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La reedición de la biografía que le dedicó Gerald Clarke y una reciente película de Bennet Miller, con el actor Philip S. Hoffman como protagonista, han recuperado los años en que Capote viajó hasta Kansas atraído por la tragedia ocurrida a la familia Clutter. Aquellos asesinatos dieron lugar a su novela A sangre fría, una obra que marcó el cenit de su carrera y el comienzo de su vertiginoso declive.

“Rico agricultor y tres miembros de su familia asesinados.” Así rezaba un titular en una página central de The New York Times la mañana del 16 de noviembre de 1959, un día después del crimen. Años después, al narrar la génesis de su novela, Truman Capote recordaría el impacto que le produjo aquella noticia leída en el periódico. Supo de inmediato que aquella tragedia le proporcionaría material suficiente para un extenso reportaje en la revista The New Yorker.

Cuando Capote y su amiga Nelle Harper Lee llegaron a Kansas en el tren del Midwest, ya había pasado un mes de los asesinatos que conmocionaron Garden City. Sin embargo, la ciudad se encontraba todavía en estado de shock. El miedo, la conmoción y el recelo que produjeron los asesinatos era precisamente lo que Capote quería reflejar en su trabajo. Pero la detención de los asesinos cambió sus planes. A partir de ese momento, el proyecto se convirtió en algo mucho más ambicioso: en la novela “no-ficción”. Capote quiso construir una nueva tragedia griega indagando en la vida de las víctimas y sondeando magistralmente el alma de los asesinos: Richard Hickcock y Perry Smith, a los que tuvo un privilegiado acceso hasta el momento de ser conducidos a la horca. Capote les visitaba y les colmó de favores. Congenió especialmente con Perry, al que le unía una infancia errática y sin afecto. Pero la generosidad de Capote no estaba exenta de interés, que no era otro que su libro. Las visitas, la correspondencia intercambiada con los presos, las apelaciones y los sucesivos aplazamientos de las ejecuciones, desgastaron enormemente a Capote, que sólo deseaba el final de aquella pesadilla. Y el fin no era otro que la muerte de los condenados y la conclusión del libro, cosa que no pasó hasta 1965. Para celebrarlo dio una famosa fiesta de máscaras “en blanco y negro” en Nueva York. Pero lo de Kansas le minó y cambió su forma de ver las cosas. Fue la cumbre, pero también el comienzo de un retroceso que le condujo al alcoholismo y al abuso de estimulantes.

A sangre fría es la historia de un crimen narrado desde diversos ángulos; el autor está presente en todas partes, pero no es visible en ninguna. Ahí está su gran mérito.

Glamour

Truman Capote era un portento para las relaciones personales. A pesar de su aspecto afeminado y su voz aflautada, tenía un enorme talento para la amistad. Era una persona brillante, capaz de ser el centro de atención de todas las veladas y de sorprender a su auditorio hablando durante horas enteras manteniendo un nivel de expectación inaudito. Consiguió ser amigo de todas las personas que se propuso. Se metió en el bolsillo a ricos, aristócratas y a toda la farándula de Hollywood. La alta sociedad se disputaba su presencia, como si se tratara del bufón de la corte. Era invitado a fiestas, a estancias de placer en magníficas mansiones y a cruceros de lujo por el Mediterráneo. Entre sus amistades y conocidos se encontraban personajes de todos los ámbitos. Desde magnates como los Agnelli, Vanderbilt, Rothschild, Guinness, hasta escritores como Tennessee Williams, Norman Mailer, artistas como Andy Warhol, gentes del espectáculo como Marilyn Monroe, Montgomery Clift, Henry Fonda, Frank Sinatra y George Cukor o políticos como los Kennedy. Lee Radziwill, hermana menor de Jackie Kennedy, fue una de sus mejores amigas. Fue el niño mimado de la alta sociedad.

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