SALUD PÚBLICA
Soria apuesta por políticas públicas para disminuir el consumo de alcohol
JANO.es y agencias · 03 abril 2008
El ministro de Sanidad en funciones ha inaugurado en Barcelona la III Conferencia Europea sobre Políticas de Alcohol
Una vez que la revista ya ha estado en nuestras manos, una vez que la hemos hojeado distraídamente o la hemos escudriñado con placer o irritación, su destino puede ser de gran importancia. Más que a medir nuestra tendencia a la acumulación o el desorden, el lugar en que las colocamos tiende a definir el cariz y la intensidad de nuestra experiencia lectora, y hasta comporta una declaración de principios.
Si hemos optado por conservarla, la misma posición de almacenamiento, su cercanía con otras publicaciones o el deseo de encuadernarla no sólo indican algo sobre su naturaleza y calidad sino que también reflejan el lugar exacto que ha ocupado en nuestra estima. Sin embargo, la lógica imperante en la reunión y acomodo de las cosas con las que habitamos parece haber desdeñado a las revistas. Quizá haya contribuido a ese desdén la atmósfera de caducidad que insistentemente las envuelve, y que ha terminado por condenarlas a la categoría de objetos desechables y proclives a la fugacidad. En razón de su tamaño, las revistas no siempre son admitidas en los estantes de nuestras bibliotecas y, a causa de su naturaleza transitoria, no siempre nos decidimos a colocarlas entre los libros de arte, donde físicamente podrían ser acogidas. Los dispositivos llamados “revisteros”, específicamente diseñados para este propósito, debido a su raigambre aristocrática y a su jactancioso y derrochador refinamiento, exigen una constante renovación de los ejemplares allí acumulados, por lo que sólo posponen el problema de su ordenación final.
La posición vertical, consagrada a la firmeza y perdurabilidad del libro, es quizá el fin mayoritariamente acostumbrado para una revista y, al mismo tiempo, el más equívoco. Poner de pie aquello cuya estructura endeble y ausencia de lomos parecía estar destinado a yacer sobre nuestros anaqueles vacíos, resulta en realidad algo cuanto menos incómodo. Además, las revistas suelen tener fines muy diferentes y pueden ir desde aquellas consagradas a la información y divulgación hasta aquellas que reúnen antologías o críticas, que deberían estar, por lógica, al lado de los libros a los que se refieren. Sin embargo, uno las suele encontrar en cualquier postura y lugar, y hay por ejemplo quienes las usan para conservar una prudente distancia entre diversas literaturas, o quienes las utilizan incluso para alejar los libros consagrados a un autor de otro que es o fue su peor enemigo. Lo he visto.
Pero mucho peor destino pueden tener las revistas, pues he sabido de gente que ha fabricado su cama con enciclopedias y diccionarios y que ha encontrado en las revistas el mejor colchón. Y se las ha encontrado también junto a la taza de un váter, amontonadas debajo de unas escaleras, o simplemente arrojadas debajo de una cama. En fin, que distantes por igual tanto de la avidez de actualidad de los periódicos como de la continua atención exigida por un libro, las revistas han logrado conjuntar ese tipo de creaciones cuyas virtudes eluden la pesantez que significa figurar en un grueso volumen y cuya extensión y naturaleza hacen imposible el calificativo de “obra”. Son sencillamente textos e imágenes cuya duración y vigencia artística consiste en el hecho de poder ser frecuentados una y otra vez con agrado.