inglés tienen como objetivo “buscar los principios en la organización genética de la codificación de la secuencia de los procesos de formación”.

Para el Prof. Morata, “esencialmente todo viene a ser lo mismo” porque, cuando hay un tumor “significa que se ha desorganizado el proceso normal”. Gracias a las investigaciones previas, indica, “ahora estamos cualificados para comprender qué es lo que ocurre cuando un órgano pierde sus mecanismos de control, comienza una proliferación celular indiscriminada y se inicia un proceso tumoral”. Su grupo también se centra en los procesos de control del crecimiento, los que marcan cuánto puede crecer un órgano y en qué momento ha alcanzado su tamaño definitivo, una información que también puede ser muy útil para el estudio de la formación de tumores.

Juan Modolell, 40 años no son nada

La biología del desarrollo en España no sería lo mismo sin la figura del Prof. Juan Modolell (Barcelona, 1937). Este investigador del CSIC, que dio por concluida su carrera investigadora el pasado mes de marzo, se embarcó en 1980 en la investigación en la biología del desarrollo, a la que ha dedicado más de la mitad de su carrera. Sus trabajos en este campo han sido pioneras en España, al unir aproximaciones experimentales propias de la biología molecular y la genética para esclarecer procesos básicos del desarrollo del sistema nervioso en la mosca de la fruta. Estos trabajos han permitido el clonaje y la caracterización funcional de los primeros genes proneuronales, cuya expresión confiere a las células la capacidad de convertirse en precursores neuronales de los sistemas nerviosos central y periférico. Modolell ha participado asimismo en la elaboración del mapa físico y de secuenciación del genoma de la mosca de la fruta y ha identificado los primeros genes de la familia Iroquois, implicados en la especificación de territorios corporales tanto en la Drosophila como en los vertebrados.

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