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CIRUGÍA ORTOPÉDICA

Mano biónica fabricada en España

JANO.es y agencias · 21 enero 2008

Distribuida por la compañía valenciana EMO como i-LIMB, se implantó el viernes a un paciente de 47 años que utilizaba desde hacía 25 años una prótesis mioeléctrica

La mayoría de los médicos se siente atraída por la fascinante riqueza de conocimientos que ofrecen las ciencias médicas, pero vive como una pesada carga la actividad asistencial diaria.

Referentes psicológicos

El síndrome de burnout fue un término introducido en 1974 por Herbert Freudenberger, psiquiatra asistente voluntario de una clínica para toxicómanos de Nueva York. Lo definió como un estado de fatiga o de frustración que se produce por la dedicación a una causa, forma de vida o de relación que no produce el esperado refuerzo. Aunque quizá la definición más conocida sea la que propuso en 1977 la psicóloga social Cristina Maslach: es un síndrome de agotamiento emocional, despersonalización y baja realización personal que puede ocurrir en individuos que trabajan con personas.

Hay muchos médicos a los que les gusta la medicina, pero son muchos menos aquellos a los que les gusta su profesión. Aunque la mayoría se siente atraída por la fascinante riqueza de conocimientos sobre el ser humano que ofrecen las ciencias médicas, viven como una pesada carga la actividad asistencial diaria. Esta aparente contradicción tiene causas de índole diversa, pero su importante presencia en nuestro medio obliga a analizar el tema más en detalle.

¿Por qué hay tanto descontento y una desincentivación palpable en muchos de ellos? Una diferencia fundamental con un pasado reciente, tal vez mejor, es que el acto médico ha pasado de ser un hecho privado entre el médico, el paciente y su familia, a ser una especie de escena del camarote de los hermanos Marx, donde cada consulta deviene una acción pública, casi multitudinaria. Por la “ventana” de la pantalla del ordenador asoman la cabeza de manera más o menos subrepticia numerosos homúnculos que controlan, cuentan, descuentan y que, incluso, alargan la mano para impedir el movimiento del brazo prescriptor del médico. En el despacho del médico entran por esa vía muchos “intrusos” que no siempre defienden los intereses de los pacientes. Incluso éstos, cada vez más sabedores de sus prerrogativas como consumidores, exigen que sus derechos como tales sean salvaguardados aun a costa de su propia salud y también presionan con fuerza. Son muchas las tensiones y conflictos que este y otros factores generan en los profesionales, a menudo de difícil acomodación. En este nuevo escenario, el médico puede verse fácilmente desbordado, y esta circunstancia detrae su salud física y mental por estrés crónico.

Reto de adaptación

Hay un importante reto de adaptación para los médicos que han ejercido la medicina en las 2 últimas décadas. Esta adaptación no es nada fácil en un escenario de progresiva sobrecarga laboral y donde a lo anterior hay que añadir un cambio de valores sociales. Valores como la abnegación o el altruismo tienen menos predicamento que otros, como el individualismo o el confort personal. Los primeros forman parte del núcleo de valores esenciales que ha de poseer un médico para su ejercicio profesional. Si los médicos —que forman parte de la sociedad— se impregnan naturalmente de los segundos, se puede llegar a pensar que una parte importante de su motivación trascendente queda mermada de forma considerable.

La sociedad percibe este desmoronamiento de sus cuidadores y la respuesta no ha sido hasta ahora precisamente la más inteligente. En lugar de preocuparse seriamente por el bienestar de éstos para proteger el suyo propio, ha dado una respuesta fácil, pero miserable. Ha puesto un enorme cuidado en garantizar la excelencia profesional de los médicos que han de servirla —a través de una mejora de la competencia del profesional— y en evaluarla exhaustivamente, pero sin ninguna mención a la importancia que tiene el disminuir las barreras para conseguir un trabajo de calidad. Demasiadas barreras, a la postre, disminuyen notablemente la competencia y la motivación profesional. Sería como la insuficiencia cardíaca, que se controla mejor disminuyendo las resistencias periféricas que mejorando la contractibilidad.

Entorno organizativo

El certificar y recertificar la competencia profesional es recomendable, pero primero habría que certificar y recertificar las condiciones laborales y organizativas de los centros, simplemente por no empezar la casa por el tejado. Es muy difícil mantener una buena competencia profesional en un entorno organizativo deplorable. Un centro sanitario con autonomía organizativa, una buena atmósfera de equipo, buena coordinación entre niveles, sistemas informáticos orientados a la gestión clínica, buenos incentivos según resultados..., genera a medio plazo competencia y motivación. Un profesional competente y motivado que se ve obligado a trabajar en un equipo desestructurado, con mal ambiente laboral, con directivos rígidos y “cortoplacistas”, acabará siendo incompetente y desmotivado.

Si lo importante son los resultados —es decir, resolver el mayor número de necesidades de salud de la población de forma eficiente, equitativa, accesible y satisfactoria—, la sola valoración de la competencia profesional no lo garantiza. La competencia profesional tiene que ir unida a unos recursos suficientes y a una buena organización. Es como obligar a un Ferrari a ir por un camino de cabras. ¿Es suficiente con que el Ferrari sea un coche excelente? ¿Cuál será su rendimiento? ¿Cómo acabará?

Y esa es exactamente la situación. Disponemos de profesionales excelentes, espléndidamente formados, que se dilapidan como capital humano en un entorno sanitario público mezquino y escaso en sus inversiones. Y, es curioso, todos insisten en querer seguir yendo en Ferrari. Naturalmente, el que sufre es el coche: el motor y la carrocería.

Explicación social

La desilusión, el cansancio y la desmotivación tienen básicamente una explicación social. Y tienen que ver con las condiciones materiales de trabajo en las que se encuentran en la actualidad una buena parte de los médicos del sistema público y a las que aludíamos antes. Hay demasiadas barreras para llevar a cabo un servicio tan delicado como es atender pacientes con un mínimo de dignidad. Estas barreras son auténticos obstáculos que impiden llevar a cabo la labor de atender, cuidar y devolver un estado de mejor salud a los ciudadanos. La productividad del profesional sanitario en cantidad y calidad depende directamente de su competencia y motivación, e inversamente de las barreras que tiene que superar para realizar bien su trabajo.

Las barreras que un profesional tiene que superar para dar lo mejor de sí mismo las podríamos encuadrar en cuatro puntos: falta de control sobre el propio trabajo, recompensa insuficiente, mala atmósfera en el equipo y falta de sintonía con la dirección.

Falta de control sobre el propio trabajo
El médico, en su quehacer diario, ha de tener capacidad de definir sus prioridades y tomar sus propias decisiones. Si el médico se debe responsabilizar de los resultados, esta responsabilidad tiene que ir acompañada de autoridad y un sentido de dignidad en su cometido. Aun marcados por el pecado original de la desprestigiada y antigua asistencia primaria ambulatoria, los médicos de familia actuales, tan especialistas como todos los médicos hospitalarios, deben enfrentarse al efecto “sumidero”, es decir, cargar y resolver todas las tareas del sistema que nadie quiere para sí. Pero hay más argumentos de esa percepción de falta de control: la falta de estabilidad laboral, sobrecarga laboral, escasos recursos técnicos, excesiva burocracia y escasa autonomía para organizarse tampoco ayudan mucho.

Recompensa insuficiente 
Sin duda, lo que más motiva al profesional sanitario es hacer bien su trabajo y prevenir o aliviar el sufrimiento de las personas. Pero cuando hay dificultades para llegar a final de mes, mejorar el sueldo es la primera prioridad por mera supervivencia.

Los sueldos bajos, los agravios comparativos con otras profesiones y países, la falta de promoción profesional suponen una verdadera lacra para la motivación del personal sanitario. Los sueldos ofensivamente bajos de los MIR o los de los contratos basura son un auténtico atentado a la dignidad como profesionales y como personas.

Mala atmósfera en el equipo 
Un equipo cohesionado, con buena relación interpersonal, supone una gran protección contra las adversidades externas y el burnout y genera actividad, entusiasmo e iniciativas. El distrés distorsiona la calidad de las relaciones e incrementa la percepción de agravios comparativos. En el ambiente de rigidez funcionarial en el que nos movemos, donde lo habitual es ver centros con falta de objetivos comunes, enfrentamientos personales, grupales e interestamentales y desequilibrios en las cargas laborales, este factor tampoco es despreciable.

Falta de sintonía con la dirección
En organizaciones miopes y con un importante predominio político en la gestión, donde se prima más la contención de costes y contentar al votante que los buenos resultados a medio plazo, es moneda común un trato poco considerado al personal. También es habitual cuando las cosas no van bien, responsabilizar a los profesionales de las incompetencias de gestores y políticos. Es tremendamente desmotivador ver el importante grado de hipocresía y demagogia como práctica cotidiana que se instrumentaliza con el delicado tema de la salud de las personas. No hay empacho en anunciar a la población una amplia cartera de servicios y ofertas sanitarias esplendorosas sin ningún tipo de respaldo presupuestario y que, en consecuencia, recaen únicamente en las espaldas de los profesionales sanitarios y que obligan a un trabajo rápido, sobrecargado y de escasa calidad.

Naturalmente, las expectativas de la población atendida no se cumplen y las iras recaen sobre el personal asistencial. El político permanece a salvo, feliz y orgulloso de su generosa gestión.

El riesgo de perder la ilusión

Estas barreras son demasiado frecuentes en nuestro sistema sanitario público. La cronicidad de estas situaciones hace que el profesional, después de numerosos intentos por cambiar las cosas sin resultado, tenga una sensación de indefensión aprendida y deje de luchar, se rinda ante las circunstancias que le desbordan. Pierde la ilusión por aprender ya que no podrá aplicar lo aprendido. Es como echar agua a un recipiente con muchos orificios, no merece la pena el esfuerzo. Ya no quiere tener residentes, pues poco les puede ofrecer y no desea tener testigos de su incompetencia.

Llegado a esta situación, el médico sobrevive al día a día como puede, entrando en absentismo psíquico, con una aportación justa de esfuerzo y con un mínimo de entusiasmo, lo que supone un importante caldo de cultivo para el burnout, ya excesivamente prevalente en nuestro medio.

Un profesional sanitario desmoralizado y desmotivado rinde mucho menos, usa de forma más ineficiente e irracional los recursos de que dispone, disminuye su competencia y empeora el trato a sus pacientes, se vuelve muy susceptible y con escasa tolerancia a la frustración, crea un mal ambiente en el equipo, con conflictos interpersonales frecuentes, contagiando apatía y desilusión y empeorando a medio plazo su salud física y mental. Y lo que es más preocupante, probablemente la de los pacientes que atiende.

 

Un profesional sanitario desmoralizado y desmotivado rinde mucho menos, usa de forma mas ineficiente e irracional los recursos de que dispone, disminuye su competencia y empeora el trato a sus pacientes, se vuelve muy susceptible y con escasa tolerancia a la frustración, crea un mal ambiente en el equipo, con conflictos interpersonales frecuentes, contagiando apatía y desilusión y empeorando a medio plazo su salud física y mental.

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